En otras palabras, la incomunicación te lleva a valorar la comunicación: si vives aislado en Suecia, con inviernos interminables y tardes oscuras a las 3 en punto, sumergirte en la pantalla resulta un alivio. Y si eres un jubilado que vive en medio del estado de Montana, con tus hijos en el otro lado del país, y tus nietos más lejos aún (se les ha ocurrido ir a Europa...), zambullirte en Internet no es un capricho: es una exigencia para sobrevivir. NO es extraño, pues, que Internet tenga tanto éxito en Escandinavia (el primer país del mundo en porcentaje de población conectada ha sido sistemáticamente, durante meses, Islandia), o que los jubilados norteamericanos se hayan adaptado tan rápidamente, y en números tan elevados, a la Red. Y si además resulta que las comunicaciones son baratas en ambos casos, y que su nivel adquisitivo les permite contemplar el gasto telefónico como una minucia, mejor aún.
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