En octubre de 1994 en este mismo Salón de Grados de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia nos planteamos –por primera vez– el tema de calidad (con motivo de aquel documento del MEC sobre «Centros Educativos y calidad de enseñanza», conocido como las 77 medidas). En aquella ocasión, el profesor portugués João Barroso decía que el término «calidad» es un fetiche que puede ser colocado (y adorado) a las más diversas realidades. En este mismo sentido, J.M. Escudero (1998) señala que el término reclama para sí el don de la ubicuidad. Y es que tiene la rara virtud de, al tiempo que le otorga un valor o excelencia al objeto designado, ocultar los causas que hacen que algo tenga o no calidad, por lo que puede ser aplicado indiscriminadamente. Por otra parte, viene a recoger los anhelos de perfección que, una vez satisfechas las necesidades básicas, pueden ansiar los consumidores. Y es que el calificativo «calidad» tiene un significado connotativo, que puede denotar realidades muy diversas.
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