Es un honor para mí que me hayan invitado a pronunciar la Claude Eggerston Lecture y les agradezco a todos el haberme concedido el privilegio de robarles su tiempo y su atención. No obstante, el privilegio se cobra su precio y me provoca una especial inquietud, que sólo en parte se debe al hecho de que yo no sea profesionalmente un especialista en educación comparada ni en educación internacional y, a pesar de todo, me hayan convocado para dirigirme a los máximos especialistas en este campo. Mi inquietud se debe más bien a la dura realidad a la que hemos llegado en una época peligrosa de nuestra historia política, cultural y educativa, una época en la que los resultados y el poder se han convertido en los dos imperativos de la democracia capitalista. En estos tiempos peligrosos, quienes desean ejercer cierto liderazgo en nombre de los valores y las prácticas que consideran importantes, desde el punto de vista ético, no sólo deben hablar, sino hablar bien y para conseguir el máximo efecto pedagógico; no sólo persuadir, sino persuadir honradamente y fundándose en argumentos fundándose en argumentos.
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