Los peligros para el español se agravan en la época actual, especialmente en los neologismos técnicos y científicos. Es imprescindible una politica panhispánica, que coordine los esfuerzos.
Si nos atenemos al nivel de la lengua literaria y de la exposición doctrinal, nuestra primera impresión es la de que la unidad del idioma no corre peligro alguno. Un lector español puede leer páginas de Martí, Rodó, Montalvo, Alfonso leyes, Borges, Martínez Estrada, Uslar Pietri, Octavio Paz,
Onetti o García Márquez sin encontrar nada ininteligible o chocante; igual ocurre al hispanoamericano de cualquier país ante escritos de Galdós, Menéndez Pelayo, Unamuno, Baroja, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Américo Castro, Juan Ramón Jiménez o Pedro Salinas. Lo mismo sucede en la expresión oral culta, ya sea en la oratoria política, ya en la disertación doctrinal.
En la lengua culta, tanto escrita como hablada, el pensamiento suele formularse en palabras tras madurada elección; la estructura de la frase obedece a un proyecto mantenido; se evitan incongruencias y se tiene presente la norma, para observarla o para transgredirla de manera consciente. La escritura, además, elimina gran parte de cuanto en habla es diferencial, geográfica o socialmente: prescinde de gestos y ademanes; lo escrito puede leerse con cualquier acento, regional o no, selecto o plebeyo, aunque el carácter del mensaje sea afín a unas modalidades o refractario a otras. Sin embargo, no toda la literatura de lengua española se vale de lenguaje panhispánico. En cuanto refleja la vida diaria y el coloquio, salen a relucir las peculiaridades ambientales, con léxico, semántica y fraseología propios de cada país, región y estrato social. La novela y teatro costumbristas o indigenistas requieren a menudo notas a pie de página o vocabularios para su intelección fuera del ámbito limitado en que su acción se sitúa.
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