LA EDUCACIÓN
FILOSÓFICA.
Signos. Teoría y práctica
de la educación , 17 Enero Marzo 1996 Páginas 64/70 ISSN: 1131-8600
FILOSOFIA
MAITE LARRAURI*
A
partir de un texto de Roland Barthes, la autora defiende que la educación filosófica
debe conjugar las tres maneras en que se puede transmitir conocimientos:
enseñanza de los textos filosóficos , aprendizaje de los procedimiento
filosóficos y "maternaje" para fomentar el deseo de pensar. Para
fundamentar esta propuesta , se establecen los vínculos existentes entre
el pensamiento común y el pensamiento filosófico que determinan el papel de la
asignatura de filosofía y de los profesores de filosofía. En última instancia ,
la enseñanza de la filosofía debe promover un cierto inconformismo , una cierta
incomodidad con el pensamiento común ya que el mundo que nos pone ante los ojos
una filosofía no se corresponde con el mundo de nuestra experiencia cotidiana
pero puede hacerla luminosa en algunos aspectos que nos resultan opacos.
Por curioso que resulte,
no deja de ser cierto que la mejor descripción de las formas generales con las
que la humanidad ha transmitido sus saberes la encontré en un autor poco
propenso a la didáctica , aunque sospecho - y también he oído decir- que se
trataba de un excelente profesor. Me estoy refiriendo al escritor y ensayista
francés Roland Barthes. En un texto cuyo título es de difícil traducción 1,
distingue tres prácticas de educación: la enseñanza , el aprendizaje y el
maternaje 2.
1. Prácticas de
educación.
La práctica de la
enseñanza se base en una transmisión discursiva. El profesor detenta un
discurso con la autoridad con que lo reviste su posición en la sociedad. El
discurso del profesor , ya sea oral o escrito, se basa en libros o en manuales
a los que también la sociedad confiere una autoridad indiscutible . Lo que los
alumnos aprenden es a mantener discursos, ya se trate de los mismos que el
profesor ha sostenido u otros críticos hacia los primeros.
La práctica del
aprendizaje consiste en una transmisión basada en el trabajo concreto no
discursivo. La autoridad del profesor se sustenta en el reconocimiento de
su buen hacer. Cuando habla- porque también lo hace- , sus palabras sólo pueden
entenderse en el contexto de sus acciones no discursivas. Barthes explica la
preferencia de estos profesores por los deícticos: "Aquí , hago esto para
evitar aquello...". Los alumnos se parecen más en esta práctica a
aprendices a los que se les muestra una competencia silenciosamente -esto
es, sin su justificación porque ya hemos dicho que el profesor si que habla - y
en la cual irán poco a poco introduciéndose.
La tercera práctica es el
maternaje y, si bien las dos anteriores nos son conocidas, es un gran mérito de
Barthes el habernos señalado la existencia de esta tercera. Barthes toma como
modelo la crianza de los niños - en manos de las madres o de
quienes hacen las veces- como uno de los lugares fundamentales para acceder a
la cultura y a la sociedad. Rompe con una tradición , tristemente famosa a
partir del psicoanálisis , según la cual los niños ( sobre todo los niños
varones 3 , claro está) tienen que alejarse del universo materno e
identificarse con la ley del padre, ya que es éste el camino necesario para
asumir los elementos culturales que configuran una sociedad. Roland
Barthes, fiel a su madre hasta la muerte, nos muestra el papel primordial no
sólo de lo que las madres enseñan en la prehistoria personal de todos nosotros
sino también de una práctica de educción que perdura a lo largo de nuestras
vidas.
¿Cómo hemos aprendido a
caminar, a comer solos , a tirar una pelota, a subirnos a un tobogán, a hablar?
. Probablemente con la memoria iluminada por aquellos días, Roland Barthes
responde que la madre no es ni un profesor que sostiene discursos, ni un
maestro que trabaja en silencio , porque ella ni discurre ante la razón de un
alumno, ni demuestra ante los ojos de un aprendiz. Cuando la madre hace
todo lo posible para que su hijo camine, no enseña el caminar, esto es, no se
lo explica al niño, ni tampoco representa el caminar, esto es, no se pode a
caminar delante del niño para que el vea y aprenda. Lo que hace la madre es
animar, incitar, sostener demandar y apoyar el caminar del niño: se echa un
poco hacia atrás y llama al niño sabiendo a ciencia cierta , que el niño
responderá a su llamada porque está atado por una gran necesidad a esa demanda
, es decir que el deseo de la madre de que el niño camine encuentra un
eco en el deseo del niño de caminar hacia la madre.
2. Pensamiento común y
pensamiento filosófico.
Todas las prácticas y
todas las teorías del aprendizaje y de la educación se basan en una
epistemología, la expliciten o no. Ése es el motivo por el cual a
los profesores de filosofía nos resulta a menudo tan difícil ponernos a
trabajar en propuestas de reforma en las que o no se declaran los
fundamentos como si no hubiera ya opciones tomadas ( y nos enfadamos,
porque lo nuestro es saber que esos fundamentos existen) o se muestran
claramente y entonces viene el problema de poder compaginar esos
fundamentos con nuestro conocimiento filosófico.
Creo que debe separase ,
en bien de todos, la propuesta de la LOGSE -que en las asignaturas de filosofía
es perfectamente asumible desde cualquier perspectiva filosófica- de los
discursos sobre el aprendizaje y sobre la enseñanza que la sustentan y no ver
en esos discursos sino una de las posibles propuestas, un posible discurso
compartido, pero no el único.
Me sorprende que los
artículos y los textos inspirados en el constructivismo no parezcan tener en
cuenta el giro lingüístico. Así, resulta cuanto menos extraño para un filósofo
que ha estudiado a Wittgenstein y a Foucault, por poner dos ejemplos de
pensadores relevantes, leer una definición de cultura que omita el elemento del
lenguaje y que no considere que la inclusión de un individuo en una sociedad se
lleva a cabo a través del aprendizaje de unas prácticas , gran parte de las
cuales son prácticas lingüísticas 4. Que el lenguaje es el
vehículo de una cultura, que es el elemento por el que se reconocen los
individuos como partícipes de una cultura, que en él está recogida una experiencia
o unas formas de vida, que aprender un lenguaje es aprender un modo de pensar,
no lo dicen uno o dos filósofos sino que gran parte de la filosofía
contemporánea considera ya esas afirmaciones como puntos de partida.
Una cultura es un
pensamiento común que limita el campo de lo que puede ser la experiencia de
quienes viven en ella. Es un factor de orden para nuestra sensibilidad y
conocimiento del mundo sin el cual ni siquiera percibiríamos: la única
experiencia que existe es la experiencia a partir de las coordenadas que
organizan nuestra propia percepción. Kant pensó en coordenadas universales para
todos los seres humanos. Wingenstein lleva a cabo una reflexión en la que
afirma que quien aprende un lenguaje se traga, con las palabras que aprende, la
lógica de un modo de pensar. Foucault cree que los sujetos y los objetos de
conocimiento sólo son comunes a una cultura determinada porque son las
prácticas lingüísticas y las prácticas no lingüísticas quienes los configuran5.
Si cuando se dice que los
alumnos construyen el conocimiento sobre la base de conceptos previos lo que se
quiere decir es que el lenguaje que hablan y con el que hacen la experiencia
del mundo no tiene el rigor del lenguaje científico (matemático, físico u
otros) y que sobre la base del lenguaje común, que es un pensamiento común, hay
que enseñar otros lenguajes que pueden entrar en colisión con el pensamiento
común, estoy de acuerdo: `construir' aquí quiere decir añadir puntos de vista
no contemplados por el lenguaje común, modificar las perspectivas a partir de
las cuales se aprehende comúnmente el mundo o sustituir en algunos ámbitos para
hablar de ciertas cosas a las que el habla común se refiere o para establecer
nuevos objetos que el habla común ignora el lenguaje común por un lenguaje
especializado.
Pero esto no es aplicable
a la filosofía porque la filosofía no es un lenguaje especializado más que
podría ser introducido al lado del lenguaje de las matemáticas o del lenguaje
de la física. Para entender la especificidad de la filosofía, hay que analizar
las relaciones que ésta mantiene con el pensamiento común.
El pensamiento filosófico
no es la actividad mental de la que todos los seres humanos hacemos uso para
guiar incluso nuestras acciones más cotidianas sino más bien la tensión que
provocan los filósofos, torciendo y retorciendo el lenguaje, para hacernos ver
lo que sin sus innovaciones sería imposible ver. `Pensar' es algo que los
filósofos hacen de manera radical en contra del pensamiento común. Esa
radicalidad señala las diferencias con otros lenguajes especializados: así, es
un hecho que, cuando un lenguaje científico ha cambiado no sólo los modos de
pensar sino que esas modificaciones han terminado por afectar a las formas de
vida, su propuesta es considerada fundamentalmente filosófica. Galileo o Freud
se leen en clases de filosofía porque un cambio de paradigma es un elemento
lleno de interés epistemológico, muestra de lo cual lo constituye que algunas
filosofías se configuran a partir de revoluciones en otros terrenos
discursivos. Sería, sin embargo, un abuso afirmar que las filosofías van a
remolque de las ciencias. La causalidad en el pensamiento es múltiple y
compleja: Galileo se nutrió de un antiaristotelismo anterior y contemporáneo a
su propio pensamiento; Freud no fue el primer anticartesiano de la historia del
pensamiento.
Las filosofías proponen
siempre una modificación de la percepción que, si se aplica, dibuja ante
nosotros un nuevo mundo. Un filósofo piensa para pensar lo que no se puede
pensar en el marco de su horizonte cultural; fuerza el lenguaje, no construye
otro sobre la base del lenguaje común, sino que altera y retuerce el lenguaje
común para hacerle decir cosas que con el uso común no podrían ser dichas. Pero
no todas las filosofías han tenido el mismo destino: mientras que algunas han
logrado efectivamente tener éxito cultural me refiero a la capacidad que han
demostrado al configurar nuevas prácticas, que se han traducido en nuevas
formas de pensamiento común otras difícilmente han arañado siquiera la
superficie de las evidencias sobre las que se fundamenta una cultura. Así, por
ejemplo, la inmaterialidad de las ideas es una certeza que corresponde a
nuestro modo de pensar. Platón forcejeó con la lengua griega para poder decir
lo que quería decir, pero logró que algunas de sus propuestas se introdujeran
en el universo cultural de Occidente. Igualmente, hoy en día, cuando nos
referimos a nuestra subjetividad somos espontáneamente cartesianos y creemos en
la voluntad como un elemento de nuestra personalidad que puede oponerse al
flujo de nuestras pasiones (y como al pensamiento común no le duele ser inconsistente,
defendemos la libertad entendida como libre albedrío al mismo tiempo que
creemos en la determinación psicológica de nuestras conductas). Como resultado
del éxito parcial de algunas filosofías, en nuestra lengua se deposita el saber
acumulado de siglos, la serie indeterminada de prácticas posibles. Wingenstein
empleó una bellísima imagen: nuestra experiencia discurre sobre un lecho rocoso
que se ha ido fijando por el transcurso de numerosas sedimentaciones.
Ninguna filosofía es
transparente desde el pensamiento común porque, incluso en aquellas que han
logrado alterar el fondo de una cultura (Platón o Descartes, en mi ejemplo),
hay muchísimos elementos que exceden lo que espontáneamente se da como
evidente. Se precisa una iniciación y un trabajo paciente para lograr
desenredar la madeja de un pensamiento filosófico original, aunque sucede, por
causa de lo que he reflexionado más arriba, que es más difícil pensar con
Lucrecio o con Spinoza que con Platón o Descartes.
3.1.a filosofía como
asignatura
Buscando el acuerdo más
universal posible, creo que la filosofía debe entenderse como un conjunto de
textos, pertenecientes a la tradición occidental, recogidos en una serie de
ensayos, novelas, artículos, cartas, poemas y otros escritos, la casi totalidad
de los cuales están marcados por un nombre de autor que los unifica como un
discurso coherente. Se trata de una definición muy amplia y ciertamente
tautológica la filosofía es lo que se encuentra en los libros llamados
filosóficos pero tiene la virtud de hacer hincapié en un aspecto, a mi modo de
ver irrenunciable, a saber: la filosofía está en los textos. Descartamos así
dos posiciones en cuanto a la educación filosófica que divergen claramente de
este punto de vista.
Afirmo que la asignatura
de filosofía debe basarse en textos de la tradición occidental. No se trata de
un criterio etnocéntrico. Creo que varias culturas han poseído sistemas
filosóficos igual de complejos que los occidentales y, según eso, podríamos
pensar que nuestros alumnos recibirían una información más amplia si no sólo
tuvieran acceso a lo que en nuestra cultura se ha escrito y pensado como
filosofía. Sin embargo, teniendo en cuenta lo dicho anteriormente acerca de las
modificaciones que algunas filosofías ejercen sobre el pensamiento común, las
raíces históricas en el lenguaje de una misma comunidad hacen posible el acceso
a los problemas filosóficos por parte de los individuos que reciben educación
en el seno de esa cultura. La lengua común es el espacio indispensable para
entender los problemas filosóficos porque una lengua reposa en unas formas de
vida comunes que, a su vez, incorporan algunos de los cambios que el
pensamiento filosófico elabora. No se puede, ni se debe, explicar a alumnos de
educación secundaria filosofías que pertenecen a formas de vida que no
practican porque aún no tienen autonomía vital suficiente para acercarse a
ellas.
Disiento de todos
aquellos para los que la filosofía es sinónimo de razón y enseñar filosofía es
enseñar a razonar. Esta concepción conduce a afirmar que la filosofía puede ser
enseñada a los niños en la medida en que se trata de enseñarles a razonar
correctamente. No son entonces los textos de la tradición filosófica los que
sirven de vehículo para introducir a los estudiantes en los problemas filosóficos
ya que se postula que lo que se debe enseñar es la lógica del pensamiento
común. A mi modo de ver, ésta es una tarea inútil y no es educación filosófica.
Es inútil porque corresponde a la propia evolución intelectual de un niño el ir
adentrándose en las prácticas de la cultura en la que vive y no es preciso
enseñárselo en la escuela, como no es preciso enseñar la lengua materna en la
escuela. En todo caso, de la misma manera que, a pesar de que los niños son
competentes en su propia lengua las clases de lenguaje están pensadas para
ampliar esa competencia, se podría decir que, a pesar de que los niños son
competentes en la lógica común la escuela puede aumentar esa competencia. En lo
que me muestro absolutamente en desacuerdo es en cuanto a que tengan que ser
los profesores de filosofía los encargados de aumentar la competencia de pensar
dentro del pensamiento común. Algo semejante ha sucedido en estos últimos años
con la asignatura llamada "Ética o Moral": si se trata de ética, es
filosofía y sería una barbaridad que se pusiera en el mismo orden de
importancia curricular que la religión de la que es alternativa; si es moral,
no puede ser otra que la perteneciente al pensamiento común (porque sería
ridículo que un profesor occidental adoctrinara en la moral de la cultura
musulmana) y no se nos, puede pedir que la sostengamos.
4. Filósofos,
aprendices de filósofos, profesores de filosofía
Cada filósofo vuelve al
fondo rocoso del pensamiento común y en él produce alteraciones. Poco le importa
a un filósofo tener muchos o pocos seguidores, consciente como es de que lo que
propone tiene en su contra la acumulación histórica del pensamiento común y de
los pensamientos particulares.
Lo que lo fuerza a pensar
porque estoy casi segura de que se trata de una necesidad: ningún pensamiento
filosófico que haya transcendido puede nacer de una decisión arbitraria o
sometida a circunstancias banales es un inconformismo respecto de lo que la
experiencia de una época nos ofrece como aquello sobre lo que hay que pensar, o
la manera como hay que pensar en ello, o lo que hace a un individuo ser sujeto
de aquello que hay que pensar. Por tanto, un filósofo revoluciona el campo del
objeto de la experiencia, del sujeto de la experiencia o de los modos de la experiencia.
El mundo que nos pone
ante los ojos una filosofía no se corresponde con el mundo de nuestra
experiencia cotidiana, pero y ésta es su grandeza puede hacerla luminosa en
algunos puntos que nos resultaban opacos. Para ello debemos partir, nosotros también,
de un cierto inconformismo: empezamos a pensar cuando el mundo nos resulta
insatisfactorio, cuando las respuestas que ofrece a los problemas que nos
planteamos nos resultan insuficientes, cuando no vemos lo que todos parecen
ver. Si entonces tenemos a nuestro alcance la posibilidad de entrar en los
textos filosóficos, podemos ir encontrando otras maneras de percibir dentro de
nuestra misma tradición que pueden ir dando respuestas diferentes a nuestra
inquietud. Es el momento en el que devenimos aprendices de filósofo. Aprender a
pensar es constituirse a sí mismo como un individuo que no admite sobre
sí más autoridad que la elegida (Kant Llamó a esto `ser ilustrado' y Foucault
se mostró tan kantiano que atacó cualquier autoridad que no pudiera ser elegida:
por ejemplo, la autoridad de las verdades científicas de las ciencias
humanas).
Se puede entender en este
contexto que la no progresividad histórica de la filosofía el ser leído con
hecho de que del siglo XX se debe a que cada propuesta filosófica, tomada en
toda su complejidad, es una alternativa al pensamiento común (aunque ya hemos
dicho que algunas propuestas logran modificarlo parcialmente), y lo que muestra
es que las evidencias sobre las que reposa nuestra espontaneidad pueden ser
cambiadas. El conjunto de las propuestas filosóficas es un caleidoscopio no
cerrado de visiones distintas y ofrece, al que inconformistamente se vuelve
hacia dichas propuestas, dos cosas que conviene separar: por un lado, la
demostración de que es posible pensar de otra manera, en contra de las
evidencias; por otro, que existen en Occidente otras maneras de percibir que se
alejan más o menos del pensamiento común y dentro de las cuales el aprendiz
puede alojarse para intentar, a su vez, romper con el marco obligatorio de su
cultura.
Enseñar la lógica común
es una impostura para todos aquellos profesores de filosofía que se consideran
a sí mismos aprendices de filósofos. Los profesores de filosofía son aprendices
de filósofos que hacen de mediadores entre los textos filosóficos y los
estudiantes. Deben incitarlos a que comiencen a pensar por sí mismos, a una
edad en la que están comenzando a salir de la adolescencia. Deben promover un
cierto inconformismo, una cierta incomodidad con el pensamiento común. Deben
problematizar allí donde los alumnos solos no serían capaces porque sólo ven
evidencias. Y deben ayudarlos a introducirse en los dificultosos planteamientos
filosóficos. Si el resultado es bueno, los alumnos aprenderán a caminar por sí
mismos y ello les será fundamental sea cual fuere su elección vital y
profesional.
5. Las tres prácticas
de educación en la educación filosófica
No es malo ni mucho menos
pensar o desear lo que está bien de manera absoluta, aun cuando se trate de
concebir un ideal difícilmente realizable. Simone Weil solía decir que hay que
amar lo que existe (porque es nuestra obligación no despreciar la realidad, no
colocarnos por encima de ella, no juzgarla) o JOOBT SWART lo imposible (lo que
de tan puro no podrá jamás materializarse) o, mejor aún añadía, hay que amar
las dos cosas al mismo tiempo: de esta manera, puede llegar a suceder que el
deseo que no pierde su objetivo, por inalcanzable que éste sea, logre en algún
momento una unión de lo ideal con la realidad. Entre lo que hay en la educación
filosófica en los niveles de enseñanza no universitaria en nuestro país y el
ideal de lo que sería una educación filosófica que lograra que los estudiantes
ejercieran efectivamente la libertad de pensar está la reforma que propugna la
LOGSE. Que no se realice nunca el ideal no debe hacernos perder de vista en qué
consiste.
Las clases de filosofía
deben ser un lugar en el que los alumnos tengan acceso a los textos de su
tradición filosófica. Ahora bien, la transmisión de los textos de la filosofía
debería hacerse practicando las tres formas de educación descritas por Barthes.
En primer lugar, en el
espacio de una clase de educación secundaria los textos filosóficos juegan un
papel fundamental: son saber teórico discursivo revestido de una cierta
autoridad y la distancia que guardan los lectores alumnos respecto de esos
textos es, al principio, casi abismal. Sin duda, acortar las distancias entre
la máxima extrañeza del que se inicia por primera vez en el laberinto
filosófico y los intrincados razonamientos de los filósofos es uno de los
objetivos de la educación filosófica y, cuando se logra, en cierta medida los
alumnos están acercándose a la creación de discursos propios. Pero no debemos
olvidar que, antes de poder pensar por sí mismo, un estudiante tiene que verificar
que otros han sido capaces de pensar.
La educación filosófica
debe comportar la práctica de la `enseñanza', es decir, debe transmitir los
discursos filosóficos en una situación que más se parecerá al monólogo, porque
quien habla el texto, no el profesor lo hace sobre el silencio del y tendrá
muchas cosas que decir todas ellas extraídas del mundo de creencias compartido
al que pertenece pero que, en definitiva, será incapaz de sostener un discurso.
Este monólogo del texto sabio sobre silencio muy charlatán no es, sin embargo,
la única práctica que debe realizarse.
En segundo lugar, hay que
llevar a las aulas la práctica del `aprendizaje'. Como la filosofía es un saber
hacer, aunque no es imposible aprender a hacer filosofía por la vía de la
observación pasiva a que obliga la práctica de la `enseñanza' de la que
acabamos de hablar, de esa manera se está muy lejos de obtener buenos
resultados. Los profesores de filosofía deben dirigir los gestos de los
estudiantes para que éstos devengan buenos aprendices de filosofía. Sólo se
aprende a sostener un discurso, a pensar a partir de otros discursos, cuando se
es capaz, individualmente y en solitario, de rehacer o de construir un
razonamiento filosófico. Y para ello hay que inventar las técnicas precisas con
las que el profesor maestro de taller organizará los ejercicios de sus alumnos:
como en todo saber hacer, el ejercicio continuado es la única vía para lograr
cierta competencia7. Las técnicas se ejercen en silencio, es decir, sin
justificarlas mediante un discurso: en el aula se habla para dar o pedir
indicaciones.
En tercer lugar, en las
aulas de filosofía se debe practicar el `maternaje'. El profesor de filosofía
tiene que transmitir un deseo a sus estudiantes, el deseo de que ellos piensen
y razonen por sí mismos para que, a su vez, ellos también lo deseen. Tiene que
animar, apoyar, incitar al movimiento del pensar, para lo que tiene que lograr
la buena distancia, algo extremadamente difícil en todas las relaciones humanas
y, por tanto, también en éstas: la buena distancia es, en este caso, el espacio
que hay que dejar para que el alumno camine y no se estrelle, para que piense
por sí mismo aunque sus primeros pasos sean torpísimos, para que se equivoque
aunque pueda ser ayudado a ponerse en pie de nuevo, para que, finalmente, tan
bien y tanto camine que se pueda alejar de los que le enseñaron.
En conclusión,
`enseñanza' para transmitir los textos, `aprendizaje' para transmitir
competencia filosófica y `maternaje' para transmitir el deseo de pensar: las
tres prácticas unidas lograrían el ideal de una educación filosófica que
formaría individuos capaces de pensar por sí mismos, en una palabra, individuos
libres.
Notas
(1) R. Barthes, ``Au
séminaire", en R. Barthes, Le bruissement de la langue, du Seuil, Paris,
1984. ``Au séminaire" literalmente significa "En el seminario",
pero `au' leído en francés suena `o', locución que podría entenderse como
'oh!', con lo que el título también significa, gracias al significante `o',
"¡Oh, seminario!", sentido que Barthes quería intencionalmente
producir ya que deseaba hacer una loa del seminario.
(2) `Maternage' en
francés es también una palabra inventada.
(3) Quiero hacer unas
precisiones sobre las expresiones de variantes masculinas o femeninas,
referidas a las personas, que empleo a lo largo de este artículo, No soy
partidaria de utilizar la reduplicación `los/las', `unos/unas', o las
desinencias `os/as' cuando el universo de referencia está compuesto por
personas de ambos sexos porque me parece que entorpece enormemente la lectura
de un texto y porque creo que la visibilidad de las mujeres debe hacerse
patente en decisiones de más calado. Así he adoptado en todos mis escritos (a
partir de 1991) los siguientes criterios: he desterrado por completo los
términos "el hombre" o "los hombres" para referirme al
género humano y lo he sustituido por la expresión "los seres
humanos"; empleo el masculino como referente universal de clase cuando se
aplica a términos que designan rasgos específicos dentro del género humano
(profesiones, nacionalidades, generaciones, etc.) y dentro de esa expresión
masculina añado "varón" cuando restrinjo el campo de referencia a los
individuos masculinos y empleo el femenino de la expresión, si existe, o la
palabra "mujer", para restringirme a los individuos femeninos. En
cuanto a la visibilidad que hay que producir, más interesante que decir
"los filósofos y las filósofas" nadie sabría a quién nos referimos al
decir "las filósofas, me parece que hay que buscar en la historia de la
filosofía a las pensadoras, que injustamente han sido ignoradas, para leerlas y
para pensar con ellas. Es lo que me he propuesto, de manera que, cuando un poco
más adelante cito a Simone Weil, lo hago porque en mi búsqueda de filósofas
tuve la fortuna de encontrarme con ella y porque su pensamiento es de una
importancia indiscutible, a pesar de que casi nadie la conoce o casi todo el
mundo cree saber de quién se trata porque la confunde con la eurodiputada en el
Parlamento Europeo, Simone Veil. Con estas decisiones, sé que no estoy siendo
"políticamente correcta", sino que lo que estoy es haciendo otra
política.
(4) Ver, por ejemplo, C.
Coll, ..Bases psicológicas», Cuadernos de pedagogía, n° julio agosto 1986.
(5) Sobre algunos de
estos extremos, ver M. Larrauri, «¿Qué es una mujer?», en Barberá y Campillo
(ed.), Reflexión multidisciplinar sobre la discriminación sexual, Nau Llibres,
Valencia, 1993 y M. Larrauri, Vérité et mensonge des jeux de vérité, Rue
Descartes, Noviembre 1994.
(6) El marco de una
cultura señala los límites obligatorios para comenzar a vivir y a pensar, pero,
en modo alguno, estos límites son infranqueables: la experiencia de un
individuo puede verse radicalmente modificada si, a lo largo de su existencia,
adopta otras formas de vida, otros lenguajes, otros pensamientos diferentes a
los de sus orígenes.
(7) En el libro que he
escrito con F. Caballero, Preparar la selectividad (Santillana, Madrid, 1994)
describimos una batería de estrategias posibles que pueden ser indicadas a los
alumnos para que aprendan a descifrar un texto filosófico.
Maite Larrauri es asesora de Filosofía en el CEP
de Valencia mig@ciberia.es