La participación activa de las mujeres en los diversos órdenes de la vida pública representa uno de los mayores logros sociales del siglo XX (Andersson y Zinsser, 2000; Lipovetky, 1999). La perspectiva histórica muestra que en menos de un siglo se ha avanzado desde las reivindicaciones de las sufragistas reclamando el derecho al voto hasta la solicitud de representatividad paritaria entre hombres y mujeres en los diversos órganos de participación social, que tiene como claro exponente el proyecto de ley de igualdad recientemente promulgado en nuestro país. Además del ámbito legislativo, hay otros muchos indicadores que evidencian las profundas transformaciones acontecidas durante las últimas décadas, siendo el educativo y el laboral dos de los campos en los que éstas se manifiestan de forma más significativa. Para tomar conciencia del profundo cambio no hay más que recordar que en España hace menos de cincuenta años el nivel de analfabetismo femenino era sumamente elevado y que la inmensa mayoría de las mujeres formaban parte de la ‘población pasiva’, mientras que hoy en día el porcentaje de universitarias supera al de varones y que el mayor incremento de la ‘población activa’ se da en el grupo de mujeres.
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