Estamos acostumbrados a pensar que España es cualquier cosa menos el centro del universo. Nuestros servicios de inteligencia no dieron, en años pasados, muestras de mucha inteligencia cuando oímos historias sobre microfilms robados o agentes que se dejan el recibo de la nómina en el piso donde están haciendo espionaje electrónico. En realidad, desde hace tres siglos el puesto ocupado por España en el mundo criptográfico se aproxima al cero patatero. Pero hubo un tiempo en el que sobre nuestro Imperio no se ponía el sol. Los navíos de los Austrias surcaban los mares del recién descubierto imperio de ultramar, y los tercios se desplegaban por Europa. Y hubo un tiempo en que dispusimos de las mejores claves y códigos para proteger las comunicaciones de tan extensos dominios.
En el año de nuestro señor de 1555, Felipe II era Rey de España y señor de diversos dominios. Durante los cincuenta años anteriores, los códigos españoles fueron bastante débiles, y de ningún modo resultaban adecuados en una España que ahora dominaba el mundo. Por ello, el meticuloso rey decidió resolver este problema casi desde el mismo día de su coronación. No se sabe la fecha exacta en que tomó su decisión, pero se tiene constancia de una carta enviada el 24 de mayo de 1556 a su tío Fernando I, Rey de Hungría y Emperador del Sacro Imperio. En ella, Felipe II comunicó su decisión de cambiar las cifras de su padre, y adjuntó a su tío una nueva cifra.
Pocos meses después, en Noviembre, entró en vigor su primera Cifra General. Esta era un tipo de cifra maestra para ser usada entre el Rey y sus principales embajadores. según David Kahn, marcó la tendencia en la criptografía española durante casi todo el reinado de los Austrias, lo que puedo confirmar en base a los documentos que he examinado hasta ahora (y de los que hablaremos otro día).
La Cifra General de 1556 consiste en tres elementos. En primer lugar, tenemos un vocabulario o alfabeto en el que cada letra es sustituida por un signo, a escoger entre varios. La letra a, por ejemplo, puede ser cifrada por cualquiera de los siguientes tres símbolos: el número 7, la letra griega omega minúscula y un signo similar al número 4 pero con dos trazos horizontales en la pata. Es lo que ahora denominaríamos una sustitución monoalfabética con homófonos. Las consonantes tenían dos signos para cifrar, y las vocales tres, lo que es un indicativo de que ya en aquella época se tenían en España nociones sobre la frecuencia de las diferentes letras.
En segundo lugar, tenemos un silabario. En él, las principales sílabas de dos o tres letras son sustituidos por símbolos. En la cifra de 1556 hay cifra para un total de 130 sílabas, y en este caso pueden ser cifradas bien por un símbolo, bien por un número de dos dígitos (por supuesto, las 130 sílabas no podían ser cifradas todas por números de dos dígitos, y algunas de ellas sólo tenían el símbolo para ser cifradas; e incluso el cifrado mediante números fue eliminado en cifras posteriores).
Finalmente, tenemos el diccionario. Consiste en un libro de código de una sola entrada, en la que un conjunto de términos comunes son sustituidos por símbolos. La cifra de 1556 constaba con un total de 385 términos en su vocabulario, que quedaban cifradas mediante conjuntos de dos o tres letras.
De este modo, la palabra suma podía ser representada de tres formas: como cuatro signos (usando el alfabeto), como dos signos (mediante el silabario), o como el término tru (usando el diccionario). Este sistema triple recibe a veces el nombre de nomenclador o nomenclátor.
Examínenla, jueguen con ella ... y recuerden aquellos tiempos en que éramos nosotros los que enviábamos tropas a los lugares más recónditos, dominábamos los mares ... y nuestras murallas criptográficas eran la envidia del mundo mundial.
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