Editorial
Signos. Teoría y
práctica de la educación , 14 Enero Marzo de 1995 página 3 ISSN : 1131-8600
Con frecuencia el cambio de
las formas de hacer en las aulas al que invita toda reforma escolar se limita a
una adaptación táctica a los nuevos rumbos pedagógicos y afecta tan sólo
a las palabras con las que nombramos a las cosas en el mundo de la educación.
La vida cotidiana de lunes a viernes en nuestras escuelas e institutos no
cambia, por el peso de las inercias y de las rutinas, al ritmo con el que se
cambian los discursos por lo que tal cambio no surge de la noche a la mañana
como consecuencia de la aparición de un currículo distinto o el uso de otros
materiales de aula, aunque estén adornados y aderezados con el ropaje de la
última modernidad didáctica.
Y en esta difícil y
compleja coyuntura de cambio escolar se escuchan de vez en cuando los
ecos de algunas voces que, instaladas en el limbo de los justos, vaticinan por
anticipado el fracaso de la reforma educativa ahora iniciada a la vez que
evocan con nostalgia el tiempo pasado (el tópico literario del Ubi sunt?
entra entonces en escena) e invocan la conveniencia de un urgente retorno
a los orígenes. Quizá por ello predican (incluso desde las páginas de
algunos programas electorales) la desaparición de los centros de formación
permanente del profesorado ( don Antonio Machado escribió en su día
acerca de "ese español que desprecia cuanto ignora"), defienden el regreso
al útero materno del saber universitario e, instalados en un nada inocente
divorcio entre teoría y práctica, se oponen a que existan otros significados en
las escuelas e institutos distintos a los que emanan del ombligo de cada
profesor o profesora en esa caja oscura que a menudo son las
aulas.
De ahí que de nuevo, hoy
como ayer, convenga insistir en la necesidad de un análisis sereno que, huyendo
de los estereotipos, tenga en cuenta el cúmulo de circunstancias ( no sólo
económicas) que están dificultando la lenta y difícil andadura de la innovación
didáctica y de cambio educativo en nuestro país. En este contexto conviene no
olvidar, porque la memoria es frágil, que los Centros de Profesores surgen hace
apenas una década en medio del creciente desprestigio y escaso empuje innovador
de la mayoría de los ICEs y que se construyen y de ahí sus miserias y su
grandeza como instituciones pluralistas, cooperativas y democráticas del
profesorado comprometidas con una concepción distinta del trabajo del enseñante
y del aprendizaje escolar, con la renovación pedagógica y con la investigación
educativa.
Es cierto que el
creciente valor de cambio de la formación permanente en el mercado de
los beneficios profesionales, en detrimento de su valor de uso
pedagógico, ha atenuado este afán innovador y ha fomentado en los últimos
tiempos la consagración de las actitudes utilitaristas de una parte del
profesorado. Sin embargo, y reconociendo la radical diversidad de
trayectorias y enfoques de los Centros de Profesores, tales instituciones
deben servir ( y de hecho sirven) no sólo para producir discursos sino sobre
todo para impulsar un cambio real de las prácticas escolares. De ahí que el
fomento de la reflexión sobre lo que se hace en las aulas y el ejercicio del
pensamiento crítico entre los enseñantes sigan justificando en nuestra opinión
la existencia de los diversos centros de formación continua del profesorado.