La infancia ha muerto es la tesis que sostiene Buckingham cuestionando muchos de los postulados educativos del momento. Frase lapidaria digna de presidir un sinfín de congresos de pediatría, educación, psicología y medicina; cantidad de libros, ensayos y estudios; multitud de informes y estadísticas. Existe un foro público que afirma que estas tres últimas décadas han supuesto la desaparición de la infancia como etapa, y que los medios audiovisuales y electrónicos han tenido mucho que ver en esta operación. Ahora bien, ¿desde qué representación de infancia se habla? ¿a qué infancia se refieren cuando se dice que ha muerto? Se considera y se define a lo los niños como a los “todavía-no-adultos”. Se les niega el acceso a su afirmación. Se entiende la infancia como un proceso hacia el adulto. El criterio de madurez e inmadurez es lo que les mide y valora. La paradoja es que no se les ofrece la posibilidad de serlo , pues son unos “entes” inmaduros y preadultos o presociales, y por consiguiente, carentes de iniciativa y autonomía. La influencia de los medios audiovisuales y electrónicos, se valoran como
una amenaza para ellos. Niños inermes e indefensos, muy vulnerables ante la perversas influencias de la televisión , los videojuegos, internet. Para evitar estos peligros se anuncian medidas de control y protección. Aparecen, entre otras medidas, los V-Chip y bloqueadores de software. Nos encontramos ante una posición que arranca desde un determinismo tecnológico, que considera que el sujeto que percibe y recibe el mensaje mediático es un ser frágil, pasivo y aislado. Frágil porque no tiene defensas, ni estrategias de gestión con el mensaje recibido. Pasivo porque es incompetente, incapaz de responder e interactuar con el medio. Aislado porque el espectador o usuario de los medios y sus pantallas mira, pulsa, interactua, juega o navega sólo y asépticamente, sin entornos, ni contextos.
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