LA HISTORIA DE JAVIER:
UNA MÁS ENTRE TANTAS
Rosa Vázquez *
Mª Teresa Lozano*
Partiendo de
un caso real, analizan las autoras cómo en el proceso de aprendizaje cualquier
tratamiento de carácter conductista comporta el riesgo de contribuir
colateralmente a la no autonomía intelectual y moral de los supuestamente peor
dotados, que se sienten invadidos por el miedo a equivocarse, se paralizan y en
definitiva, hacen crecer su fracaso.
El retraso
intelectual se nos presenta como una rueda sin fin de fracasos, con Javier se
nos enseña que es posible escapar de esa rueda y que para ello hay que
encontrar sentido a las tareas que se realizan y hay que comprender que la
responsabilidad nunca puede recaer de forma exclusiva en el individuo, que
además es el que tiene las dificultades de partida.
"No sé.
Tal vez yo era retardado. De todos modos, eso era lo que decían. Me gustaría
que me vieran ahora. Me pregunto qué dirían si me vieran con un empleo regular
y haciendo toda clase de cosas. Apuesto a que no se lo creerían" ED MURPHY (l)
I. Crónica de la eternidad y la
"rueda del infortunio"
La
historia de Javier es una de tantas otras ... historias de niños y niñas
etiquetados como deficientes mentales. Historias que parecen condenadas a la
repetición por la rueda del tiempo. Presentan entre si una similitud asombrosa
y, al mismo tiempo, en cada una de ellas parece la posibilidad de cambio les es
ajena y el transcurrir del tiempo solo consiste en una pura repetición del
presente. Sólo encontramos fracasos que conducen a nuevos fracasos. Un
"no saber" que incapacita más cada día que pasa. Un repertorio de
incapacidades que se multiplican y se hacen crónicas. Una responsabilidad
obligada a permanecer delegada en otros.
Una historia así nos
plantea muchos interrogantes: esa rueda ¿está abocada necesariamente a la
repetición? ¿qué fuerzas misteriosas hacen girar la rueda sobre sí misma? ¿no
se podría detener de alguna forma y empezar a rodar en un sentido diferente,
que no fuese ajeno a la posibilidad de progreso? Queremos aprovechar la
historia de Javier para, al hilo de ella, ir buscando alguna forma de respuesta
a estas preguntas. Se trata de un chico de 17 años con el que una de las
autoras de este artículo, Rosa, tuvo la ocasión de trabajar durante algún tiempo
-aproximadamente tres meses-. La intención del trabajo era validar en la
práctica una cierta forma de diagnóstico e intervención educa-tivas destinadas
a favorecer la autorregulación del sujeto desde una óptica relacional y constructivista
(LOZANO y OTROS, 1997. Queríamos constatar que desde estos presupuestos se
puede ayudar a avanzar a un sujeto sean cuales fueren su edad y condiciones de
partida.
Como en cualquier otro
caso, entendíamos que nuestra intervención tenía que consistir en ir transformando
nuestra forma de relación con el sujeto, introduciendo progresivamente las
ayudas que creyéramos más convenientes para que pudiera avanzar en la
construcción de sus propios mecanismos de autorregulación y progresar en su
desarrollo. Esto supone que el recorrido a realizar con el sujeto es siempre
particular. No hay dos caminos iguales y nadie puede establecer de antemano los
derroteros por los que conducir el proceso. Los cambios a introducir en cada
nueva situación no pueden estar fijados de antemano. Sólo de la comprensión de
lo que está sucediendo en cada momento del proceso se puede inferir cuál puede
ser la ayuda más oportuna. Esto implica que es la misma persona que tiene que
sostener la relación educativa la que se obliga a comprender la situación y a
tomar las decisiones correspondientes. No caben suplencias ni delegaciones en
personas ajenas.
* Profesoras de Didáctica y
Psicología, respectivamente de la Facultad de Ciencias de la Educación de
Cádiz.
Esto no significa que
para esa tarea no se cuente con otro recurso que el sentido común. Sin dejar
nunca de lado tan valioso don, en la práctica de los que nos han antecedido y
en las teoriza-ciones que otros nos han legado podemos encontrar argumentos y
justificaciones para nuestra forma de intervención educativa. Podemos utilizar
esos argumentos y justificaciones para reflexionar sobre nuestra práctica y
hacerla avanzar. Y si esa reflexión se realiza de forma conjunta, como en nuestro caso, el análisis de las situaciones ganará
en perspicacia y la responsabilidad de las decisiones será más compartida y
menos pesada. Con la intención de "hacer camino al andar" pasamos a
relatar nuestra historia, acompañada de las reflexiones realizadas encada
momento y de los argumentos que han justificado las decisiones tomadas.
Javier (2) -así hemos
llamado al protagonista de nuestra historiaestuvo integrado en un centro
escolar ordinario hasta los 14, recibiendo apoyo en un aula de educación especial.
A esa edad fue escolarizado en un Centro de Educación Especial -todavía no
estaba implantada la E.S.O. : En el informe que se realiza con motivo de su
entrada en el Centro se recoge que tiene antecedentes familiares de
deficiencia por línea paterna; además un hermano mayor también presentaba
déficit intelectual y estuvo escolarizado en el mismo Centro. Se dice que la
familia detectó el retraso a los dos años de edad y que recibió atención
logopédica desde muy pronto. A pesar de todo, se le diagnostica en ese momento
una E.M. de 2 años y 6 meses y un C.I. de 40-45 (sic): en conclusión, se le
cataloga como "deficiente mental moderado". Se constata que su peso
y su talla están por encima de su edad pero es "dismórfico". Además
su psicomotricidad es muy inmadura. También se hace dice en el informe que no
presenta problemas de conducta y que se adapta bastante bien a las situaciones
nuevas. En cuanto al lenguaje oral, presenta dispraxia bucolabial. No tiene
problemas auditivos y, sin embargo, apenas articula algunas palabras sueltas
de forma casi ininteligible. Se le califica de "afásico" -en otro
lugar del informe se habla de disfasia-. Según el test de Terman el nivel de
comprensión es de 50 puntos y, sin embargo, el de producción no llega a 30. En
una entrevista posterior con los padres se sabe que todavía no tiene control de
esfínteres nocturno. Paradójicamente la madre parece tener una gran obsesión
por la limpieza y una preocupación excesiva por los cuidados que, según ella,
todavía requería su hijo.
Esa
es la situación en la que Rosa inicia su trabajo. Se encuentra con un sujeto
marcado con diversas etiquetas: "deficiente", "dismórfco",
"inmaduro", "dispráxico", "afásico"... Son las
etiquetas resultantes de los instrumentos de diagnóstico todavía al uso. Con
la excusa de que se trata de instrumentos asépticos y de comprobada
objetividad, se aplican de forma indiscriminada a cualquier individuo para
arrancarle la "verdad" de su problema. Nos encontramos una vez más
con la ingenua creencia del positivismo de que son los hechos los que
"hablan". No se quiere reconocer que los hechos sólo nos dicen lo que
previamente hemos supuesto que nos iban a decir y en el mismo lenguaje en el
que les hemos preguntado, que sólo confirman las sospechas que nosotros mismos
hemos creado. Esto es lo que sucede con la aplicación de instrumentos de
diagnóstico psicométricos. Su aplicación nos lleva a encontrar déficits donde
ya suponíamos que los había. Lo único no totalmente previsible era la cuantía
del supuesto déficit. Las cifras obtenidas dan valor de "verdad" al
déficit. La sospecha tiene ahora consistencia de realidad (GOULD, 1997). Pero,
de paso, se confirman como también verdaderos una serie de presupuestos que
resultan muy peligrosos para el sujeto que sufre los problemas. Serán
utilizados en su contra y dificultarán aún más su posible progreso.
Uno de los presupuestos
radica en el concepto mismo de déficit o disfunción. Al ser pasados por el
filtro de la cuantificación estadística los problemas se reducen a carencias, a
la "falta" de una serie de capacidades que se supone que el sujeto
debía de tener. Como resultado de ser medidos por el mismo listón, aquellos
que consiguen unos logros similares a los de la mayoría reciben el calificativo
de "normales" y, como contrapartida, quienes fracasan en el intento
de llegar a ese nivel medio -o ni siquiera lo intenten- son etiquetados como
"deficientes". Ese juicio, sancionado por el saber profesional,
corre el riesgo de ser interiorizado por aquel a quien se lo adjudican y
convertirse en una "profecía" que llega a hacer realidad.
Otro de esos
presupuestos es que la "causa" de los posibles problemas reside de
forma exclusiva en el individuo. Todas sus dificultades, sus carencias o
disfunciones son atribuidas a la herencia genética u otros factores que,
aunque sean desconocidos, se consideran "endógenos". Por lo tanto la
responsabilidad de resolverlas le compete sólo a él. La posibilidad de salir
del atolladero en el que se encuentra dependerá de los "esfuerzos"
que invierta en el empeño. Esta forma de pensar al respecto, evita que miremos
los problemas desde una óptica relativista, como algo que concierne a las
relaciones entre, al menos, dos sujetos, como un desajuste de esas relaciones
nunca imputable de forma exclusiva a una de las partes. Y, en consecuencia, nos
ahorra el sentirnos obligados a admitir la cuota
de responsabilidad que pudiera correspondernos (FRANKLIN,
1996). Podemos identificar estos presupuestos -y las
prácticas que sustentan- como algunas de esas "fuerzas misteriosas"
que hacen girar para los etiquetados como "deficientes" la rueda del
tiempo sobre sí misma, abocándoles a un continuo fracaso. Quienes tienen que
cargar con esa etiqueta se encuentran en una situación de difícil salida.
Corren el peligro de identificarse con el "veredicto" que otros han
pronunciado y llegar a poner en cuestión las capacidades con las que podrían
contar para seguir avanzando. Por otra parte, están condenados a cargar en
solitario con la responsabilidad de su problema. Tienen que buscar sus propios
recursos para salir del atolladero en el que se encuentran. No pueden contar ni
con sus propias capacidades ni con la colaboración responsable de los otros
¿cómo lograrán escapar a la cadena de fracasos repetidos?.
Sigamos con nuestra historia. En el Centro de
Educación Especial a Javier se le intentó enseñar durante el último curso un
sistema de lenguaje bimodal -palabras apoyadas en gestos- en dos sesiones
semanales de 30 minutos cada una. Según la logopeda, sus progresos habían sido
mínimos porque "colaboraba poco" en el trabajo. Un año más tarde
sólo dominaba los gestos -eventualmente también algunos sonidos onomatopéyicoscorrespondientes
a una veintena de palabras. Por ejemplo asociaba el gesto de frotarse los ojos
a la palabra llorar, hacía el gesto de dibujar unos bigotes con el dedo y decía
mi cuando escuchaba la palabra gato.....
No sabemos exactamente cual fue el sistema de
enseñanza utilizado por la logopeda. Pero los resultados nos permiten inferir
algo al respecto. En cualquier caso, se trató de hacerle aprender palabras
descontextualizadas, asociadas con gestos que en muchos casos podían no tener
ningún sentido para el sujeto que tenía que aprenderlos. Por ejemplo, la atribución
del gesto de hacer como si se llevara algo a la boca a un determinado alimento
-chocolate- y no a otros que también estaban en la lista de palabras a aprender
-uvas, pan, plátano...- no deja de ser arbitraria; tambien
puede resultar difícil establecer la conexión
entre el gesto de darse con la mano en la boca y la palabra indio a quien no ha
jugado previamente a hacer de indio.
La
enseñanza de gestos asociadas a palabras descontextualizadas nos inducen a
pensar que el método de enseñanza utilizado fue conductista. Las técnicas
conductistas están diseñadas para ser utilizadas de forma descontextualizada.
Dispensan de tener que comprender cada una de las situaciones específicas en
las que se aplican. Vienen "como anillo al dedo" para el tratamiento
de problemas cuya explicación se quiere hacer radicar de forma exclusiva en la
"deficiencia" del niño o la niña. Además, son técnicas fundamentadas
en los presupuestos empiristas de que se aprende por repetición -sometimiento
reiterado a los mismos estímulos-, por imitación -reproducción lo más exacta
posible de modelos- y por redundancia -acceso a un misma información desde
diferentes vías perceptivas- FIERRO, 1990, pp.279-280). Cualquier tratamiento
que parta de estos presupuestos, aún con la mejor de las intenciones, tiene el
riesgo de contribuir colateralmente al fracaso intelectual y social de los
afectados.
El
sometimiento continuado a situaciones de aprendizaje similares a aquellas en
las que ya se ha fracasado no deja de ser una forma de hacer girar la
"rueda" de la repetición y propiciar nuevos fracasos. Obliga a enfrentarse
con un sentimiento de fracaso ya conocido que dificulta la tarea y comporta el
riesgo de volver a fracasar. Esto suele conducir a la incapacidad de asumir el
riesgo de equivocarse y, para evitar un nuevo fracaso, no intentar ningún
logro.
La imitación tiene
consecuencias muy similares. Se dice que el modelo tiene que ser sencillo pero,
a la vez, "altamente estructurado" para que pueda ser fácilmente
asimilado y que el aprendiz tiene que reproducirlo de la forma más exacta
posible. El posible éxito de un tal aprendizaje radica precisamente en que
"ahorra" al sujeto que aprende muchos esfuerzos de elaboración y
reorga-nización. Pero, a costa de ahorrar esfuerzos, no se puede desarrollar la
capacidad de organizar por si mismo la información obtenida, es decir, de
pensar con autonomía. El "control" del proceso queda fuera de su
posibilidades y sólo les queda el recurso de dejarse dirigir por los demás. Evidentemente ello no contribuye a la
pretendida formación de sujetos autónomos, responsables y competentes, capaces
de desenvolverse en la vida social.
La redundancia, unida a la repetición y la
imitación, comporta otro riesgo aún mayor: al dejar a los sujetos al margen
del lenguaje merman seriamente su capacidad de comprender lo que ocurre y les
privan de la posibilidad de autorregular su aprendizaje. Desde la óptica
empirista se confía ingenuamente en que todo aprendizaje se produce a través de
la percepción, por mera asociación de las "impresiones sensoriales"
obtenidas del comercio directo con las cosas. Para aprender basta con que los
niños y niñas obtengan esas "impresiones" de la manipulación de un
material diseñado "ad hoc". El uso del lenguaje se reduce a dar las
instrucciones pertinentes de forma "clara y precisa". Pero, desde
nuestros conocimientos actuales, sabemos que la manipulación del material es
insuficiente. La construcción conceptual supone descubrir las características
peculiares y diferenciales de las cosas -posible a través de una percepción
redundante-, pero supone también incluirlas dentro de un sistema conceptual más
amplio y organizarlas. Y esto no es posible sin el recurso a instrumentos de
representación simbólica que permitan situarse más allá de lo perceptivo,
sobre todo el lenguaje verbal. Utilizar técnicas de aprendizaje que dejen a los
sujetos al margen de un lenguaje explicativo es privarles de la posibilidad de
comprender el mundo en el que viven y de desenvolverse en él con autonomía.
En
resumen, cualquier tratamiento de carácter conductista comporta el riesgo de
contribuir colateralmente a la no autonomía intelectual y moral de los
supuestamente peor dotados, a que se sientan invadidos por un miedo a
equivocarse que los paraliza y, en definitiva, a que se vean abocados a un
fracaso cada vez mayor. La inamovilidad de los problemas se justifica por la
impermeabilidad de los "deficientes" a la influencia educativa y no
como fracaso de la forma de tratarlos. La rueda no puede dejar de girar sobre
sí misma.
2. El "contrato comunicativo", plataforma
para la construcción de la autorregulación
En este punto es donde comienza realmente
nuestra historia. Javier cuenta con 17 años de fracasos cargados en sus
espaldas. No podemos de dejar de preguntarnos qué se podría hacer para detener
esa rueda y liberarlo de la condena que pesa sobre él. En principio, tenemos
que hacer un esfuerzo personal por librarnos a nosotras mismas de los viejos
prejuicios positivistas, de hondo arraigo en nuestra tradición profesional y
adoptar una visión relativista y relacional, mucho más desacostumbrada. Y
desde esa perspectiva, intentar hacer una evaluación de los posibles problemas
a partir de la observación participante y trabajar de forma interactiva con el
sujeto en las tareas que consideremos más relevantes y prioritarias para su
proceso de aprendizaje. Todo ello no se puede hacer sin haber establecido
previamente una buena relación personal. Así pues, Rosa tuvo que tomarse un
tiempo para establecer con Javier una relación amistosa que le permitiera
conocerlo mejor y ser aceptada por él.
Durante ese tiempo tuvo ocasión de comprobar
que su escaso lenguaje resultaba muchas veces ininteligible y que tenía serios
problemas cognitivos. Pero también pudo constatar que las tareas a las que se
le sometía, de lápiz y papel, abstractas y descontextualizadas, no conseguían
atraer su atención. Le costaba mucho esfuerzo mantenerse centrado en la tarea.
En consecuencia, Rosa planificó continuar su exploración cognitiva en tareas
que permitiesen la manipulación y un uso más contextualizado del lenguaje. Para
ello elaboró un material con figuras geométricas recortadas, susceptibles de
ser comparadas y combinadas de diversas formas -un trasunto de los denominados "bloques lógicos"-. Había
cuatro clases de figuras geométricas -triángulos, cuadrados, rectángulos y
círculos-, de tres tamaños - pequeñas, medianas y grandes- y de cuatro colores
-azul, verde, amarillo y naranja-. Se podía, por lo tanto, hacer combinaciones
con las figuras en función de tres criterios: forma, tamaño y color. La elección
de este material responde a una determinada concepción de la inteligencia y de
los procesos de construcción conceptual. Construir un concepto y/o utilizarlo
para pensar supone descubrir las características diferenciales de los objetos e
incluirlos dentro de un sistema de representaciones más amplio, que está
jerárquicamente organizado (PIAGET e INHELDER, 1967). Para hacer una exploración
cognitiva puede ser muy idóneo un material que facilite la comparación y sea
susceptible de múltiples formas de ordenación.
Una vez elaborado el material, Rosa le
propuso a Javier que si quería jugar con ella, a lo que éste accedió sin
ninguna reticencia -ya existía una relación de confianza entre los dos-. Vamos
a presentar una secuencia del desarrollo de esta primera sesión. Sentados
juntos en una mesa, Rosa dispone el material sobre ella de forma aleatoria:
unas figuras estaban boca arriba y otras boca abajo. Javier las toca, vuelve
todas hacia arriba para ver el color y empieza a manipularlas buscando
semejanzas. Empieza a hacer emparejamientos entre triángulos de igual tamaño,
prescindiendo del color. Es de destacar la estrategia que utilizaba para
realizarlos: unía las puntas para ver si coincidían; sólo entonces las
apartaba emparejadas. Esto nos indica que Javier ni siquiera tenía la capacidad
de abstracción suficiente para estimar medidas de forma aproximada sin
necesidad de una comprobación directa. Mientras realiza la operación de
emparejar tiene lugar el siguiente diálogo:
Rosa: ¿Te gusta?
Javier: Sí (asiente al mismo con la cabeza)
Constatamos
que ni siquiera en una respuesta tan sencilla como la afirmativa Javier es
capaz de deslindar el lenguaje verbal -el monosílabo sidel gesto
correspondiente. Esto nos induce a pensar que el significado al que remiten las
palabras no es todavía muy distinto del gesto que originariamente fue
utilizado como significante de la afirmación.
Rosa: Enséñame la figura que tienes en la
mano ¿qué es?
Javier:
Triángulo (el vocablo resulta casi ininteligible, pero se puede inferir del
gesto que realiza al mismo tiempo: junta sus manos formando un triángulo).
Empieza a hacer parejas de triángulos, dejando a un lado los cuadrados y los
círculos (la estrategia utilizada para hacer las parejas era unir las puntas
para ver si coincidían).
Rosa, disponiendo el material sobre la mesa,
ha facilitado la iniciativa de Javier. Este centra su atención sobre en la
forma: identifica la pieza como triángulo, prescindiendo de su color o su
tamaño. La forma en un criterio al que sabe dar operatividad: nos lo demuestra
al utilizarlo para hacer parejas. Rosa sigue su iniciativa y dirige también su
atención y sus preguntas a la forma. Además, tomará como punto de partida el
procedimiento de ordenación de Javier ha demostrado conocer: juntar las piezas
iguales. La estrategia utilizada -unir las puntas- nos habla de que el criterio
está usado todavía de forma perceptiva: Javier necesita recurrir a una
"gestalt" para confirmar la igualdad de las figuras. La noción de
forma no es lo suficientemente abstracta para poder regular por sí misma la
operación. Por otra parte, en su respuesta se constata de nuevo la necesidad de
recurrir a los gestos para dar significado a las escasas palabras que conoce
y utiliza, al menos, denominativamente.
Rosa: ¿Y estas otras que
tenemos sobre la mesa?
Javier:
Mira con gesto de preguntar cuáles.
Rosa: Le dirige la atención hacia las figuras
señalándolas con el dedo una a una.
La secuencia nos sigue aportando una valiosa
información acerca de las posibilidades de Javier. No sabe precisar el
significado de la pregunta de Rosa. La pregunta está formulada con una
generalidad que excede sus posibilidades cognitivas: entender lo que significa
el término "otras", utilizado de forma genérica, requiere una capacidad
de abstracción que todavía no tiene. Sin embargo, sabe pedir ayuda -y la buena
relación establecida se lo permite-. Lo hace utilizando el recurso
comunicativo que mejor domina: el gesto. Rosa sabe interpretar oportunamente
la petición de ayuda y responde a ella utilizando también el código gestual
para hacerse entender mejor. No obstante lo acompaña de lenguaje verbal, para
que éste vaya haciéndose cada vez más significativo para Javier
Rosa: Todos estos, éste, éste, éste... (va señalando
con el dedo las figuras) son triángulos ¿no?. Me lo acabas de decir. Javier:
Sí. Y sigue indicando con su dedo el resto de los triángulos que están sobre la
mesa.
En
este momento se produce una inflexión que nos parece importante.
Por primera vez Javier va un poco más allá de la
pregunta de Rosa y se atreve a continuar señalando la serie de los triángulos.
Es una actividad en la que empieza a "adelantarse" al otro por
iniciativa propia.
Rosa: Pero aquí además de triángulos tenemos esta figura (coge un
cuadrado). ¿Es igual que este triángulo? (coge uno de los triángulos)
Javier: Coge las dos figuras, las superpone y dice: No.
De nuevo nos encontramos con que Javier necesita
recurrir a la imagen perceptiva -"gestalt"- de las dos figuras
superpuestas para discriminar su desigualdad.
Rosa:
¿Cómo se llama esta figura? Javier: Mira a Rosa e intenta verbalizar sin
lograrlo.
Rosa:
Cu... Javier: Cuadrado. Rosa: Vamos a poner en este lado todos los cuadrados
Javier: Empieza a separa los cuadrados de los
círculos (los triángulos estaban ya aparte). Mientras lo hace se distrae
El nombre de "cuadrado" en este caso no es
el significante de un concepto abstracto. La estrategias de comparación a las
que recurre Javier nos dicen que es sólo la "etiqueta" verbal con la
que se denomina a una imagen perceptiva. Pero su uso en situaciones concretas,
como en este caso, irá favoreciendo la abstracción progresiva de la noción. La
"etiqueta" verbal funciona como el soporte simbólico necesario para
que la imagen perceptiva "cuadrado" pueda ir separándose de su
contexto inmediato y dando lugar a una representación mental más abstracta.
Javier:
Ya (hace el gesto correspondiente con la mano)
Rosa: A ver. Muy bien. Pero fíjate (las figuras circulares habían
quedado aparte; pero entre los triángulos quedaban todavía algunos cuadrados).
Aquí están los triángulos, pero también hay.... (le indica con el dedo un cuadrado
pero no se lo dice verbalmente, deja la frase en suspenso).
Javier: ¡Ah!. Pone el cuadrado en el montón de cuadrados y vuelve a
mirar hacia donde estaban los triángulos, hace un abarrido visual y encuentra
otro cuadrado: ¡Aquí!. Vuelve a colocarlo con los demás cuadrados.
Rosa: Muy bien, tenemos aquí todos los cuadrados.
La capacidad de autorregulación no supone sólo
planificar un proceso y ejecutarlo de acuerdo con los criterios
preestablecidos -en este caso el procedimiento para encontrar semejanzas y
diferencias y separar en función de ellas las figuras cuadradas de las
circulares-. Supone también revisar lo realizado, comprobar si el criterio se
ha mantenido a lo largo del proceso y los resultados se ajustan al plan
preestablecido. Javier no lo había logrado: se le habían escapado algunos
cuadrados que estaban no entre los círculos -donde había buscadosino entre los
triángulos. Rosa le invita a revisar lo realizado utilizando el lenguaje que
Javier mejor entiende: las palabras apoyadas en gestos. La propuesta es
efectiva. Javier comprende las indicaciones de Rosa y encuentra los cuadrados
que estaban todavía fuera de su sitio. Nos parece importante resaltar que
Javier sigue la propuesta porque la entiende: prueba de ellos es que sigue, ya
sin el apoyo de Rosa, haciendo un barrido visual por el resto de los triángulos
en busca de otros cuadrados que pudieran quedar perdidos y encuentra uno más.
Javier: Coge un circulo con la mano y pregunta: ¿Esto qué es? (hace al
mismo tiempo un gesto facial de interrogación).
Rosa:
Es un círculo.
Javier: Círculo (junta las manos hasta hacer con ellas la forma de una
pelota). ¡Ja, ja!. Dirige su mirada hacia el lugar donde estaban el resto de
los círculos.
En esta secuencia vemos como Javier vuelve a tomar la iniciativa....
¡nada menos que para seguir por él mismo el camino de la construcción
conceptual!. Pregunta -a su manera, apoyándose todavía en gestos- por el nombre
del círculo. Repite el nombre pero utilizándolo como soporte simbólico de un
significado que está reconstruyendo en ese mismo momento. Lo hace con los
recursos disponibles, los gestos manuales. La mirada hacia el resto de las figuras
circulares nos dice que la construcción ha sido efectiva: le sirve para
realizar una cierta generalización.
Javier: Se pone a hacer parejas con las figuras
semicirculares (no sólo había círculos sino también semicírculos de diferente
color y diferente tamaño) hasta formar círculos completos. Después de hacer dos
parejas dice: Mira.
De modo asombroso, Javier prosigue por su propia
iniciativa el curso de la reconstrucción conceptual. La representación mental
del círculo que ha conseguido es lo suficientemente abstracta para servirle de
referente para hacer composiciones -de dos elementos-. Utilizándola de esta
manera la irá afianzando y conseguirá que alcance una abstracción cada vez
mayor.
Rosa:
Has hecho dos círculos. Pero Fíjate, en este de aquí (se lo
indica con el dedo). Es un poco raro ¿no? (Una de los círculos estaba formado
por dos semicírculos medianos, pero el otro estaba formado por uno mediano y
uno pequeño).
Javier:
Ya. Coge el semicírculo más pequeño.
Rosa: ¿Qué le pasa a
ese?.
Javier:
Pequeño. Deja la pieza que tenía en la mano y busca entre el resto de las
figuras circulares. Encuentra un semicírculo mediano y lo une al otro. Dice:
Ya.
De nuevo Rosa invita a Javier a revisar lo realizado y éste entiende
la propuesta y la lleva a cabo con éxito: encuentra e incluso verbaliza donde
residía su error -el tamaño era pequeño- y rectifica. El proceso de
autorregulación sigue funcionando.
Hasta ese momento Rosa había seguido la iniciativa de Javier de centrar
su atención en la forma y utilizarla como criterio para hacer agrupamientos y
composiciones. Ahora decide continuar su exploración trabajando con otra de
las nociones presentes en el material que estaban utilizando: el color. Esto
le permitirá corroborar o modificar el juicio que empieza a perfilar acerca de
las posibilidades cognitivas de Javier. Dirige la atención de éste hacia el
color le sondea acerca de sus conocimientos previos al respecto e incluso se
interesa sus preferencias.
Rosa: Muy bien, Javier. Estos triángulos, cuadrados y círculos que
tenemos aquí son de colores diferentes ¿no?.
Javier:
Sí. Éste (ha cogido un triángulo) amarillo.
Rosa:
¿Y este cuadrado de qué color es? (se lo señala con el dedo)
Javier:
Verde (hace el signo gestual de verde que le habían enseñado)
Rosa: ¿Otro color?.
Javier: Coge un
triángulo verde.
Rosa:
Este triángulo es verde, igual que el cuadrado
de antes. Es el mismo color ¿no hay otro?. Mira al
montón de piezas y señala con el dedo hacia un cuadrado azul mientras
pregunta: ¿De qué color es este cuadrado? Az...
Javier: Azul.
Rosa: Nos falta un color, éste (le indica con
el dedo otra de las figuras)
Javier: Naranja (hace el gesto correspondiente)
Rosa: Entonces tenemos amarillo, verde, azul y naranja ¿qué color te
gusta más?. Javier: Amarillo
Rosa: Te gusta el
amarillo. Es un color muy bonito.
Javier: ¿Ya ti?.
Rosa:
A mi me gusta el color verde.
Javier:
¿Cuál?
Rosa: El verde.
Javier: Mira hacia el
montón de figuras.
Rosa: Éste (señala una pieza de color verde).
Javier vuelve a demostrar que su conocimiento de los colores es meramente denominativo. Sabe asociar la imagen perceptiva inmediata de un determinado color con la etiqueta verbal correspondiente -amarillo, verde...-. Añade, quizás por costumbre, el gesto del lenguaje bimodal tal y como se lo han enseñado. Pero en este caso el gesto no cumple la función supuestamente pretendida. No le ayuda a dar un significado a la palabra verbal y no se consigue la deseable generalización. Javier, aunque mira hacia el montón de figuras, no consigue seleccionar las de color verde. Quizás los signos del lenguaje bimodal le resulte demasiado alejado de su experiencia perceptiva y, por lo tanto, excesivamente arbitrario, mientras que los gestos que asociaba a la forma tenían un carácter figurativo, reproducían de alguna manera la imagen perceptiva y podían constituir un apoyo eficaz para el proceso de abstracción.
Dada la dificultad encontrada, Rosa decide seguir trabajando la noción de color con un material más simplificado. En una nueva sesión elimina el resto de las figuras y ofrece a Javier sólo los triángulos (algunos son equiláteros y otros escalenos)
Rosa: El otro día estuvimos jugando con estas figuras ¿te acuerdas?
(las sostiene en la mano.?
Javier:
Sí (asiente al mismo tiempo con la cabeza)
Rosa:
Pone las figuras sobre la mesa.
Javier:
Empieza a poner las figuras boca arriba.
Rosa: ¿Todos los triángulos son iguales?
Javier: Sí. Continúa manipulándolos.
En un momento determinado empieza a formar cuadrados uniendo dos
triángulos por un lado (el color es irrelevante; algunos cuadrados resultan
del mismo color, otros no). Forma una pareja con el triángulo escaleno y
equilátero (supergrande).
Y
retira la pareja construida.
Rosa desiste de seguir trabajando por el momento el
color. El sí de Javier a su pregunta acerca de si los triángulos eran iguales
ha sido un argumento suficiente convincente. Está claro que las diferencias de
color no son relevantes para él. Le deja hacer y sigue el hilo de sus preocupaciones
actuales. Javier parece ahora interesado en realizar composiciones en función
de la forma y el tamaño -composiciones de dos elementos en función de dos
criterios utilizados de forma simultánea-.
Rosa: Javier, ¿estos
dos triángulos son iguales? (señala con el dedo una pareja formada por un
triángulo equilátero y otro escaleno)
Javier: Empieza a dar
vueltas a los triángulos: retira el
equilátero; compara el escaleno con otro equilátero más pequeño que aproxima a
él; vuelve a retirar éste; busca en el montón de figuras el triángulo equilátero
que descartó y de nuevo lo utiliza para formar la pareja. Luego continúa
haciendo parejas con los triángulos restantes. En un momento determinado coge
la pareja formada por los triángulos equilátero y escaleno que había formado
antes y que luego había apartado. Se da cuenta de que no es igual que las
demás. Echa una mirada de conjunto y descubre que son dos las parejas formadas
por triángulos equilátero-escaleno. Las deshace y con las piezas forma otras
dos parejas equilátero-equilátero y escaleno-escaleno.
Rosa: Javier, estas
parejas que has hecho no son del todo iguales: unas son más grandes que otras
¿no? (dirige la mirada de los cuadrados más grandes a los más pequeños)
Javier:
Sí (asiente al mismo tiempo con la cabeza).
Rosa:
Sepárame las que sean iguales.
Javier:
Empieza a hacer agrupamientos por tamaños (algunos resultan correctos, otros
no)
Rosa: ¿Ya has agrupado las parejas?
Javier: Asiente con la cabeza.
Rosa: Vale, pero aquí
(señala con el dedo) has puesto una pequeña con una grande ¿ves?
Javier: Mira, duda y
empieza a comparar nuevamente triángulos de parejas construidas, tomándolos de
uno en uno.
La tarea acometida era más difícil que las anteriores. Se trataba de
componer nuevas figuras con dos elementos, pero ateniéndose al mismo tiempo
a la forma y al tamaño. Los resultados no podían ser en un principio del todo
correctos. Por dos veces Rosa le invita a revisar lo realizado y en ambas
ocasiones Javier acepta la propuesta y mejora la producción. La primera vez le
hace reparar en las diferencias de forma triángulos equiláteros y escalenos-.
La segunda vez en las diferencias de tamaño. Ambas nociones empiezan a ser
operativas funcionalmente.
Una vez conseguido esto, Rosa intenta volver a
trabajar con el color, dirigiendo hacia esa noción la atención de Javier.
Rosa: Mira, Javier. Los triángulos que tenemos aquí son de diferentes
colores. Javier: Sí (mira a Rosa)
Javier hace un uso del gesto -la mirada en este
caso- distinto del usual. Sustituye el gesto de asentimiento con la cabeza que
solía utilizar como apoyo de su escueto vocablo afirmativo por una mirada a su
interlocutora. ¿Podemos interpretar esa mirada como una pregunta acerca de las
intenciones que están detrás de la intervención de ésta? En cualquier caso es
un gesto de carácter interactivo con el que va más allá de los objetos que le
son presentados, con el que demuestra su conciencia de que la actividad se está
entretejiendo entre los dos.
Rosa: Aquí tenemos un
triángulo amarillo (empieza por ese color por ser el preferido de Javier). ¿De
qué otro color tenemos triángulos?.
Javier: Se queda mirándolos, mira a Rosa y vuelve a mirar a los
triángulos
De nuevo la pregunta por los "otros" colores le resulta a
Javier excesivamente genérica. No alcanza a comprender su sentido a pesar de
su esfuerzo por lograrlo: su mirada nos lo dice. Rosa interpreta el recorrido
de ésta como una petición de ayuda y busca la mejor forma de hacerlo. Recurre,
como en otras ocasiones, a formular otra pregunta mucho más concreta y apoyada
en gestos indicativos.
Rosa: Le señala un
triángulo naranja con el dedo y le pregunta: ¿de qué color es?.
Javier: No contesta. Al rato señala con su dedo un
triángulo amarillo y dice: Amarillo.
Javier no consigue dar ninguna respuesta. Quizás no
recuerda la palabra con la que denominar el color en cuestión. Pero nos hace
saber que esta vez sí ha entendido la pregunta, remedando una pregunta similar
-señala con su dedo otro triángulo- y denomina el color correspondiente -en
este caso el amarillo-.
Rosa:
Coge los dos triángulos -el naranja y el amarillo- y le pregunta: ¿Estos dos
triángulos son iguales?.
Javier: No. Éste (lo
señala con el dedo) es naranja (hace el signo del sistema bimodal
correspondiente)
Javier ha recordado por fin la palabra para
denominar el color naranja. ¿Le ha ayudado el hecho de que la proximidad de las
dos figuras le permitía abarcarlos en el mismo golpe de vista y captar mejor
sus diferencias?.
Rosa: Muy bien.
Entonces tenemos triángulos amarillos y naranjas ¿tenemos de otros colores?.
Javier: Coge un triángulo verde y dice: Verde (hace
el gesto correspondiente)
La pregunta de Rosa vuelve a ser genérica. Otra vez
se le pide a Javier que piense en los "otros" colores. Pero esta vez
si es comprendida: Javier sabe encontrar la respuesta -aunque incompleta-.
Quizás le haya ayudado la secuencia seguida hasta su formulación: anteriormente
ha identificado una figura amarilla y otra naranja. Esta secuencia es apuntada
en el preámbulo de la propia pregunta: Tenemos triángulos amarillos y naranjas...
Rosa:
Bien, ¿nos queda algún color más que no hayamos dicho?.
Javier:
No.
Rosa intenta que termine la serie sin conseguirlo. Recurre a utilizar
de nuevo la estrategia de la identificación.
Rosa:
Coge uno azul y pregunta: ¿Éste de qué color es?
Javier: Lo mira y dice:
Azul.
Rosa: Entonces tenemos
triángulos amarillos, naranjas, verdes y azules.
Javier: Va indicando el cada color señalándolo con
el dedo y/o signándolo
La estrategia de la identificación ha resultado. Javier consigue
denominar el último de los colores. Rosa apuntala el resultado volviendo a enumerar
la serie completa con palabras. Javier el acompaña con gestos: el de señalar
con su dedo y/o el signo arbitrario que le han enseñado.
Llegados a este punto Rosa decide encaminar sus pesquisas
hacia la "inclusión lógica". Intenta saber si, de alguna manera,
Javier será capaz de reconocer un conjunto de elementos como parte de un todo
más amplio. Esta operación es fundamental para levantar la arquitectura de la
construcción conceptual.
Rosa: Quedamos antes en que tenemos triángulos de color amarillo,
naranja, verde y azul. Todos son triángulos de colores ¿no?.
Javier: Sí.
Rosa: Javier, sepárame
los triángulos amarillos de los que no lo son.
Javier: Empieza a coger los triángulos... Cuando
cree que ha terminado dice: Ya.
Rosa: ¿Ya has terminado? ¿No hay más triángulos amarillos? (aún quedan algunos
triángulos amarillos entre el montón de los que no lo son).
Javier: No. Se pone a mirar el montón, se da cuenta de los
que quedan aún y los retira.
Se hace evidente que Javier consigue separar
conjuntos utilizando el color como criterio, aunque la tarea le requiera
revisar por dos veces lo realizado. La noción de color ha empezado a ser
operativa.
Rosa:
Javier ¿qué hay más triángulos amarillos o triángulos de colores? Javier:
Triángulos amarillos.
Rosa:
Triángulos amarillos... ¿hay más amarillos que triángulos de colores?
Javier:
Con una mano va apartando los amarillos y con la otra los triángulos de los
demás colores. Insiste: Amarillos.
Rosa:
¿Los verdes, azules y naranjas son triángulos?.
Javier: Los mira y dice: Sí.
Rosa: ¿Y los amarillos? Javier: Sí.
Rosa: Entonces, todos los triángulos que aquí tenemos, los amarillos,
los verdes, los azules y los naranjas son triángulos de colores?
Javier: Asiente con la cabeza.
Rosa: Bien. Separa
nuevamente los amarillos de los demás y vuelve a preguntar: ¿Hay más
triángulos amarillos o de colores?.
Javier:
Amarillos.
A pesar de todas las maniobras de Rosa para hacerle revisar su respuesta
Javier insiste en repetir que las figuras amarillas son más numerosas. La
secuencia nos demuestra que ni la noción de color ni la de forma -triángulo-
han llegado a ser lo suficientemente abstractas como para permitir su
ordenación lógica en clases inclusivas. Javier puede reconocer perceptivamente
que todas las figuras -sea cual fuere su color- son triángulos. Puede, también
perceptivamente reconocer sus diferentes colores. Pero no puede reconocer -esto
no puede hacerse perceptivamente- que las figuras amarillas son a la vez triángulos
y tienen que contar como tales. Dar
una respuesta correcta hubiera supuesto la capacidad de reunir en una clase
única todos los triángulos -inclusive los amarillos- y, a la vez, separar éstos
de los demás. Se trata de dos operaciones inversas que sólo se pueden realizar
juntas mentalmente. Javier está todavía lejos de poder hacerlo: su pensamiento
sigue todavía muy ligado a lo concreto, a lo inmediatamente perceptible.
3.
¿Hacia dónde dirigirnos? Una pregunta que no puede olvidar las huellas del
pasado
Hasta aquí llegan las sesiones destinadas a explorar las
posibilidades cognitivas de Javier. Es el momento de hacer una valoración de
conjunto de toda la información obtenida al respecto y de tomar las decisiones
oportunas en lo relativo a la forma de intervención a seguir. Todos los datos
obtenidos nos indican que Javier se maneja con unas representaciones mentales
todavía muy adheridas a lo perceptivo: es capaz de reconocer formas, tamaños,
colores... si puede centrar en ellos su atención visual. También puede utilizar
esas nociones para buscar semejanzas y diferencias entre los objetos y para
separarlos o unirlos en función de ellas. También es capaz de componer una
nueva figura a partir de otras dos similares. Pero, más allá de esto, las
representaciones mentales no le resultan operativas. No son todavía lo
suficientemente abstractas.
Sin embargo, con el soporte de una buena relación personal, se nos
muestra capaz de sostener iniciativas, de comprender la sistemática de ciertas
tareas básicas y de perseverar en su realización, de revisar lo hecho e
introducir las rectificaciones oportunas. Es verdad que depende todavía en
gran medida del "otro-más-experto". Pero es capaz de preguntar
-aunque sea con gestos- cuando no comprende y, en ocasiones, ir más allá de la
tarea que se le ha propuesto. Estos recursos serían suficientes para permitirle
seguir avanzando. Nos lo ha demostrado al reconstruir conceptualmente la
noción de círculo y utilizarlo de forma espontánea para hacer combinaciones de
dos elementos y componer círculos.
No podemos dejar de hacernos la pregunta ¿por qué ha avanzado tan poco
a lo largo de sus 17 años? Sabemos que no hay respuesta posible. Cualquier
tentativa sería un atrevimiento. La complejidad de las situaciones por las
que ha podido pasar, los diversos derroteros que en cada caso él mismo pudiera
haber elegido, las razones ocultas que le pudieron mover nos obligan a pensar
que cualquier respuesta puede ser una enorme mentira. Pero no por ello podemos
dejar de buscar algún elemento que nos parezca crucial en la historia del
fracaso de Javier, algún elemento que, aunque sea de forma muy parcial,
explique por qué ha avanzado tan poco en esos 17 años a pesar de los recursos
con los que cuenta y que podamos utilizar como pivote para organizar la forma
de intervención educativa que le ayudaría a salir de la situación en la que se
encuentra. La teoría psicológica puede ayudarnos a encontrar ese elemento
crucial: sabemos que el lenguaje es el elemento organizador de las relaciones
interpersonales y de la actividad que se comparte y, por ello, también de los
procesos cognitivos del cada individuo; sin el concurso del lenguaje, la
actividad no pasa de ser funcional, restringida a contextos muy conocidos de
antemano y repetitiva, el pensamiento -si se le puede denominar así- está
necesariamente ligado a lo concreto, a lo inmediatamente perceptible; sólo el
uso de un código simbólico gramaticalizado permite la regulación necesaria para
ir desprendiéndose de las adherencias a lo concreto y organizando la propia
actividad -práctica y mental- de manera que resulte conveniente para múltiples
contextos y situaciones (BRUNER, 1984; LACASA y VILLUENDAS, 1988).
Javier no ha conseguido todavía desprenderse de lo inmediatamente
perceptible y, por ello, su capacidad operatoria es todavía muy incipiente. Por
otra parte, sabemos que apenas habla. Comprende el lenguaje verbal si éste se
mueve en el plano de lo concreto e incluso se apoya en códigos gestuales
deícticos, que delimitan claramente el contexto de referencia. Cuando se
utilizan expresiones más genéricas no alcanza a comprender su sentido. Por otra
parte, su uso del lenguaje verbal se nos muestra muy limitado. Se reduce a
utilizar vocablos para afirmar o negar o para denominar algún objeto o
propiedad suya presentes. Estos usos apenas requieren una articulación
gramatical ¿Acaso Javier no sabe hacer un uso más gramaticalizado del
lenguaje?.
La gramática, como otros muchos recursos
culturales, se aprende en el juego de las relaciones interpersonales. Antes de
convertirse en el formato del lenguaje verbal de un sujeto ha sido
gramática-en-acción reguladora de los intercambios con los otros (BRUNER, 1984) ¿Es que Javier no ha tenido
esa oportunidad? Sabemos que ha presentado dispraxias desde sus inicios en el
lenguaje verbal, que siempre tuvo y sigue teniendo problemas de articulación
verbal ¿Acaso por estos problemas se ha visto "excluido" de los
circuitos de comunicación habituales en la vida cotidiana? Evidentemente son
preguntas para las difícilmente podremos encontrar respuesta. Pero tampoco la
necesitamos para nuestros propósitos: organizar la forma de ayudar a Javier
para que pueda seguir avanzando.
Lo que si sabemos de él, en cambio, es que
ha estado sometido durante mucho tiempo -¿quizás desde siempre?- a tareas
rutinarias y repetitivas, carentes de sentido y, por lo tanto, en las que
huelga cualquier uso significativo del lenguaje distinto del de dar-yrecibir
las correspondientes consignas. Javier nos habla de ello a través de su forma
de realizar muchas de las tareas escolares ordinarias. Por ejemplo, es patente
su forma de repetir rígidamente el modelo que le es presentado de forma
inmediata sin preocuparse de entender el significado de lo reproducido:
Se le enseña a Javier una lámina con una
imagen femenina debajo de la cual está escrita la palabra "mamá" y se
le dice verbalmente esa palabra mientras se le señala la imagen. Javier repite
verbalmente la palabra. A continuación se le muestra otra imagen -esta vez
masculina- con la palabra "papá" escrita. Se le señala la imagen y
Javier vuelve a decir "mamá".
Es evidente que la respuesta de Javier es
una mera repetición del vocablo escuchado anterio-mmente, ajena a cualquier
discriminación significativa entre la imagen femenina y la masculina que le
han sido presentadas. La misma rigidez para atenerse al modelo inmediato se puede constatar en tareas de copia de
palabras escritas:
Javier está copiando de una muestra que le
ha sido presentada las palabras -sin sentido- "mu no", "ma
nna", "mi ne", "ma ne". Empieza a copiar otra serie
parecida con la letra "p". Cuando tiene ya escrita la sílaba
"pa" una de las compañeras grita y Javier se distrae de la tarea que
tiene entre manos. Cuando vuelve a poner su atención en ella, busca el lugar
donde se detuvo, la sílaba "pa", mira la palabra "ma nna"
que tenía escrita un poco más arriba y la señala con el dedo, vuelve a la
sílaba "pa" en la que se había quedado y la completa con "ma
nna" -escribe "pa ma nna"-.
De nuevo vemos que Javier, en las tareas
escolares ordinarias se remite al modelo que acaba de mirar, olvidándose de la
propuesta de trabajo inicial. Antes le hemos visto asumiendo iniciativas y
empleando todos sus recursos cognitivos disponibles en tareas que comprende y
que le resultan interesantes -las tareas que Rosa le propuso-. Ahora le vemos
volver a la costumbre de repetir mecánicamente el modelo inmediato. La explicación
es que la mayor parte de las tareas escolares están descontextualizadas y
carecen de sentido para el supuesto aprendiz. Es arbitrario y difícilmente
significativo denominar "mamá" o "papá" a dos figuras probablemente
muy alejadas de la propia realidad y, más todavía, copiar palabras como
"mu na" o "mine". Si quien tiene que realizar la tarea no
comprende su sentido no puede asumirla como propia y poner en juego los
mecanismos de autorregulación indispensables para llevarla a buen término.
Está condenado a una ciega repetición que sólo puede conducir a un fracaso
cada vez mayor. La repetición mecánica no puede reportar ningún aprendizaje
significativo, que el sujeto pueda utilizar en contextos diferentes del
escolar. Pero, además, tiene un efecto colateral que resulta muy perjudicial:
lo que si se aprende a través de la repetición mecánica de tareas es a depender
del control externo.
Durante la realización de las copias, Javier
necesitaba constantemente la aprobación del "otro-experto". Cuando
no conseguía ajustarse a las directrices del otro y/o éste le corregía,
difícilmente lo toleraba: se negaba a continuar y pedía que hicieran el
trabajo por él.
Las tareas de reproducción de modelos
presentan la aparente ventaja de facilitar el éxito al "ahorrarle"
al sujeto que aprende de tener que emplear sus propios recursos para elaborar y
organizar los datos. Pero, a costa de
ahorrar el esfuerzo de elaborar no se puede desarrollar la autonomía
intelectual. El precio de aprender de esta manera lo pagan los aprendices, que
llegan a pensar que el "control" de lo que les sucede está fuera de
su posibilidades y que sólo les queda el recurso de dejarse dirigir por los
demás. En esas condiciones es muy fácil verse invadido por un miedo a
equivocarse que acaba paralizando y, en definitiva, verse abocado a un fracaso
cada vez mayor.
¿Qué hacer ante la situación en la que ha
llegado a encontrarse Javier? Lo que nos parece prioritario es restituirle a
los circuitos comunicativos de la vida cotidiana, "incluirlo" en las
conversaciones habituales de las que, según parece, suele estar excluido (STAINBACK y STAINBACK, 1999; VLACHOLL, 1999). Necesita ante todo hacer un uso significativo de un código gramatical
izado. Los signos manuales de los que se ayuda no constituyen un código tal
y, aunque provisionalmente le supongan un apoyo necesario, tienen que ir
siendo sustituidos poco a poco por un lenguaje con gramática. Esa sustitución
se logra cuando el sujeto consigue transformar sus gestos habituales en
significados de las palabras que empiezan a ser utilizadas en intercambios con
los otros que tengan sentido para él. Javier necesita que se le hable y que se
le escuche. Pero, para mantener el intercambio dentro de los límites de su
comprensión y que le resulte significativo, esto hay que hacerlo en contextos
todavía concretos, donde los referentes del lenguaje estén al alcance de la
percepción inmediata y en situaciones que propicien que la actividad sea intencional,
es decir, en situaciones en las que Javier se proponga o acepte llevar a cabo
una tarea -que comprende- y en función de ella movilice los procedimientos que
conoce, sus representaciones mentales y sus recursos comunicativos. Sólo así
irá construyendo significados cada vez más abstractos y operativos,
organizados en una trama significativa, al mismo tiempo que va apropiándose
del código convencional y gramaticalizado puesto en juego en los intercambios
con el otro.
Incluir a Javier en los circuitos de comunicación de su vida cotidiana
exige dejar de plantearle situaciones "ad hoc" -que, sin embargo, han
sido útiles para el diagnóstico inicial- y acompañarle en su actividad escolar
ordinaria. Rosa decide pasar la mayor parte de su tiempo disponible dentro del
aula de Javier para tener ocasión de hablar con él en las diferentes
situaciones escolares a las que se tiene que ir enfrentando a lo largo de su
jornada escolar. Dentro del aula, en situaciones habituales, aprovecha para
volver a trabajar con él de forma significativa la clasificación en función de
la forma, de la utilidad de los objetos, del color..., la comparación y
ordenación de cantidades e, incluso, la noción de conservación. En todas estas
situaciones Rosa sigue ayudando a Javier a comprender la tarea que se le
propone y comprueba repetidamente que, cuando ésta está contextualizada y le
resulta significativa, Javier consigue los resultados pretendidos. Ha empezado
a salir del atolladero en el que se encontraba.
Volvamos a retomar el
hilo de nuestras reflexiones iniciales. El retraso intelectual se nos presenta
como una rueda sin fin de fracasos. Pero Javier nos ha enseñado que si es posible
escapar de esa rueda. La condena no tiene por qué ser a perpetuidad. Para salir
sólo hay que encontrar sentido en las tareas que se realizan habitualmente,
comprenderlas para asumirlas como propias y empeñar en ellas todos los
recursos disponibles. Pero esa responsabilidad no puede nunca recaer de forma
exclusiva en el individuo, mucho menos si éste tiene dificultades de partida.
La comprensión requiere siempre un desciframiento, una "lectura" de
la situación desde un código, que por princi-pio, tiene que ser social.
Ayudarle a descifrar las situaciones utilizando un código convencional y
gramaticalizado de forma que no escape a sus posibilidades de comprensión es
detener la rueda aniquiladora de la repetición y abrir par él la posibilidad de
hacerse cargo de su propio andar y empezar a avanzar por el camino de la reconstrucción
cognitiva.
(I) Ed. Murphy es el progatonista de la historia que relatan Taylor y Bogdan
en el capítulo titulado "El que es juzgado, no los jueces. Una visión
desde adentro del retraso mental", de su obra Introducción a los métodos
cualitativos de investigación, Barcelona: Paidás, 1998, 188-201.
(2) Se omite su verdadero nombre, así como el de la Institución en la
estaba escolarizado para preservar su derecho a permanecer en el anonimato.
BRUNER, J. (comp. de J.L. Linaza) (1984): Acción, pensamiento y lenguaje, Madrid:
Alianza.
FIERRO, A. (1990): "La escuela frente al déficit intelectual", en A.
Marches¡, C. Col¡ y J. Palacios: Desarrollo psicológico y educación, vol.III:
Necesidades educativas especiales, Madrid: Alianza, 277-290.
FRANKLIN, B.M. (comp.) (1996): Interpretación de la
discapacidad. Teoría e historia de la educación especial, Barcelona:
Pomares-Corredor.
GOULD, S.J. (1997): La falsa medida del hombre, Barcelona: Crítica.
LA CASA, P., y
VILLUENDAS, D. (1988): Acción y representación en el niño:
interacción social y aprendizaje, Madrid: M.E.C.
LOZANO, Mª T. y OTROS (1997): "La construcción de un modelo de
diagnóstico e intervención interactivo y sus implicaciones en el desarrollo
profesional", Symposium presentado en, el Congreso Modelos de
investigación educativa, Sevilla.
MARTIN, E. y MARCHESI, A.
(1990): "Desarrollo metacognitivo y problemas de aprendizaje", en A.
Marches¡, C. Col¡ y J. Palacios ( 1990): Desarrollo psicológico y educación,
vol. III: Necesidades educativas especiales, Madrid: Alianza, 35-47.
PIAGET, J. e INHELDER, B.
(1967): La génesis de las estructuras lógicas elementales. Clasificación y
seriación, Buenos Aires: Guadalupe.
STAINBACK, S. y
STAINBACK, W. (1999): Aulas inclusivas, Madrid: Narcea. VLACHOLL, A.D. (1999): Caminos hacia una
educación inclusiva, Madrid: La Muralla.