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Telos / Número 8
No man's land: los mass media como tierra de nadie [01-01-2000]
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  Gerard Imbert
 
ISSN :1575-9393
A través de la evolución de la modernidad, en la ideología, la cultura, los medios de comunica­ción, se aboca al análisis de la comunicación tecnológica, a unos medios y una cultura que no pertenecen propiamente a nadie, a una historia que se diluye en la actualidad.

La modernidad que parte de las Luces instaura nuevas for­mas de “publicidad” (Haber­mas) mediante las cuales se escenifican una serie de instan­cias y actores constitutivos de una cierta visibilidad social: lo social cobra cuerpo (espacios de representa­ción: Parlamentos, Cortes...). Emergen nuevos actantes (la opinión pública es uno de ellos, se­ñero), nuevas figuras del poder (donde lo que desaparece es precisamente una distancia in­franqueable, una imagen inasequible, del Po­der: el poder como instancia trascendente), y se instalan nuevas formas de mediación que obligan a una redefinición del espacio público.

A una relación directa de dominación se sus­tituye una relación simbólica de gobernación mediante delegación de poder, que pasa por instancias de mediación, en el marco de un proceso generalizado de objetivación. Esta rup­tura en las formas de representación no se tra­duce sólo en el plano legislativo (legitimación institucional del sistema), sino también en el pla­no de las prácticas. La publicidad se funda so­bre un doble principio ‑una visibilización de las normas (filosofía de los derechos del hom­bre con su reverso prohibitivo)‑: la creación de un consenso social basado en una explicita­ción racional del sistema, la posibilidad de un diálogo entre las diferentes instancias sociales, que se apoya en la existencia de un aparato comunicacional: sufragio universal, libertad de ex­presión, desarrollo de los medios de comunica­ción, existencia de un espacio público, que ins­titucionaliza el vínculo social entre gobernantes y gobernados, y define los respectivos roles dentro de una formación social democrática.

Lo que se ha perdido en trascendencia (oca­so de los sistemas explicativos/legitimadores del mundo: biblias y vulgatas de todo signo: re­ligiosas, laicas, marxistas... ), se ha ganado ‑so­cialmente hablando‑ en inmanencia: el hom­bre moderno es cada día más dueño ‑cultural­mente‑ de su destino, pero más sujeto ‑mo­ralmente‑ a un sistema de interiorización de la Norma, del deber cívico: a la filosofía de los de­rechos humanos responde una praxis de los de­beres del ciudadano. La mediación social suce­de a la dominación y, por ende, pone fin a una relación in‑mediata con el entorno (físico, social, cultural).

Este sistema funda una cultura ‑la cultura política sobre la que se asienta la sociedad in­dustrial, hoy fuertemente cuestionada‑ que permite un acceso simbólico a lo real, esto es, estructura, cimenta, la adhesión formal de los individuos al sistema que los gobierna, y permi­te el desarrollo de una cierta socialidad. Hoy día, ¿cuál es el status de esta cultura? ¿Tiene to­davía vigencia como sistema representativo? ¿O se ha producido un corte definitivo (¿irreversi­ble?) entre cultura, sistema interpretativo, y prácticas sociales?
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