A través de la evolución de la modernidad, en la ideología, la cultura, los medios de comunicación, se aboca al análisis de la comunicación tecnológica, a unos medios y una cultura que no pertenecen propiamente a nadie, a una historia que se diluye en la actualidad.
La modernidad que parte de las Luces instaura nuevas formas de “publicidad” (Habermas) mediante las cuales se escenifican una serie de instancias y actores constitutivos de una cierta visibilidad social: lo social cobra cuerpo (espacios de representación: Parlamentos, Cortes...). Emergen nuevos actantes (la opinión pública es uno de ellos, señero), nuevas figuras del poder (donde lo que desaparece es precisamente una distancia infranqueable, una imagen inasequible, del Poder: el poder como instancia trascendente), y se instalan nuevas formas de mediación que obligan a una redefinición del espacio público.
A una relación directa de dominación se sustituye una relación simbólica de gobernación mediante delegación de poder, que pasa por instancias de mediación, en el marco de un proceso generalizado de objetivación. Esta ruptura en las formas de representación no se traduce sólo en el plano legislativo (legitimación institucional del sistema), sino también en el plano de las prácticas. La publicidad se funda sobre un doble principio ‑una visibilización de las normas (filosofía de los derechos del hombre con su reverso prohibitivo)‑: la creación de un consenso social basado en una explicitación racional del sistema, la posibilidad de un diálogo entre las diferentes instancias sociales, que se apoya en la existencia de un aparato comunicacional: sufragio universal, libertad de expresión, desarrollo de los medios de comunicación, existencia de un espacio público, que institucionaliza el vínculo social entre gobernantes y gobernados, y define los respectivos roles dentro de una formación social democrática.
Lo que se ha perdido en trascendencia (ocaso de los sistemas explicativos/legitimadores del mundo: biblias y vulgatas de todo signo: religiosas, laicas, marxistas... ), se ha ganado ‑socialmente hablando‑ en inmanencia: el hombre moderno es cada día más dueño ‑culturalmente‑ de su destino, pero más sujeto ‑moralmente‑ a un sistema de interiorización de la Norma, del deber cívico: a la filosofía de los derechos humanos responde una praxis de los deberes del ciudadano. La mediación social sucede a la dominación y, por ende, pone fin a una relación in‑mediata con el entorno (físico, social, cultural).
Este sistema funda una cultura ‑la cultura política sobre la que se asienta la sociedad industrial, hoy fuertemente cuestionada‑ que permite un acceso simbólico a lo real, esto es, estructura, cimenta, la adhesión formal de los individuos al sistema que los gobierna, y permite el desarrollo de una cierta socialidad. Hoy día, ¿cuál es el status de esta cultura? ¿Tiene todavía vigencia como sistema representativo? ¿O se ha producido un corte definitivo (¿irreversible?) entre cultura, sistema interpretativo, y prácticas sociales?
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