Mercado y cultura se han encontrado abiertamente; es un rasgo esencial de la
contemporaneidad a escala planetaria. Ello ha privilegiado, como eje de la producción y
el consumo simbólicos, a lo que se define como circuito cultural empresarial, que
resulta precisamente de la convergencia entre la lógica mercantil –esto es, la
concurrencia de ofertantes y demandantes y el intercambio de bienes o servicios por
dinero- y la acción de las industrias culturales que, en este caso, son entendidas como
organizaciones privadas que lucran con bienes finales intangibles, con significaciones y
sentidos, y que, por tanto, están en condiciones de incidir en la construcción de
representaciones, imaginarios e identidades.
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