¿EXISTE LA VIOLENCIA
AUDIOVISUAL? DEFINICIÓN Y TIPOS DE VIOLENCIA AUDIOVISUAL.
María Marcos Ramos
En el presente artículo
se analiza qué es la violencia audiovisual y los tipos de violencia
audiovisual. Así, se analiza qué se entiende por violencia audiovisual desde
diferentes corrientes y perspectivas para que los receptores puedan
identificarla. Además, se señalan los diferentes tipos de violencia audiovisual
que se emiten por televisión. Para finalizar el artículo, se presentan los
principales estudios realizados para cuantificar la violencia audiovisual que
se emite en televisión.
Palabras clave: violencia, audiovisual, televisión,
estudios, medios de comunicación
1.
Introducción
En 1975 se publicó un informe en una prestigiosa
revista norteamericana,
2.
Violencia audiovisual
2.1. Definición de la
violencia audiovisual
Las definiciones de violencia constituyen el punto
de partida para los análisis de su presencia y su impacto en los estudios que
se han realizado sobre los contenidos mediáticos violentos. Han sido numerosos
autores y desde varias perspectivas los que han intentado definir qué es la
violencia.
La
violencia ha sido definida en numerosas ocasiones, siendo cuantiosas las
definiciones que de ella se han dado además desde múltiples prismas y
corrientes. En 1970, tres investigadores, Murria, Cole y Fedler, pidieron a los
adolescentes objeto de estudio que aportaran su propia definición de violencia.
Una vez analizadas todas las acepciones aportadas concluyeron que en todas
ellas, generalmente, se involucraban tres tipos de actos: físicos, mentales y
verbales (García Galera, 2000, p. 15).
Dos años más tarde, Gerbner (1972) definió la violencia como “la clara
expresión de la fuerza física (con o sin arma), contra sí mismo o contra otro,
utilizando la fuerza física contra la voluntad de uno, amenazando con herir o
matar o, de hecho, hiriendo o matando” (Gerbner, 1972, p. 46). Unos años más
tarde Gerbner y Gross (1976), realizaron otra definición: “la expresión
manifiesta de comportamientos que implican forzar físicamente a otra persona o
a uno mismo, incluyendo así cualquier acción contra el propio deseo que cause
heridas o muerte o que amenace con hacerlo” (Gerbner y Gross, 1976). No
incluyen estos autores en su definición la violencia psicológica.
Otro
investigador social que ofrece una visión similar sobre la violencia es L.
Rowell Huesmann. Para él la violencia en los medios de comunicación es una “representación
visual y gráfica de un acto de agresión física de un ser humano contra otro”
(Huesmann, 1998, p. 97). Tanto en esta
definición como en la de Gerbner se echa en falta toda muestra de violencia no
implícita, es decir, la sugerida, así como aquellas agresiones no físicas, como
pueden ser las verbales, las emocionales, etc. Por tanto, se trata de una
definición incompleta en el contexto audiovisual actual. No obstante, la de
Gerbner es más compleja, ya que incluye factores como la utilización de armas y
la intencionalidad de hacer daño.
Greenberg,
partiendo de la definición de Gerbner, utilizó en sus investigaciones un punto
de vista más amplio ya que
habla de conducta antisocial para referirse a
todas aquellas acciones que son física o psicológicamente injuriosas para otra
u otras personas, ya sean provocadas de forma intencionada o producidas de
manera fortuita. De esta forma, incluye también la agresión verbal como forma
de violencia (García Galera, 2000, p. 16).
Los
investigadores que participaron en el proyecto de
Se define la violencia como una presentación
manifiesta de una amenaza creíble por la fuerza física o como el uso mismo de
dicha fuerza dirigida a dañar físicamente un ser animado o grupo de seres. La
violencia incluye asimismo ciertas presentaciones con consecuencias de daño
físico que puedan producirse contra seres animados como resultado del empleo de
medios violentos invisibles (National
Television Violence Study, 1997, p. 30).
Esta
última definición será la que se tome como referencia en el presente estudio,
ya que alude a tres tipos de formas de violencia que se pueden presentar en los
contenidos televisivos: amenazas de violencia, actos de violencia y
presentaciones de consecuencias dañinas de violencia.
Generalmente
el público califica como medios de comunicación violentos a aquellos programas
de televisión que incluyen imágenes gráficas de sangre. Sin embargo, para los
investigadores son “aquellos que representan personajes que intencionadamente
dañan a otros personajes que desean evitar ser dañados” (Anderson, Sakamoto,
Gentile, Ihori, Shibuya, Yukawa, Naito y Kobayashi, 2008, p. 1068). Estos científicos
definen la agresión como:
El comportamiento que es entendido para dañar a
otra persona que evita este ataque (…) la agresión es un acto conducido por una
persona con la intención de hacer daño a otra persona; esto no es una emoción,
un pensamiento, o la intención (…) violencia es la forma más extrema de
agresión física, la agresión es la que causa la herida física (Anderson,
Sakamoto, Gentile, Ihori, Shibuya, Yukawa, Naito y Kobayashi, 2008, p. 1068).
Ovejero
(1998, p. 15) especifica que la agresión es la “conducta que conlleva la
utilización de medios coercitivos para dañar a otros o satisfacer intereses”.
En esta misma línea se sitúa la definición que de ella se hace en el glosario
de términos psiquiátricos de Lose Moor al señalar que es “la tendencia
caracterológica a atacar, buscar la discusión y a pelearse” (Rendueles, 2004,
p. 8). Ambos enunciados pueden calificarse de simples, ya que sólo señalan el
acto en sí y no todo lo que conlleva a realizarlo, como el entorno, el
contexto, la personalidad del individuo, etc. Otro autor, Talbot (1996) define
la agresión como “acción forzada física, verbal o simbólica… Puede ser
conveniente y autoprotectora como en la asertividad o inadecuada como en el
caso de la conducta hostil o destructiva” (Rendueles, 2004, p. 8). Talbot
incluye en su definición más matices ya que hace mención a la acción verbal o
simbólica, no quedándose en la física solamente. Por su parte, Leonard D. Eron
define la agresión como
un comportamiento sobredeterminado. Intervienen en
él factores genéticos, constitucionales y ambientales, tanto como la historia
individual y los acontecimientos específicos en una situación; todo esto,
unido, puede llevar a que una persona desarrolle un comportamiento agresivo en
un momento determinado, aunque esto no significa que el comportamiento agresivo
no pueda ser predicho o explicado (Eron, 1985).
Al
hablar de agresiones debemos diferenciar entre agresión directa -aquella que
comporta un daño físico- y la agresión
indirecta, que se define como “un comportamiento dirigido a hacer daño a
alguien sin el uso de la agresión física” (Tremblay, 2003, p. 65). Entre las
agresiones indirectas podemos señalar comportamientos como “hacer vacío” a
alguien, “malmeter” en el grupo, etc.
Establecer
una definición de la violencia, más concretamente de la violencia audiovisual,
tal y como se ha observado en las líneas anteriores, no es tarea fácil ni
sencilla, ya que, ¿deberíamos quedarnos sólo con la violencia gráfica?, ¿acaso
la sugerida, la implícita no ocasiona comportamientos violentos?
Para
este trabajo se considerará una definición de violencia compendio de las
mostradas anteriormente: será todo acto, implícito o explícito, que tenga
intención de dañar -lo consiga o no- utilizando para ello agresiones físicas,
verbales y emocionales, producidas de forma intencionada o de manera fortuita e
independientemente de que provoque o no lesiones físicas o psíquicas.
2.2. Tipos de violencia audiovisual
A la hora de identificar qué actos son violentos y
cuáles no, podemos partir de una clasificación general derivada de su
naturaleza. Así, en los medios de comunicación se muestran una violencia real,
la que proviene del mundo real que nos rodea, y una violencia ficticia, “la que
constituye producto de la imaginación de los equipos de producción” (
Si
tenemos en cuenta la modalidad empleada podemos hablar de violencia física,
psicológica y física/psicológica (Igartua, Cheng, Corral, Martín, Simón,
Ballesteros y de
La
violencia física sería aquella que se ejerce mediante la fuerza. Sería, pues,
un acto de agresión intencional, repetitivo, en el que se utilice alguna parte
del cuerpo, algún objeto, arma o sustancia para sujetar, inmovilizar o causar
daño a la integridad física de su contrario, encaminado hacia su sometimiento y
control. Este tipo de violencia se puede expresar a través de: sujeción,
lesiones ocasionadas con cualquier parte del cuerpo –el puño, la mano, la
pierna-, lesiones ocasionadas con objetos, golpes, etc.
La
violencia psicológica es aquella violencia que mediante el uso de la palabra
trata de someter, doblegar o hundir la resistencia intelectual o emocional de
la víctima. Este tipo de violencia se
liga a patrones de conducta que consisten en actos u omisiones repetitivas,
cuyas formas de expresión pueden ser prohibiciones, coacciones,
condicionamientos, intimidaciones, amenazas, actitudes devaluatorias, de
abandono y que provoquen en quien las recibe, deterioro, disminución o
afectación a la estructura de su personalidad. Algunas expresiones de maltrato
emocional son: humillación, control, privación de libertad individual, faltas
de respeto, insultos, agresiones verbales, etc.
Cuando
en un acto violento se utiliza tanto la violencia física como la psicológica
para causar daños, es decir, golpes con insultos, hablamos de violencia
física/psicológica. Esta modalidad es una de las más peligrosas, ya que no sólo
daña a nivel físico sino también a nivel emocional. Suele ser la más común,
tanto en la vida real como en la ficción (Del Río, Álvarez, Del Río, 2001).
Si
tenemos en cuenta la finalidad con la que se utiliza la violencia, podemos
hablar de violencia deliberada, “la que representa un fin en si misma” (
Anderson y Bushman (2002) distinguen entre
violencia hostil y violencia instrumental. Definen la violencia hostil como un comportamiento
impulsivo, no planeado y cargado de ira cuyo objetivo principal es causar daño
y que surge como una reacción ante una provocación percibida y la violencia instrumental[2] como un medio premeditado para alcanzar los
objetivos y propósitos del agresor que no se desencadena únicamente como una
reacción ante la existencia de una provocación previa.
Se han desarrollado nuevas
clasificaciones de la violencia más complejas que hacen una distinción doble y
diferencian entre varias formas de violencia –por ejemplo, directa, física o
manifiesta “versus” indirecta, verbal o relacional- y entre varias funciones
–reactiva o defensiva “versus” ofensiva, preactiva o instrumental-. Entre los
autores que han elaborado estas clasificaciones podemos citar a Griffin y Gross
(2004) y Little, Brauner, Jones, Nock y Hawley (2003). Así, para estos
investigadores, la violencia directa o
manifiesta se refiere a
comportamientos que implican una confrontación directa hacia otros con la
intención de causar daño –empujar, pegar, amenazar, insultar...-. La violencia indirecta o relacional no supone una confrontación directa entre el
agresor y la víctima –exclusión social, rechazo social, difusión de rumores...-
y se define como aquel acto que se dirige a provocar daño en el círculo de
amistades de otra persona o bien en su percepción de pertenencia a un grupo. La
violencia reactiva hace
referencia a comportamientos que suponen una respuesta defensiva ante alguna
provocación. Esta agresión suele relacionarse con problemas de impulsividad y
autocontrol y con la existencia de un sesgo en la interpretación de las relaciones
sociales que se basa en la tendencia a realizar atribuciones hostiles al comportamiento
de los demás. La agresión proactiva
hace referencia a comportamientos que suponen una anticipación de
beneficios, es deliberada y está controlada por refuerzos externos. Este tipo
de agresión se ha relacionado con posteriores problemas de delincuencia, pero también
con alto niveles de competencia social y habilidades de líder.
En un estudio realizado por Pablo
Del Río y Amelia Álvarez (1993) basado en el análisis de contenido sobre los
programas televisivos más vistos por los niños en 1992 se establecieron cuatro
subtipos de violencia. La violencia de tipo 1 –considerada como violencia
instrumental positiva- sería la derivada de la actividad física en la que se
realiza una descarga de acciones motrices sobre objetos o personas sin ánimo de
daño personal. Otro tipo de violencia, del tipo 2, sería la realista-estricta.
En esta categoría se incluirían situaciones de violencia instrumental y/o
social, aunque no reforzadas, no exageradas, fruto de las incidencias
necesarias de la vida: un accidente, la detención de un ladrón, el forcejeo en
una manifestación, etc. Para estos autores, el tercer tipo de violencia tendría
un carácter social y moral en la que los actos violentos no están dirigidos
contra objetos inertes, sino contra otros organismos o incluso contra
congéneres, contra otras personas. Es una violencia decididamente negativa y
sólo aceptable por razones superiores –de defensa de la propia persona o de
otras, o de la comunidad-. El último tipo de violencia es la
sensorial-instrumental gratuita. Es la que podemos contemplar en nuestro
entorno, aquella que está fuera de un marco social justificativo y que puede
implicar una dependencia insana. Ejemplos de este tipo de violencia pueden ser
los programas de caídas, de destrucción de objetos como casas, coches, objetos,
etc.
3.
Estudios sobre la
cuantificación de los contenidos mediáticos violentos
Ya desde la década de 1960 los investigadores
sociales se han interesado por la revolución que supusieron el desarrollo y el
establecimiento de los medios de comunicación en la sociedad, especialmente la
rápida e imprescindible implantación de la televisión en los hogares. La
televisión pasó a ser el eje central de todo hogar, ocupando la mejor
habitación de la casa, el nexo de unión de la familia, quien se sienta “en amor
y compañía” alrededor de ella todas las noches.
A
medida que aumentó el interés de la población por el uso de la televisión,
aumentó el interés de las instituciones, sobre todo las académicas, por los
contenidos emitidos por ésta, en especial, por los de mayor carga violenta. Han
sido muchos los estudios que han analizado la violencia mediática, no sólo de
manera cualitativa -¿qué se emite?- sino también de manera cuantitativa
-¿cuánto se emite?-. Se repasarán los más importantes y significativos
estudios.
3.1. Estudio de Indicadores Culturales
El proyecto de Indicadores Culturales (Gerbner,
Gross, Morgan y Signorielli, 1986) dirigido por G. Gerbner comenzó a finales de
los años sesenta, cuando realizaron un trabajo sobre la naturaleza y las
funciones de la violencia televisiva. Este proyecto se enmarca dentro de la
denominada Teoría del Cultivo[3],
una perspectiva de investigación sobre el impacto de los mensajes televisivos
en la audiencia.
Según la definición propuesta por
Gerbner, el término cultivo describe “la contribución específica e
independiente (aunque no aislada) que aporta un apremiante y consistente flujo
simbólico al complejo proceso de socialización y enculturización” (Gerbner,
1990, p. 249). Según Gerbner, cuanto más tiempo dedique una persona a ver
televisión, más se parecerá su concepción del mundo a la que se presenta
acumulativamente en el medio. Para esta teoría, la audiencia se ve influida por
los mensajes violentos televisivos cultivando, por tanto, la idea de que la televisión
ofrece percepciones de la realidad[4].
Estas percepciones, generalmente, no tienen nada que ver con la realidad
“real”, sino con una realidad “inventada” y mediatizada por la televisión ya
que el mundo representado en la pantalla difiere completamente de la realidad.
Se muestra en las pantallas un mundo más violento y altamente estereotipado en
cuanto a las representaciones de los roles sociales, étnicos y culturales. Así,
la teoría del cultivo se centra en determinar
cuáles son las consecuencias sociales de los mensajes difundidos a través de la
televisión. Se centra en investigar los efectos “no buscados” o “no
intencionados” de la programación convencional de la televisión que está
diseñada para “entretener” a la audiencia (como series y películas). Por tanto,
su perspectiva difiere de aquellos intentos que se centran en analizar el
impacto de los programas explícitamente diseñados para influir o inducir un
cambio de actitudes y opiniones (Igartua y Humanes, 2004, p. 267-268).
Para
sus investigaciones, Gerbner y su equipo realizaron tres tipos diferentes de
investigaciones. Por un lado, centraron su análisis en los medios de
comunicación, por otro, en el sistema de mensajes y, por último, en el análisis
de cultivo.
Para
sus análisis, establecieron una definición de violencia. Consideraron violencia
a la expresión abierta de comportamientos que implican forzar físicamente a
otra persona –o a uno mismo, como en el caso del suicidio-. Su visión, por
tanto, incluye cualquier acción, en contra del deseo de uno, que cause heridas,
la muerte –asesinatos-, o la amenaza de herir o asesinar (Gerbner y Gross,
1976; Signorielli, Gerbner y Morgan, 1995).
Además,
para poder cuantificar la violencia, Gerbner y Gross desarrollaron un índice.
Desde sus inicios en la investigación (1976) trabajaron con tres tipos de
unidades de análisis: el programa como un todo, cada acción o acto de violencia
específica, y cada personaje dramático presente en dichos programas.
Establecieron una serie de indicadores que permitían cuantificar la presencia
de la violencia en la televisión:
- El
porcentaje de programas con algún episodio de violencia (prevalence). Se analiza el programa tomado como un conjunto la
presencia o ausencia de violencia.
- La
frecuencia de los episodios de violencia (rate). Dentro de esta categoría se indica la frecuencia
de las acciones violentas en unidades de programación y en unidades de tiempo. De
esta manera, el número total de actos de violencia dividido por el número total
de programas nos indica violencia por programa (R/P). Para hallar la violencia por hora (R/H)
dividiríamos el número de actos violentos por el número de horas de
programación analizadas para la muestra. Con este indicador, se evalúa también
la “saturación” de la violencia mediática.
- El rol
de los personajes principales (role).
Los personajes se codifican bien ejecutores de actos de violencia/crímenes,
bien víctimas de actos de violencia/crímenes o asumiendo ambos roles.
Con
estas categorías, Gerbner y Gross realizaron una fórmula a la que denominaron índice de violencia (violence index):
IV= % P
+ 2 (R/P) +2 (R/H)+% V+% K
Tal
y como han señalado Igartua y Humanes (2004), % P indica el porcentaje de
programas que contiene algún acto violento; R/P muestra el número de actos violentos
por programa; R/H expresa el número de actos violentos por hora de
programación; % V revela el porcentaje de personajes implicados en cualquier
acto de violencia –ya sea como víctima, como agresor o ambos- y % K señala el
porcentaje de personajes principales implicados en asesinatos – tanto asesinos
como asesinados-. Los indicadores actos de violencia por programa (R/P) y actos
de violencia por hora (H/R) se ponderan por dos ya que tienen un valor bajo.
Cuantificar
los contenidos mediáticos con carga violenta no es tarea fácil, ni una ciencia
exacta y ha habido algunos autores que han formulado críticas a este
instrumento de medición debido “a la forma arbitraria en que combina los
elementos de los programas, sin incluir una justificación de esta combinación o
del por qué estos elementos y no otros” (Gunter, 1994, p. 85). Este autor
continúa con su crítica alegando que el índice intenta tanto cuantificar como
combinar elementos diferentes, siendo el resultado una suma de la frecuencia
con que ocurre la violencia, los roles asignados a las víctimas y agresores y a
la frecuencia del acto:
Este proceso es bastante complejo por el hecho de
que algunos números constituyen porcentajes, mientras que otros son
directamente sumas numéricas. Así el índice de violencia llega a ser una cifra
compuesta cuya validez y utilidad descansa sobre una multitud de hipótesis
contradictorias (Gunter, 1994, p. 85).
No
ha sido Barrie Gunter el único que ha señalado algunas de las limitaciones de
este índice. Blank (1977) ha señalado que puede distorsionar la cantidad de
violencia emitida ya que tiene en cuenta el número de personas implicadas. De
esta manera, puede darse el caso de que se emita menos violencia en los medios
de comunicación pero que estén implicadas más personas en esos incidentes, con
lo cual aumenta el índice de violencia mediática a pesar de emitirse menos
escenas violentas.
Otra
de las críticas que se ha hecho a este índice se refiere, tal y como han
señalado Igartua y otros (Igartua, Cheng, Corral, Martín, Simón, Ballesteros y
de
Fue
también el teórico Gerbner quién en 1978 desarrolló el denominado índice DIG[5] -Duración / Intensidad / Gravedad- que tiene
en cuenta los parámetros de duración de las secuencias violentas, la intensidad
de la muestra de la violencia y la gravedad del acto violento como base para
estimar la magnitud de la violencia. La intensidad de la postración de la
violencia se mide con una escala de
3.2. Estudio National Television Violence Study
Otro de los estudios importantes a la hora de
cuantificar la violencia emitida en televisión fue el que diversos
investigadores sociales estadounidenses desarrollaron en los años noventa. Sin
duda, el National Television Violence
Study[6]
ha sido el análisis que ha realizado uno de los mayores y más rigurosos
análisis de contenido. Durante tres años este estudio, de carácter
longitudinal, analizó los contenidos televisivos para hallar cuánta violencia
se emite en televisión. Los programas fueron seleccionados aleatoriamente en 23
emisoras de antena y cable durante un período de 20 semanas, entre octubre y
junio. La selección se hizo al azar entre las seis de la mañana y las once de
la noche, durante los siete días de la semana. Se analizaron, por tanto, 10.000
horas de televisión. Para considerar que un programa contenía imágenes
violentas y en qué contexto eran utilizadas éstas, se utilizó la siguiente
concepción de la violencia: como una amenaza creíble con el empleo de la fuerza
física, o con el uso real de tal fuerza, con la intención de causar daños
físicos a un ser animado o a un grupo de seres. Los resultados de este estudio
revelaron que “el 61% de los programas televisivos contienen algún tipo de
violencia, y sólo un 4% de todos los programas violentos tratan un tema
antiviolento. En otras palabras, el 96% de todos los programas televisivos
violentos emplean la agresión como medio narrativo y cinematográfico, con el
único objetivo de entretener al público” (Donnerstein, 2004, p. 166). Sin
embargo, lo que más llama la atención del análisis de las investigaciones de
este grupo de profesionales es el contexto o modo en que se representa la
violencia:
Observamos que la mayor parte de las escenas
agresivas aparecen embellecidas. En casi la mitad (el 44%) de las interacciones
violentas, los agentes de tales agresiones tienen alguna cualidad atractiva
digna de ser emulada. Casi el 40% de las escenas emplean el humor, bien porque contienen
algún elemento humorístico en torno a la violencia, bien porque los personajes
violentos hacen uso de este elemento. Además, en casi el 75% de las escenas
violentas en televisión no existe ningún castigo o condena inmediatamente
después de haberse producido la escena en cuestión. Y no sólo eso; en casi el
45% de los programas, los personajes “malos” no son castigados nunca –o lo son
raramente por sus actos agresivos- (Donnerstein, 2004, p. 166).
Además
del embellecimiento de la violencia, haciendo que los “malos” no sean tan
“malos”, diluyéndola entre una amalgama de imágenes, de humor e impunidad, gran
parte de esta violencia está saneada, es decir, no se muestra las consecuencias
de dicha violencia:
En más de la mitad de las interacciones violentas
en la televisión no se muestra el dolor que sufren las victimas (51%) y en el
47% tampoco aparecen los daños y lesiones que sufren fruto de esa violencia.
Cuando sí se muestran los daños de las víctimas se ha comprobado que, en un 34
% de los casos, se hace de un modo poco realista, siendo precisamente en los
programas infantiles donde los daños o lesiones lo son menos. De todas las
escenas violentas en la televisión, el 86% no mostraba ni sangre no vísceras,
algo sorprendente si tenemos en cuenta que casi el 40% de todas las agresiones
se llevaban a cabo con armas convencionales como armas de fuego, cuchillos o
bombas. Finalmente, sólo un 16% de los programas violentos mostraba las
consecuencias a largo plazo de forma realista (Donnerstein, 2004, p. 167).
Donnerstein
y el equipo de trabajo que participó en el estudio de
El
primero es la naturaleza del agresor. En esta categoría se incluye a los
diferentes personajes que utilizan la violencia en los medios. Los estudios
muestran, con mayor probabilidad, que los espectadores de todas las edades emulan
y aprenden de los personajes que son percibidos como atractivos. De esta forma
las consecuencias son peores para la audiencia cuando son los héroes y los
“tipos buenos” quienes utilizan la violencia (National Television Violence Study, 1997, p. 8). Donnerstein (2004, p.
170) señala:
Cuando ocurre un suceso violento en un programa
suele haber un personaje (o grupo de personajes) identificable como agresor; y
son precisamente las características de este personaje las que determinan en
gran medida el significado que se da a la violencia. (…) Las investigaciones
indican que los niños y los adultos prestan atención y aprenden de los modelos
percibidos como atractivos. (…) Los estudios señalan que los espectadores
valoran más positivamente a los personajes prosociales que a los crueles.
La
naturaleza de la víctima, el segundo de los factores, influye en el miedo de
audiencia. Los estudios muestran que los espectadores sienten mayor empatía
hacia los personajes “buenos” que hacía los “malos” (National Television Violence Study, 1997, p. 8). En palabras de
Donnerstein (2004, p. 170), “las
características de la víctima influyen decisivamente sobre el miedo del
espectador y no tanto sobre el aprendizaje de conductas violentas”. Así, esta
respuesta empática se da no sólo con los personajes benévolos o heroicos, sino
también con los personajes percibidos por el espectador como similares a él.
La
justificación de la violencia es el tercer de los factores que influyen en el
espectador ya que éstos interpretan
un acto de violencia de manera diferente dependiendo de los motivos que tenga
el personaje para utilizarla. Ciertos motivos como la defensa propia o la
protección de un ser querido pueden hacer que la agresión física parezca
justificada. Así, los estudios demuestran que la justificación de la violencia
aumenta la posibilidad de que los espectadores aprendan la agresión legitimando
tal comportamiento (National Television
Violence Study, 1997, p. 8). En esta línea se sitúa Donnerstein (2004,
p. 170) cuando señala que “los estudiosos han afirmado que cuando la violencia
se representa como moralmente justa o de algún modo beneficiosa, disminuyen las
inhibiciones del espectador contra la agresión”.
La
presencia de armas es otro condicionante, ya que los intérpretes pueden usar su propia fuerza física para
promulgar la violencia contra una víctima o ellos pueden usar algún tipo de
arma. Armas convencionales como pistolas y cuchillos pueden aumentar la
agresividad del espectador porque activan la memoria de acontecimientos y
comportamientos violentos pasados (National
Television Violence Study, 1997, p. 8). La presencia de armas –en
imágenes o en el mundo real- aumentaba significativamente la agresión tanto en
los sujetos enfadados como en los no enfadados. La aparición de armas
convencionales –como pistolas y cuchillos- genera más violencia que las armas
no convencionales, ya que las primeras están generalmente asociadas con actos
violentos almacenados previamente en la memoria (Donnerstein, 2004, p. 171).
Los
programas de televisión y, sobre todo,
las películas varían extensamente en el grado y el carácter gráfico de la
violencia, siendo éste uno de los efectos señalados por Donnerstein. Un
incidente violento entre un autor y una víctima –por ejemplo, disparar- puede durar sólo unos segundos o puede durar varios
minutos y contener muchos primeros planos de la acción. La investigación indica
que la violencia extensa o repetida puede aumentar la desensibilización y el
temor en espectadores (National
Television Violence Study, 1997, p. 8). Donnerstein señala a este aspecto
que “la exposición a grandes dosis de violencia gráfica, sea en un solo
programa o repartida entre varios, disminuye la activación y la sensibilidad
hacia las escenas violentas” (Donnerstein, 2004, p. 171).
Otro
factor determinante es el realismo de la violencia. Las representaciones de
violencia que parecen realistas animan más a la agresión que aquellas escenas
que son poco realistas. Esto no
significa que los dibujos animados sean inofensivos. Las investigaciones
realizadas por el NTVS indican que los niños menores de 7 años no son capaces
de distinguir la realidad de la fantasía (National Television Violence Study, 1997, p. 8). Además, hay que señalar que el realismo de
una representación también puede potenciar la reacción de miedo en el espectador.
Los estudios sobre este tema confirman que los adultos muestran una activación
emocional mayor si creen que una escena violenta es real (Donnerstein, 2004, p.
171).
La
violencia justificada o recompensada[7],
antepenúltimo factor señalado por el autor, es un riesgo para los espectadores,
ya que dan una visión de la violencia como algo impune. Los estudios muestran
que la recompensa de la violencia o la violencia que abiertamente no es
castigada aumenta el aprendizaje de actitudes agresivas y comportamientos. Al
contrario, las representaciones de violencia castigadas pueden disminuir la
posibilidad de que los espectadores aprendan de la agresión. Las recompensas y
castigos pueden influir en el miedo de la audiencia. Los espectadores que ven
que la violencia es impune son más pesimistas sobre las consecuencias de
violencia en la vida real (National
Television Violence Study, 1997, p. 9). Esto es, la violencia recompensada –o no
abiertamente castigada- fomenta el aprendizaje de actitudes y comportamientos
agresivos en los espectadores. En cambio, cuando la violencia se castiga, puede
servir para inhibir o reducir el aprendizaje de la agresión. “Estas
conclusiones tienen una base empírica directa y consolidada, y están además
confirmadas por diversos metaanálisis” (Donnerstein, 2004, p. 172).
Otro
rasgo contextual importante implica las consecuencias dañinas de violencia. Los
estudios indican que la exposición al daño y al dolor ocasionado como
consecuencia de la violencia puede desalentar a los espectadores a imitar la
conducta agresiva (National Television
Violence Study, 1997, p. 9), esto es, los espectadores interpretan las
escenas violentas en las que se muestra el daño y/o el dolor de las víctimas
“como más serias y más violentas” (Donnerstein, 2004, p. 172) que aquellas
escenas en las que no se muestran estas consecuencias en las que “los gritos de
dolor y otros signos de sufrimiento pueden influir, no solamente en la
interpretación, sino también en la imitación de las conductas agresivas”
(Donnerstein, 2004, p. 172).
El
humor es el último de los factores que inciden en los espectadores a la hora de
visionar una imagen violenta. Los espectadores juzgan la violencia que es interpretada
de forma cómica como menos devastadora y menos dañina. De esta manera, la
presencia de humor en una escena violenta puede aumentar las posibilidades de que
los espectadores imiten una conducta violenta. Además, el humor también puede
desensibilizar a los espectadores con respecto a la violencia (National Television Violence Study, 1997, p.
9). Donnerstein señala que de todas las variables que se han estudiado,
ésta ha sido la menos investigada por lo que “estas conclusiones sobre el
efecto facilitador del humor son provisionales, en espera de que se realicen
más estudios sistemáticos sobre el impacto de una escena violenta según esté
aderezada o no con diferentes formas de humor” (Donnerstein, 2004, p. 173).
A
modo de resumen de los rasgos contextuales planteados por el National
Television Violence Study, la
violencia representa un riesgo mayor de imitación o de aprendizaje cuando el
autor de la agresión es atractivo para el público, cuando los receptores ven
esa agresión como justificada o moralmente justa, cuando la violencia es
realista e implica un arma convencional. Además, la violencia se ve reforzada
cuando se muestra de forma extensa y gráfica y es recompensada y no castigada y
cuando no se ve ningún daño visible o no se muestra el dolor de la víctima.
Aunque no está lo suficientemente estudiado, cuando la violencia se da en un
contexto cómico, se desvirtúa y no es observada como violencia real por parte
de los espectadores.
En lo que
respecta a los resultados del estudio realizado por el National
Television Violence Study se extraen las siguientes conclusiones. El 40% de
los actos violentos son realizados por los “buenos” e incluso cuando se trata
de los “malos”, sólo reciben castigo en un 40% de los casos. Un total del 75%
de los actos violentos no son castigados en televisión. Por otra parte, sólo un
27% muestra remordimiento por sus actos. Más de la mitad de las víctimas de la
violencia (el 55%) no muestran dolor ni sufrimiento y en el 36% de los casos
mostraban, de modo irreal, haber experimentado sólo ligeros daños. Las
consecuencias perturbadoras de la violencia en las familias de la víctima, sus
amigos o la comunidad sólo se reflejaban en el 15% de los casos. Y aunque más
de la mitad de las escenas violentas presentadas (53%) eran letales, más del
40% de las escenas violentas se presentaban de manera humorística.
3.3. Índice de Violencia de
En el año 2005, el Comité Federal de Radiodifusión
-COMFER- de Argentina publicó los resultados de una investigación que había
realizado en el mes de febrero de 2005. Se realizaron dos análisis: uno para la
programación de ficción y otro para informativos. La medición de ficción se
efectuó mediante la medición total de la oferta televisiva correspondiente a
una semana típica completa de
emisión -de lunes a viernes-, entre el 7 y el 13 de febrero de 2005 en la
franja horaria de
Cualquier acción u
omisión, volitiva o no, que cause daño físico y/o psíquico a sí mismo o a
terceros, sean éstos personas, animales u objetos inanimados, definida en los
siguientes términos:
• Violencia Física: expresión de fuerza
física (con o sin armas), producida de forma intencionada, más allá de que
provoque lesiones o no.
• Violencia Psicológica: acto u omisión
cuyo objeto es provocar perjuicio emocional, daño moral o vulneración de la
autoestima, la identidad o el desarrollo del individuo (denigración,
humillación, inducción al miedo por medio de amenaza o intimidación);
incluyendo las manifestaciones de agresión verbal y gestual.
• Violencia Física/Psicológica: acto que
implica la participación convergente de ambas modalidades de violencia.
• Violencia Accidental: hecho fortuito,
en el que no se advierte una intensión manifiesta de dañar a otro. Incluye situaciones
donde las personas son víctimas de accidentes o desastres naturales y sufren
heridas como consecuencias de éstos (Moyano, Girolami y Cetrino, 2005, p. 16).
Este informe también recoge la definición de acto de
violencia, que es “cada acción de violencia que comienza con el inicio de la
conducta agresiva, ya sea esta física, psicológica, física/psicológica o
accidental, y finaliza cuando tal comportamiento es interrumpido, o bien cuando
arriba en escena un nuevo personaje principal; al involucrarse dicho personaje
en una acción agresiva se constituye entonces un nuevo acto de violencia (Moyano,
Girolami y Cetrino, 2005, p. 17).
Partiendo de estas definiciones de la violencia y
utilizando como base el Índice de George Gerbner -Índice DIG (Duración/Intensidad/Gravedad)-,
desarrollaron un indicador para poder cuantificar la violencia televisiva, el
índice de violencia de televisión (IVTV):
El IVTV es un indicador total de
la violencia televisiva que asume un valor numérico. Su definición empírica comporta
la integración de tres dimensiones analíticas: alcance de la violencia en la
programación total, intensidad de las acciones violentas y gravedad de dichos actos;
dimensiones que, a su vez, se encuentran representadas por un conjunto de
variables que hacen las veces de indicadores o referentes empíricos observables
de la violencia en la pantalla (Moyano, Girolami y Cetrino, 2005, p. 17).
La fórmula que se utilizó para el cálculo numérico fue la
siguiente: IVTV= (a + b + c + 1,4d + e +
Una vez analizados los datos, los investigadores han
llegado a las siguientes conclusiones referidas al estudio de la violencia en
la ficción de la televisión argentina:
El 68% de la programación correspondiente a la televisión argentina de
aire difunde durante el denominado prime time al menos un acto de
violencia.
Sin embargo, la penetración de la violencia en los programas de televisión
abierta registra algunas diferencias considerables, en cuanto a aspectos tales
como el género, el horario o el origen de la producción. Así por ejemplo,
mientras que el 100% de los programas
de ficción de origen extranjero
(películas y series) suelen contener escenas de agresión de diverso
tenor, sólo la mitad de las producciones
nacionales difunden representaciones con contenidos violentos (…) Por
otra parte, la comparación según el horario de emisión permite confirmar que no hay diferencias notables entre la
programación que se difunde dentro del Horario de Protección al Menor (HPM) y
la oferta televisiva después de las 22. Efectivamente, durante el HPM, la franja horaria en la que
la legislación prevé la protección de la minoridad, el alcance de la violencia en la
pantalla de la televisión nacional sólo se reduce en un 6% respecto de los programas que se
ponen en el aire fuera de dicha franja. (…) Actualmente los programas de
ficción de la televisión argentina difunden dentro del prime time 1 acto de violencia cada 16 minutos. Esto
significa que una persona que se encuentre expuesta a alguno de los
largometrajes, series, telenovelas o telecomedias que integran la grilla de las
emisoras de TV abierta durante los horarios de mayor audiencia, presenciará la
representación de alrededor de 2 actos
de violencia física (golpes, heridas, disparos, muertes, suicidios,
homicidios, etc.), 1 acto de violencia
psicológica (insulto, amenaza, intimidación) y 1 acto de violencia accidental, durante sólo una hora de programación (Moyano, Girolami y
Cetrino, 2005, p. 21-22).
Con respecto al
análisis de la violencia en los informativos, los resultados son más alarmantes
ya que “aproximadamente 9 de cada 10
noticieros (el 91%) de la televisión argentina de aire difunden usualmente
noticias con actos de violencia” (Moyano, Girolami y Cetrino, 2005, p. 31). Esta violencia suele
enmarcarse en cinco áreas temáticas: informaciones relacionadas con temas
policiales; información proveniente del exterior en el que se incluyen las
noticias relacionadas con la guerra y el terrorismo; las informaciones
relacionas con conflictos sociales como huelgas, marchas de protesta,
piquetes…; y, finalmente, espectáculos deportivos.
3.4. Estudios realizados en España
En España se han realizado algunos estudios que
tratan de cuantificar la violencia audiovisual. Aunque no son tan exhaustivos
ni tan sistemáticos como lo fue el National Television Violence Study
ofrecen cifras que se deben tener en cuenta.
Según
el Estudio General de Medios del año 2009, la media de visionado en España es
de 229 minutos al día. Según Vílchez (1999) y Torres, Conde y Ruíz (2002), el
niño español ve la televisión entre 2 y 3 horas diarias, aumentando éstas en
los fines de semana -de
El
Consell de l’Audiovisual de Catalanya publicó en el año 2003 Libro Blanco:
Si se analizan con detalle los hábitos de consumo infantil, se aprecia
que las franjas de mayor consumo entre niños de
Asimismo,
en el último boletín del Estudio General de Medios (2009) es la televisión el
medio con mayor penetración en el público español (88,7%) a pesar de haber
descendido el porcentaje con respecto al año pasado. El medio que, según este
estudio, mayor incremento ha tenido en lo que respecta a la penetración en el
público es Internet, el único de los medios que crece con respecto al año
anterior. Además, la televisión es el medio que tiene un público más homogéneo
tanto por edad como por sexo. Un 87,7 % de los niños entre 14 y 19 ven la
televisión y en la siguiente franja de edad -de
Los programadores de televisión, por
supuesto, han prestado atención a esta realidad de consumo televisivo por parte
de los niños, incluyendo en las tramas de series emitidas en prime time personajes de esas edades con
peso específico en el argumento de la misma. De esta forma, el consumo ha
pasado a ser familiar aunque no por ello sea adecuado para toda la familia, ya
que muchos de estos espacios incluyen tramas aptas para adultos y no para
niños.
Este
informe (Pérez Tornero, 2002, p. 31-33),
además, señala el tipo de consumo televisivo. Así, es un consumo extenso aquel
en el que se están muchas horas al día –incluso más que las dedicadas al
estudio- viendo la televisión. Es continuo e intenso aquel en el que prima la
fidelidad hacia ciertos espacios televisivos, con un alto índice de atención.
Habría que hacer especial hincapié en cómo ven estos niños televisión, ya que
normalmente no hay un control parental a la hora de consumir televisión. Los
niños, en general, consumen la televisión en solitario sin que nadie les pueda
no sólo regular el visionado sino, lo más grave, sin que nadie les pueda
contextualizar la información que reciben. Los niños cada vez son más autónomos
a la hora de seleccionar lo que ven, seleccionando programación adulta emitida
en canales generalistas.
El
contexto en que estos niños realizan este consumo televisivo suele darse en
familias reducidas, en las que el niño es hijo único por lo que los padres
suelen ser más permisivos con los deseos que tenga, convirtiéndose en el dueño
del mando a distancia y en el decisor sobre lo que ver en televisión (Pérez
Tornero, 2002). Suelen ser, además, hogares que disponen de una buena dotación
audiovisual, es decir, aquellos que “con niños en período de ESO, el 99% tiene
un televisor en el hogar; un 82% tiene vídeo; entre un 50% y un 70% tiene ordenador;
y entre un 43% y un 50% de los hogares tiene televisión en el dormitorio
infantil; además, casi un 65% de los niños tienen videoconsola. Del mismo modo,
la mayoría de los adolescentes -más de un 60%- tiene teléfono móvil” (Pérez
Tornero, 2002, p. 33). También influye en el nivel de renta per capita que tiene la familia[8].
De esta forma:
A menor renta, mayor es el porcentaje de
dormitorios infantiles con televisión y videoconsolas; a mayor renta, aumenta
el porcentaje de hogares con ordenador y de ordenadores por hogar. Pero la
diferencia más notable se establece en las condiciones de acceso a Internet: mucho
más frecuente y de mayor calidad en los hogares con mayor renta (Pérez Tornero,
2002, p. 33).
Estas son, más o menos, las cifras de consumo televisivo
por parte de los niños y adolescentes españoles en 2002. Un estudio más
reciente (CEACCU, 2004, p. 1-19)[9]
sobre el papel de la audiencia revela que
los niños y niñas españoles pasan, delante del televisor, una media
diaria de 218 minutos -3 horas y 40
minutos-. Este empleo se realiza en solitario, ya que un 12% ve la televisión
en su dormitorio. Este consumo televisivo, siguiendo las conclusiones del
estudio, aumenta con la edad. Hasta los seis años, un 21% de los niños no ven
la televisión a diario, cifra que disminuye a un 14% entre la franja
comprendida de los seis a los once años, cayendo este porcentaje hasta el 8% en
el caso de los adolescentes mayores de 12 años, quienes en un 92% ven la
televisión todos o casi todos los días. Se confirma, al igual que demuestra el
estudio anteriormente analizado, que los niños no consumen televisión infantil
–entre otras razones, porque apenas existen contenidos en las emisoras
generalistas para ellos- y sí programación adulta, como series, concursos, etc.
Es significativo el dato que la investigación muestra sobre la actitud de las
familias ante el consumo televisivo: el 36% de los padres con niños entre seis
y doce años no pone límite al tiempo que pueden ver los niños la televisión,
decreciendo la exigencia a medida que el niño crece.
Otro estudio realizado
en septiembre de 2007 por el Gabinete de Estudios de Comunicación y recogido
por
El consumo medio de
televisión por persona y día supera ya las tres horas y media (…) son
precisamente las personas de edades comprendidas entre los 45 y los 64 años
quienes más han aumentado el consumo de televisión: diez minutos, respecto de
septiembre del año pasado. Este importante segmento de población pasa de
Pero,
¿cuántas de las horas que consumen los niños y adolescentes corresponden a
violencia, bien sea implícita o explícita? Según las cifras aportadas en
nuestro país por
Otro
estudio más reciente y de vital importancia debido al marco teórico en el que
se encuadra[10] es
el realizado en el año 2001 por Juan José Igartua y sus colaboradores. El
equipo de investigación analizó las emisiones televisivas de una semana –del 22
al 28 de marzo de 1999- emitidas en horario de máxima audiencia –de
a) se apreciaba (en el agresor) la intención de
dañar a una víctima: es decir, no se trataba de una conducta que,
accidentalmente, causaba daño en otro objeto o persona (quien actúa
violentamente pretende hacerlo aunque las motivaciones puedan ser muy diferentes);
b) el daño (en la víctima) puede ser físico o psicológico; y, c) la violencia
la cometía un ser animado contra otro ser animado, contra animales o contra
objetos inanimados (Igartua, Cheng, Corral, Martín, Simón, Ballesteros y De
De
las 30 horas de televisión analizadas -24 programas analizados entre series y
largometrajes- se identificaron 371 actos de violencia, esto es, 12,13 actos
por cada hora de emisión y 15,43 actos por programa. Entre las conclusiones que
obtuvieron se puede destacar de forma significativa que “no existe un único
tipo de violencia y la violencia psicológica, aunque con dificultades, puede
evaluarse y emerge como un perfil diferenciado con respecto a la violencia
física” (Igartua, Cheng, Corral, Martín, Simón, Ballesteros y De
no sirve saber únicamente cuánta
violencia existe en la programación televisiva si: a) la definición de la
violencia utilizada es muy restrictiva o parcialmente incompleta (obviando, por
ejemplo, la violencia de carácter psicológico), y por tanto, no se resuelve de
forma adecuada los problemas de validez de constructo; b) los criterios para
evaluar la violencia son pobres y/o se concentran en un grupo muy reducido de
variables, lo que supone un problema de validez de contenido (face validity) de
las fichas de análisis construidas para efectuar la evaluación de la violencia;
y, c) no se utilizan indicadores precisos que faciliten la codificación con
ciertas garantías de fiabilidad o consistencia interna (Igartua, Cheng, Corral, Martín, Simón,
Ballesteros y De
Sin duda alguna,
las aportaciones de este trabajo de investigación son muy significativas, al
ser uno de los pocos estudios que no sólo cuantifica la violencia emitida sino
que además la analiza –“los análisis periódicos (mensuales o anuales) de este
tipo con respecto a la programación de las distintas cadenas permitirían
efectuar un seguimiento detallado de la presencia de la violencia y suministrar
una especie de television violence
monitoring” (Igartua, Cheng, Corral, Martín, Simón,
Ballesteros y De
Este tipo de análisis no se desarrolla
con regularidad, ni se cuenta con herramientas potentes que permita efectuar un
screening minucioso de los distintos contenidos. Los datos así obtenidos
también se podrían "cruzar" (correlacionar) con información
procedente de las audiencias (por ejemplo, sobre el aprecio de los diferentes
programas considerados en los análisis de contenido) y, de este modo, averiguar
(de forma indirecta y no consciente para las audiencias) si la violencia
constituye o no “una ruta segura para captar el interés y la atención” de los
televidentes (Igartua, Cheng, Corral,
Martín, Simón, Ballesteros y De
En
un reciente estudio dirigido por Concepción Fernández Villanueva y elaborado
por un grupo de investigación de
Este
mismo estudio también cuantifica qué tipo de violencia es la emitida. El 60% de
las manifestaciones de violencia corresponden a daños físicos frente al 30% que
es de tipo social -en la que se incluyen insultos, desprecio, retención,
violencia simbólica-, y contra la propiedad, con un 10%.
4.
Conclusión
Se ha
estudiado en este artículo qué es la violencia audiovisual, intentado realizar
una definición lo más completa posible que abarque los diferentes tipos de
violencia mediática. Además, se han analizado los diferentes estudios
realizados encargados de cuantificar la violencia emitida en televisión. Tal y
como se ha visto en el artículo, son numerosas las horas de televisión que
emiten algún tipo de violencia audiovisual, bien sea de un tipo o de otro. A la
pregunta inicial de si existe violencia audiovisual, la investigación
bibliográfica realizada ha confirmado la hipótesis de partida. La pregunta que
debemos hacernos es cómo reducir esta violencia audiovisual o cómo conseguir
que afecte lo menos posible a los espectadores, espacialmente aquellos más
vulnerables, como los niños y adolescentes.
5.
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[1] El artículo era obra de un
psiquiatra infantil, Michael B. Rothenberg (1975,
p. 1043), quien señaló que “ha llegado el momento en
que la profesión médica debe hacer una protesta formal...” iniciando así su
alegato de disconformidad con la “televisión-basura”. En dicho informe animaba
a sus colegas a boicotear comercialmente los espacios televisivos que consideraban
dañinos para los menores, elaborando listas de los productos anunciantes que
esponsorizaban estos programas y exponiéndolas en salas de espera de las
propias consultas, hospitales pediátricos, lugares de ocio infantil, escuelas,
etc., para que así los padres no compren esos productos. A esta iniciativa se
le denominó El efecto Rothemberg.
[2] Según Hoffman (1998), “la agresión instrumental
parece estar relacionada con una falta de empatía y compasión por las víctimas
de la agresión, así como con una falta de sentimiento de culpa por haberle
hecho daño a otros. Esto quiere decir que quienes usan frecuentemente la
agresión instrumental probablemente no han tenido oportunidad para desarrollar empatía o sentimientos de
compasión o culpa al ver a personas que sufren. Es más, es probable que
disfruten al ver a otros sufrir, especialmente cuando ellos mismo han causado
ese sufrimiento” (1998, p. 501)
[3] “La metáfora del cultivo evoca muchas de las
imágenes mcluhianas que tratan de hacer visibles procesos inobservados, como la
inmersión inconsciente en un medio y el masaje prolongado. La metáfora
mcluhiana del pez (“el pez es el último en saber de la existencia del agua”) es
retomada por Gerbner y sus colaboradores para explicar que, al igual que el
pez, el ciudadano actual no tiene conciencia clara de que está sumergido en televisión.
También como el mensaje mcluhiano, los contenidos televisivos irían calando por
ósmosis, como una filtración de la cultura en que estamos sumergidos, desde que
nacemos hasta que morimos, dentro de nosotros (como las imágenes de Epicuro que
se filtraban por los poros). Ese efecto de cultivo (etimológicamente,
“cultura”) nos haría ver el mundo de una cierta manera” (Del Río, Álvarez, Del
Río, 2004).
[4] Según estos autores (Gerbner, Gross, Morgan y
Signorielli, 1995) se ve mucha televisión, se puede alterar la percepción de la
realidad social, atribuyendo a ésta lo que se ve en la televisión. Por ejemplo,
un mayor nivel de violencia del que realmente existe.
[5] Mientras que el índice de violencia televisiva se
aplica a la programación total o parcialmente analizada, el DIG puede ser
aplicado a programas concretos.
[6] El estudio se inició en 1994 financiado por
[7] Habría que señalar que no es lo
mismo la violencia justificada o recompensada. La recompensada alude a las
consecuencias del acto de violencia para el agresor mientras que la justificada
hace referencia a aquélla que está justificada por la propia narración.
[8] “Desde un análisis ecológico-contextual el
consumo de televisión correlaciona positivamente con la inactividad productiva
(o, lo que es lo mismo, tiene una relación negativa con la actividad), de modo
que son los mayores de 65 años los que más consumen. Se relaciona también con
la clase social/cultural (la clase media/baja y baja consumen más que las
otras); con los entornos urbanos (a menos espacios para el ocio organizado y a
menos tiempo sacrificado al transporte, más consumo, de manera que consumen más
los residentes en pueblos y ciudades de menos de 500.000 habitantes); y con el
nivel de compañía e intercambio social en el hogar (los ocupantes de hogares de
una o dos personas y las amas de casa consumen más que los que tienen una
actividad laboral o que los componentes de hogares con varios habitantes)” (Del
Río, Álvarez, Del Río, 2004).
[9] El estudio ha sido realizado por
[10] “El referente teórico más cercano es el trabajo
desarrollado por George Gerbner, autor que (desde los años sesenta) ha
consolidado un proyecto de Indicadores Culturales” (Igartua, Cheng, Corral,
Martín, Simón, Ballesteros y De
[11] “Una acción que causa o pretende causar un daño a
otra persona o a uno mismo, tanto de forma física o psicológica, e incluyendo
amenazas implícitas, conductas no verbales y explosiones de cólera dirigidas
contra animales y objetos inanimados (...). Una secuencia coherente e
ininterrumpida en la que están implicados varios agentes o personajes
desarrollando un mismo rol o papel” (Mustonen y Pulkkinen, 1997, p. 173).