En torno al curriculum integrado

 

El curriculum integrado: una propuesta para la transgresión

 

No deja de ser curioso (y es una forma de adjetivarlo) que los aires de la actual revisión de la reforma de 1990 vayan en la dirección de aumentar los contenidos (el número de horas de clases obligatorias) de las denominadas Humani­dades (la Música y las Artes Visuales no entran en esta categoría, y van a ser, junto a la Educación Física, y la Tecnología, las víctimas de este des­vestir un santo para vestir a otro) y de las Mate­máticas. En lugar de reflexionar sobre lo que está pasando en la secundaria, de tratar de aprender de las experiencias de quienes se están plantean­do cómo educar a los adolescentes en un mundo en el que las reglas están cambiando, las autorida­des ministeriales y autonómicas y los defensores del status quo del profesorado, se lanzan a un más de lo mismo: no querías café, ¡pues te pongo cuatro tazas!

En lugar de pensar en formas alternativas de organizar el currículum que incorporen lo emer­gente, que tengan en cuenta la construcción de las identidades de los adolescentes, que establez­can puentes con lo que (les) pasa fuera de la escuela, que brinden experiencias "auténticas" de aprendizaje, se prosigue con la idea de que todos los estudiantes de la secundaria van a ir a la uni­versidad, y se les pretende enseñar tal y como fueron enseñados la mayoría de los profesores (que por otra parte no se han formado para ser profesores, no hay que olvidarlo). Es por eso que se piensa, y es sólo un ejemplo, que aumentando el número de horas de literatura los estudiantes van a interesarse más por la lectura, sin plantear­se que la mayor parte de las clases de literatura son impartidas por quienes se limitan a dictar apuntes, tienen muy poco en cuenta la cultura popular de los adolescentes, y sobre todo, trans­miten poca pasión como lectores.

En lugar de dar una mayor flexibilidad a la organización del currículum y desescolarizar el aprendizaje, se continúa controlando y conside­rando prioritario el número de horas obligatorias que hay que impartir de cada materia y de la generalización de objetivos (que todos han de conseguir). En especial esos chicos (porque son sobre todo chicos) que están en otro "lugar" y que no encuentran su sitio para aprender en la estructura organizativa y curricular que hoy se les ofrece. Se les aguanta como se pueda en primero y segundo de la ESO (o se les mete en grupos "gamma" como en algún instituto de Cataluña), y se les segrega definitivamente (para no afectar a los "buenos") en tercero de la ESO mientras matan el tiempo en actividades poco significati­vas. Todo ello desde la rigidez y la más absoluta falta de imaginación. Suerte que todavía no se ha puesto de moda entre nosotros doparlos o admi­nistrarles calmantes como sucede en algunas escuelas de Estados Unidos. Pero todo se andará.

En la actualidad, en muchos lugares profeso­res, políticos e investigadores que comparten otros valores educativos y socializadores de la escuela, se están planteando qué hacer, en qué ha de cambiar la escuela para que todos los alumnos encuentren en ella un "lugar" para aprender (¡este es uno de los sentidos de la democracia!). Una de las líneas que se están desarrollando es revisar (¡no a reproducir!) propuestas de los años setenta y ochenta, que tuvieron éxito en lograr que un mayor número de chicos y chicas encon­traran sentido a ir a la Escuela. Alternativas que quedaron diluidas (como sucedió con las iniciati­vas de educación progresista de los años cincuen­ta y sesenta frente al alud del conductismo y la enseñanza por objetivos observables y medibles) y casi olvidadas en la oleada persuasiva de las reformas nacionales de los años noventa. La bri­tánica y la española como ejemplos contrapuestos­

que acaban por hacer converger, primero el thatcherismo con la socialdemocracia, y ahora a Blair con Aznar en el fin común de desprofesio­nalizar a los docentes al convertir una actividad profundamente social, en una tarea técnica y dependiente de los expertos (del curriculum pri­mero, ahora de los programadores de competen­cias, y mañana de los diseñadores de las evalua­ciones para saber "el nivel" de los alumnos).

Una de estas recuperaciones (además de vin­cular las escuelas a proyectos de innovación, implicar a la comunidad educativa, introducir for­mas alternativas de organizar el tiempo y el espa­cio, expandir la noción de contenidos más allá de las materias escolar, revisar la noción de discipli­nas,...) es la de curriculum integrado. Expresión que remite, por suerte, a definiciones diversas, pero que en la práctica recupera un sentido de la relación educativa, del enseñar y aprender en la Escuela que pone en otro "lugar" al papel actual que ejercen una buena parte de los docentes y los alumnos. Los primeros actuando como refe­rencias distantes, "talking heads" preocupados por imponer su autoridad y mantenerse culturalmen­te lo más alejado posible de esos "otros" a quie­nes se viven como amenazantes; y los segundos a los que no se considera como sujetos con biogra­fía, miedos, dudas, incertidumbres e intereses, sino como seres problemáticos o se les compara con lo que cada cual piensa que era "cuando tenía su edad".

Este número de Kikirikí pretende situar unas bases para el debate en torno al currículum inte­grado, con la finalidad de contribuir a crear un estado de opinión que libere a muchos profeso­res del corsé que hoy les autolimita en su trabajo, y rescate la necesidad de afrontar con imagina­ción y buenas dosis de transgresión la situación en la que hoy se encuentran muchas escuelas (tanto de primaria como de secundaria). Escuelas y profesores que, como decían Stoll y Fink, serían una buenas escuelas y unos buenos docentes,...si estuviéramos en los años setenta.

 

Fernando Hernández

Coordinador de este dossier y profesor

de la Universidad de Barcelona.