CURRICULUM Y EXCLUSION SOCIAL
Alfredo Veiga Neto*
El enfoque disciplinar en la organización del currículum escolar responde, en opinión del autor, a una lógica de exclusión gestada desde el lluminismo y articulada en la Modernidad, que ha posibilitado la constitución de unos sujetos modernos que asumen la exclusión como algo "natural". Frente al arraigo de la disciplinariedad en el curriculum y la dificultad de sustituirla, mientras que no cambien los principios modernos que le han dado legitimación, el autor propone adoptar una estrategia basada en pensar alternativas curriculares que no se preocupen tanto de deshacer la disciplinariedad, sino que la coloquen en tensión permanente con la interdisciplinariedad o, si preferimos, con la transdisciplinariedad.
Se ha vuelto un lugar
común decir que vivimos en una época de profundas y generalizas
transformaciones sociales, incertidumbres y desilusiones. Más que nunca, las
promesas iluministas de un mundo más justo, más igualitario, libre, fraterno y
feliz parecen diluirse en el horizonte de nuestras esperanzas. Esta situación
aparece tanto más amenazante y deprimente en la medida en que se trata de un
fenómeno a escala mundial, sin señales de reversibilidad a corto y a medio
plazo.
Hoy son numerosos los
estudios que han abordado ese estado general del mundo moderno. Algunos de cuño
más analítico, otros más descriptivos, en su mayoría atribuyen a factores predominantemente
económicos las causas de lo que se acostumbra a denominar como crisis de la
Modernidad. Una crisis que, en muchos de estos caos, es vista como una crisis
del propio capitalismo. Algunos otros estudios, es verdad que menos
numerosos, entienden que la economía no tiene ese papel preponderante que se
le atribuye, y que por el contrario, las estructuras economicas están
implicadas, de manera inmanente, con muchos otros elementos o
"factores" que se engendraron históricamente en la cultura
occidental y que hoy, como resultado de los procesos de globalización, se ha
extendido por todo el planeta. En otras palabras, para estos últimos, tales
estructuras, y su funcionamiento, participan en cuanto condiciones de
posibilidad, lo que significa, que son causadas y causa de las mudanzas
sociales, culturales y políticas que estamos viviendo.
* Profesor
Titular de la Universidad Federal de Río Grande del Sur (UFRGS) (Departamento
de Ensino e Currículo da Faculdade de Educaçáo) y del Programa de
Postgraduación en Educación de la misma universidad, Porto Alegre, Brasil.
Traducción: Fernando Hernández.
La noción de implicación
inmanente, particularmente de la forma en que fue desarrollada por DELEUZE
(1988, 1991), me parece especialmente interesante. Esta noción nos obliga a
colocar en el análisis de la crisis de la modernidad, una amplia gama de elementos
(culturales, sociales, históricos, políticos, biológicos, geográficos y, sin
duda económicos, para citar los más comunes) como también, no asume á priori
destacar cualquiera de estos elementos. Con eso, como nos han demostrado
tanto los estudios culturales como muchos autores postmodernos (I), se consigue
destacar y/o valorar ciertos acontecimientos, acuerdos y relaciones que, hasta
hace poco, permanecían en la sombra. Además de eso, la implicación inmanente
también es importante para que se comprenda que todo fenómeno social está
siempre conectado por el poder (2). En este caso, "conectado"
significa "indisolublemente ligado" y "sin relación de
causalidad lineal". Es más, la noción de implicación inmanente asume que
antes y más de que lo que representa, el lenguaje confiere sentido al mundo.
Entendido de esta manera el lenguaje, los discursos, en cuando su
manifestación, no son "conjuntos de signos (elementos significantes que
remiten a contenidos o a representaciones), sino a prácticas que forman de
manera sistemática los objetos de que hablan" (FOUCAULT, 1987: 56). A eso se refieren los autores que asumen
la imposibilidad de evadirnos de nuestras mentes (lo que quiere decir,
imposibilidad de colocarnos en una posición extra-lingüística privilegiada a
partir de la cual pudiéramos describir, interpretar o representar incesantemente
el mundo), tal y como se expresó RORTY ( 1997: 25): "Ellos no aceptan la imagen cartesiano-kantiana propuesta
por la idea de 'nuestra mente' o de 'nuestro lenguaje', en cuanto un 'espacio
exterior' que puede ser contrastado con alguna cosa (tal vez alguna cosa muy
diferente) 'exterior"'.
Es a partir de esos
puntos que se puede comprender el programa de una nueva crítica a la
Modernidad. Esa crítica, a la cual denominé hipercrítica (VEIGA-NETO, 1997a),
para no caer en la paradoja de bootstrap (3), depende de las metanarrativas
iluministas, basándose en los fundamentos epistemológicos de la modernidad y
emprende un nuevo e insatisfecho trabajo crítico, ahora desconfiando hasta de
si mismo. Es una postura como esa la que permitirá a autores como Bauman,
Foucault, Lyotard, Derrida, Deleuze, Rorty, por citar tan sólo a algunos entre
muchos, ofrecer nuevos e interesantes insights sobre el mundo contemporáneo.
Si me extiendo en estos
comentarios es para registrar que, a partir de
estas perspectivas hipercríticas, se puede entender que ese estado de cosas, al
que denominamos crisis de la Modernidad, puede ser comprendido no como un
resultado de influencias predominantemente económicas, sino como un desarrollo
avanzado del sentimiento de que el proyecto ordenador articulado en los
principios de la Modernidad no pasaba de un proyecto inventado. Eso no
significa colocarla en el banco de los reos para juzgarla; en su tiempo el
proyecto iluminista fue crucial para la articulación de una nueva racionalidad
política y la desaparición de Roma (4), proceso que culminó con la constitución de los Estados modernos.
Comprender el proyecto
iluminista en cuanto un proyecto inventado significa desnaturalizarlo, no
aceptarlo como necesario, entender su enraizamiento histórico, y por todo eso,
pensar en otras posibilidades fuera del encuadramiento paradigmático que se
justificó en un escenario geopolítico, social, cultural, económico, etc.,
cuyas práctica y valores eran bastante diferentes a las prácticas y valores de
este cambio de milenio. Significa, también, no estacionar el lamento nihilista
que se auto-acusa de incompetente para realizar plenamente la mayoría de edad
humana. En otro lugar me referí a esta cuestión diciendo:
Si la posmodemidad es un tiempo de melancolía frente a los fracasos
del proyecto moderno, si sentimos que la nuestra es una época de fragmentación
y despedazamiento, es porque el horizonte prometido no era más que una promesa.
Es un autoengaño pensar que perdemos las estabilidades y homogeneidades
modernas, pues no se puede perder lo que nunca se tuvo. Si perdemos algo fue,
sin duda, la ilusión, y eso hay que festejarlo. (VEIGA-NETO, 2000b:203-204).
En su
incansable tentativa de distinguir el orden del caos, el progreso del atraso,
la luz de la obscuridad, la Modernidad llevó a las últimas consecuencias los
ejercicios de denominar y clasificar, con la promesa de fijar últimamente
todos los sentidos, de exorcistar la causalidad, determinar la causalidad,
eliminar lo imprevisto, incluir toda diferencia, domesticar la ambivalencia.
En cierta manera,
combinando la alegoría platónica de la caverna con un programa sistematiazador
y clasificatorio aristotélico, los artífices de la Modernidad, cada uno a su
tiempo, cada cual a su modo: Descartes, Leibniz, Kant, Hegel, Hobbes, Comte,
Locke y otro más, creyeron poder eliminar toda ambigüedad del mundo (natural y
social). No se dieron cuenta de que, cada operación de "claridad y
distinción" (5), la ambivalencia se plantea nuevamente, dado que, al
contrario de lo que pensaban sobre todo los positivistas lógicos, "la
ambivalencia no es el productor de la patología del lenguaje o del discurso"
sino "es, antes, un aspecto normal de la práctica lingüística. Deriva de
una de las principales funciones del lenguaje: la de nombrar y clasificar. Su
volumen aumenta dependiendo de la eficiencia con que esa función es desempeñada" (BAUMAN, 1999:9)., De ese doble ejercicio de atribución y distinción,
fijación y jerarquización, representación y ordenamiento, resultó todavía más
ambivalencia y, como consecuencia, más ambigüedad. De nuevo, aquí, es útil la
analogía de la paradoja de bootstrap: en el sentido de que cualquier tentativa
de resolver la ambivalencia genera más ambivalencia, aumentando el grado de
ambigüedad del mundo. Pero eso no se restringe al campo de la epistemología,
pues a medida que las prácticas lingüísticas no son fenómenos epistemológicos
"puros", neutros, pero están indisolublemente imbricados con la
voluntad de poder, del aumento de
ambivalencia no resultan categorías simétricas. BAUMAN (1999:22) dice que
"la dicotomía es un ejercicio de poder y es el mismo tiempo su disimulo.
(..) La falsa simetría de los resultados encubre la asimetría del poder que es
su causa" Hay un viejo dicho popular que explica bien esa cuestión:
"quien parte y reparte se lleva la mejor parte" ...
Si
tomamos el lema iluminista de "igualdad" la magnífica síntesis de ese
horror moderno la ambivalencia, de esa voluntad de reducir la diferencia a lo
mismo, bien sabemos que luego esa voluntad se reveló no mucho más que como un
artefactum mentis. Las tentativas de homogeneizar todas las mezclas, esto es,
las tentativas de, antes, fijar lo mismo a partir de un juego de repetición y
diferencia y, después incluir las diferencias para reducirlas a lo mismo, son
una imposibilidad en términos lógicos y prácticos. En términos lógicos porque,
como vimos, a cada operación la ambivalencia siempre se repite (DELEUZE, 1988).
En términos prácticos porque, porque en el propio proceso de fijación del
mismo, ya está presente la voluntad de poder (FOUCAULT, 1999). El resultado de
eso en el plano de las prácticas sociales, como bien sabemos, tales tentativas
acabarán amplificando la propia diferencia y, con ello, aumentando en número y
volumen las categorías de los excluidos, los diferentes, los anormales, los no
privilegiados, de los otros.
Tal
vez ha sido Foucault quien mejor y de manera más detallada ha descrito los
mecanismos, dispositivos e instituciones que, en la tentativa de eliminar la
ambivalencia, crearon más exclusión. Como demostró este filósofo, la propia
exclusión tiene su ambivalencia: al mismo tiempo que la crea, particulariza y
refuerza la separación incluidos-excluidos, mismos-diferentes,
normales-anormales, privilegiados-no privilegiados, y los vuelve, por la
propia simetría de origen, en un segundo elemento del binario, en cuanto
excluido, diferente, anormal, no privilegiado, u otro, mucho más controlable,
útil y productivo. En suma: el horror a la diferencia acaba trabajando a favor
de lo incluido, de lo mismo, de lo normal, de lo privilegiado. Tal separación
se refuerza porque funciona como un confirmador de aquello que somos no siendo
el otro: comprendiéndome y tranquilizándome porque "soy normal porque
soy el otro del loco" (6).
En
fin, el horror a la diferencia trabaja contra el diferente y no contra la
propia diferencia. Y como si eso no bastase, en este parte y reparte se esconde
el propio poder que lo colocó y lo mantiene en movimiento. Es justamente por
eso que el horror a la diferencia acaba funcionando como un regulador social.
Ese horror coloca en acción todo un conjunto de tecnologías que dan paso, en el
extremo del proceso, a la regulación social; en lo que, se refiere al medio
del proceso, va creando más diferenciación, va inventando más estrategias y
criterios de segregación (7), siempre escondiendo la asimetría de las
relaciones de poder y el carácter no natural de dominación que se produce,
reproduce y autojustifica.
Siguiendo el rastro
abierto por Foucault, numerosos estudios han mostrado cuanto dificil resulta
superestimar el papel de la escuela como una de las más poderosas instituciones
implicadas con el establecimiento y
la expansión del ordenamiento de Occidente. En esa verdadera maquinaria de
producción de la episteme moderna, el currículum viene funcionando, desde su
invención a finales del siglo XVI, como uno de los más poderosos dispositivos
encargados de fabricar al sujeto moderno. En otras palabras, no fue sólo la
"emergencia de 'currículum' la que trabajo un mayor sentido de control
tanto a la enseñanza como el aprendizaje" (HAMILTON, 1992:43), como,
todavía, funcionó (y funciona) como un importante artefacto envuelto en los
procesos de control en general (y dominación) y de subjetivización.
El currículum puede
desempeñar ese papel porque, al ser concebido como un estructurador de saberes,
se vale de una nueva lógica disciplinar que se estaba gestando en el
pensamiento europeo del quinientos. Se trataba de una nueva lógica, cuyas
disposiciones, agrupaciones, aproximaciones, límites, contrastes y jerarquías
de los saberes nada tenían que ver con los que hasta entonces eran estables y
útiles en el trivium y quadrivium medievales; esa nueva lógica, ahora abierta,
era capaz de expandir indefinidamente la disciplinariedad, de modo que acabó
siendo capaz de abrigar todas las novedades de un mundo que se expandía y
complejizaba, en términos geográficos, culturales, religiosos, económicos y
políticos. Esa nueva lógica
representó lo que he llamado "viraje disciplinar", esto es, una
mudanza en el sentido de entender el mundo a partir de un encuadramiento
disciplinar que, por obra de la proliferación de disciplinas es, al mismo
tiempo, cada vez más macroscópico, en un infinito abarcamiento horizontal, y
más microscópico , en una infinitesimal minucia vertical. (VEIGA-NETO, 1996).
El
encuadramiento disciplinar funciona como una estructura que dispone, organiza
y jerarquiza los saberes.
Haciendo eso, ''las
disciplinas funcionan como códigos de autorización y prohibición" (ELIAS, 1989:529), de modo que no sólo
separan el campo de lo pensable del campo de lo impensable, sino que en el
campo de lo pensable, separan lo verdadero de lo falso, actuando como una
matriz de fondo cuyos resultados se manifiestan hasta en la héxis corporal, en
términos de sus actitudes, movimientos y usos que el cuerpo hace del tiempo y
del espacio (8). Por eso, comentando a Foucault, PRADO (1995:25) dice que
"una disciplina es tanto un campo de estudio como un sistema de
control", aquí control se refiere tanto al control sobre los saberes cuanto
al control sobre los propios cuerpos, en su más concreta materialidad. Aunque
esté fuera de la perspectiva foucaultiana, el mismo sentido apunta FORQUIN
(1992:38), para quien la naturaleza disciplinar de los currícula traen
"ventajas", desde el punto de vista sociológico, una vez que la
clasificación en disciplinas "constituye el equivalente de una especie de
construcción de identidad profesional y cultural". Para TORRES SANTOMÉ
(1994), las disciplinas son "uno de los marcos dentro de los cuales se
organiza, se ejercita, se crea y se transforma el pensamiento, la percepción
de la realidad y la acción humana, utilizando para ello lenguajes y métodos
específicos. Ellos simbolizan las principales maneras de análisis e intervención
en la realidad". Aunque no todos los currícula tengan una distribución
disciplinar lineal, esa fue y continua siendo la forma más común de
organización de los contenidos escolares.
En el ámbito de esta
discusión se coloca una cuestión: al final, si la disciplinariedad, con su
lógica de exclusiones, está implicada en la constitución de los sujetos
modernos, que en buena parte, por eso mismo asumen la exclusión como algo
"natural", ¿es posible un curriculum sin una estructura disciplinar?
Esa pregunta debe ser pensada en dos niveles distintos. En primer lugar, en un
nivel más directo, más visible: ''¿es posible un currículum escolar sin una
estructura fuertemente disciplinar, cuyas unidades estén dispuestas y
jerarquizadas linealmente? En segundo lugar, esa pregunta puede ir más
adelante, y ser colocada en un nivel más indirecto, más sutil: "¿es
posible un curriculum escolar sin cualquier estructura disciplinar?".
La
respuesta a la primera pregunta es si. De hecho, existe en la actualidad una
variada gama de experiencias pedagógicas que tratan de aproximarse tanto de
los tradicionales currícula tradicionales tipo colección, (por utilizar la
conocida nomenclatura bernsteiniana), cuanto de una organización curricular
cuyos contenidos y prácticas son trazados a priori. No me ocuparé aquí, ni en
analizar esas experiencias, ni en comentar sus presupuestos políticos y epistemológicos,
aunque ello sea bastante importante; quiero tan sólo señalar que muchas de esas
tentativas pretenden, en mayor o menor grado, buscar, en la propia experiencia
de los alumnos, elementos para organizar determinados contenidos y prácticas más
adecuadas a aquello que se acostumbra denominar "realidad vivida" por
esos alumnos. El hecho es que tales experiencias pedagógica están muy lejos de
tornarse en comunes. Ello deriva, en gran medida, de la propia implicación del
curriculum, que como planteé más arriba, en su naturaleza disciplinar funciona
como matriz de fondo para la naturalización de las prácticas de exclusión, y la
Modernidad, cuyo episteme opera justamente en el sentido de, tratando de
eliminar la ambivalencia, disemina y profundiza la exclusión social. Al igual
que en muchos de los casos que se ha tratado, todavía falta por responder a
una cuestión muy problemática: ¿quién sabe, quién dice, quién determina cuál y
cómo es la "realidad vivida" por los alumnos? En un mundo cuya complejidad
social y cuyo polimorfismo cultural parecen aumentar cada día (lo que hace que
se acentúen todavía más los conflictos religiosos, ideológicos, sexuales,
culturales, étnicos, etc.) esa es una cuestión absolutamente crucial.
En cuanto a la segunda pregunta,
sugiero que su respuesta sea probablemente no. Como he argumentado, incluso
la disposición o distribución de los saberes que muchos han denominado
tronsdisciplinar, no abandona del todo la lógica disciplinar (VEIGA-NETO, 1996,
1997b). A no ser en la (extraña) situación idealizada por PIAGET (1968), para
quien, en un futuro tal vez remoto, la inteligencia humana llegue a alcanzar
una "totalidad epistemológica" un entendimiento general, unificado y
sin fronteras,..., las diferentes propuestas a favor de la
transdisciplinariedad mantienen, con mayor o menor relevancia, las disciplinas
(9).Esa constatación ejemplifica la dificultad que tenemos en abandonar del
todo la lógica disciplinar. Como ya debo haber dejado claro, al menos que venga
a ocurrir un cambio radical en la episteme modera, hasta el punto que tenga
lugar su desaparición, o por lo menos su completo debilitamiento, la lógica de
ordenación en que se gestó la Modernidad, no nos lleva a creer que operaciones
pedagógicas y epistemológicas consigan promover alguna modificación
sustantiva en la disciplinariedad sobre la cual se asientan nuestras prácticas
escolares y la organización de los saberes que componen los currícula. Esto no
es una constatación nihilista; no significa decir, ciertamente, que no se puede
hacer nada en términos curriculares, para alterar el status quo de la escuela moderna.
Ciertamente hay mucho que hacer con el currículum. La cuestión es que la
disciplinariedad está ahí y parece que ha venido para quedarse, de modo que,
tal vez, sea más productivo pensar en alternativas curriculares que no se
preocupen tanto de deshacer la disciplinariedad, sino que la coloquen en
tensión permanente con la interdisciplinariedad o, si preferimos, con la
transdisciplinariedad.
Si quisiéramos combatir
la exclusión, una de las "providencias pedagógicas"
que está, por lo menos en parte, a nuestro alcance
es posibilitar espacio y voz a un número cada vez mayor de personas. La tensión
a la que me refería más arriba puede ser explorada en este sentido, una vez qu
nosotros, con nuestros colegas y nuestros alumnos y alumnas, al convivir con
una pluralidad disciplinar mantenida en tensión con la interdisciplinariedad,
podremos aprender a convivir con la diferencia. Aprender a convivir con el
pluralismo disciplinar nos podrá enseñar a convivir con el pluralismo de las
ideas, de las apariencias físicas y comportamentales, de las religiones, etc.
En suma, la práctica de los currícula más integrados puede considerarse como
un ejercicio de diálogo entre las diferencias.
Además de eso, es
preciso tener siempre en mente que tales "providencias pedagógicas"
están enraizadas mucho más allá de la propia epistemología, ya que ella misma
debe entenderse como un conjunto de construcciones sociales, históricamente
datadas y localmente situadas, siempre entrecruzadas con relaciones de poder,
siempre inmersas en luchas de dominación. Es por eso que, como sabemos, es tan
difícil pensar y planear alternativas curriculares, como ejecutar principalmente
aquellas que van en sentido inverso a la exclusión.
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Notas
(I)
Reconozco que esta adjetivación es, como mínimo, problemática. Aquí la utiliza
como casi un sinónimo de "post-estructuralistas". Me refiero no sólo
a aquellos que se autodeclaran como tales, sino también, a quienes que más o
menos vinculados a los cánones modernos se han preocupado en descentrar, esto
es, sacar del centro, cualquier categoría analítica, inclusive la propia
economía.
(2) A
título de ejemplo, percibo que ese es uno de los puntos de aproximación entre
los Estudios Culturales y varios autores postmodernos. Una discusión sobre esta
cuestión puede verse en VEIGA-NETO (2000a).
(3)
La paradoja de boostrap consiste en la ilusión de alguien querer, por más
fuerza que tenga, suspenderse en el aire, tirando de los cordones de los
propios zapatos.
(4) Me refiero especialmente a la contribución
de FOUCAULT (1997:83): "El desarrollo de la razón de estado es correlato a
la desaparición del tema imperial. Roma, en fin, desaparece".
(5) Acordémonos de la conocida máxima
cartesiana de "ideas claras y distintas".
(6) Para interesantes e importantes discusiones
acerca de este punto se puede ver LARROSA y PÉREZ DE LARA ( 1997).
(7) Entre otras invenciones me refiero
especialmente a la normalidad, al estereotipo, a la narrativa oficial, a la
naturalización social.
(8) Tal vez, mejor que decir "los usos que
el cuerpo hace del tiempo y del espacio", lo que daría a entender que
existiría un sentido del tiempo y del espacio anterior a nuestros acciones,
debería decirse ''las relaciones de implicación entre el cuerpo, el tiempo y el
espacio". Para una revisión y una discusión más detallada acerca de esta
cuestión, en términos de prácticas escolares, puede verse en VEIGA-NETO (2000b,
2000c).
(9) Aquí estamos ante un buen ejemplo de
variedad e indefinidad de la nomenclatura en el campo disciplinar: para la
palabra transdisciplinar encontré en la literatura epistemológica y
pedagógica en circulación en Brasil, cuatro acepciones que no tienen casi nada
en común entre sí.