La
televisión, los niños y las aulas
José Ignacio Aguaded Gómez
Universidad de Huelva
Grupo Pedagógico Andaluz «Prensa y Educación»
Si
hay algún objeto que define con exactitud a la sociedad que nos ha tocado
vivir, ése sin duda es la televisión. Odiada y elogiada al mismo tiempo, pocos
hemos podido pasar indiferentes ante presencia -su omnipresencia- en todo tipo
de ambientes sociales, en el trabajo, en el hogar, e incluso en todos nuestros
espacios de ocio. La televisión es el medio elegido por el gran público para su
diversión, su «formación» y entretenimiento.
La
irrupción de este medio de comunicación en el 98% de los hogares españoles se
producido en muy pocos año: no más allá de la década de los sesenta, esto es en
poco menos de treinta años. Sin embargo, según prácticamente todas las
encuestas, se ha alcanzado una media estadística de más 200 minutos de
visionado diario por telespectador, confirmando su capacidad de penetración y
su notable impacto social y familiar, especialmente en la población infantil y
juvenil, donde cada vez más niños confiesan tener su televisor particular en
sus habitaciones (March y Prieto, 1994:20).
Sin
embargo, más que estos llamativos datos cuantitativos, lo que debe preocuparnos
es la progresiva capacidad que este nuevo medio de comunicación audiovisual
tiene para ofrecer a sus «clientes» una «realidad alternativa», un nuevo mundo
imaginario, con anclajes cada vez más débiles con la entorno cotidiano. Los
niños y jóvenes, por estar en períodos de maduración y formación intelectual
son más sensibles a la ya llamada «teleadicción». Como indica Alonso y otros
(1981), los «teleniños» desayunan con televisión, van al colegio, comen con
televisión, ven televisión a secas, cenan con televisión, duermen con la
televisión en el cuarto y hasta sueñan con sus personajes de la televisión. En
definitiva, un universo hecho y fabricado a la medida de esta mal llamada «caja
boba» que absorbe gran parte de nuestra vida, ofreciéndonos un universo de
ficción, no exento multitud de veces de contenidos ideológicos, tramas
manipulantes y modelos de vida subliminalmente presentados.
Ahora
bien, el reconocer el poder social de seducción que tiene el medio televisivo
no nos debe llevar a satanizar uno de los mayores logros tecnológicos de la
sociedad contemporánea. Mariet (1994:22), en un interesante y polémico libro
titulado «Déjenlos ver la televisión», fustiga contra aquéllos que achacan a la
televisión la culpabilidad de todos los males e invita a preparar a los niños
para un mundo de televisión abundante y de libertad cultural sin fronteras.
Frente
a los discursos crítico-moralistas, por un lado, y al elogio superficial por
otro, sólo cabe el encuentro de posturas que, reconociendo las notables
virtualidades de este medio para informar y entretener, potencien también la
lectura crítica de la televisión y la «alfabetización de los ciudadanos» en las
necesarias claves para comprender y usar el medio.
Conocer
la televisión, interpretarla, desmitificarla, producirla y desenmascararla
(Martínez, 1994:50) son, por ello, objetivos que han de tener las familias y la
escuela para favorecer unos telespectadores más críticos y activos.
Fomentar
«buenos telespectadores» (Rico, 1994) desde los hogares y desde las aulas,
exige superar la clásica y absurda rivalidad que padres y maestros han visto en
la televisión como enemiga de la educación de los hijos. El medio televisivo
ofrece múltiples posibilidades educativas que hay que descubrir. La superación
de las encorsetadas y monótonas programaciones de las cadenas de televisión
actuales, en el deplorable contexto de las guerras de audiencias, sólo se
conseguirá con la puesta en marcha de programas de alfabetización y lectura de
imágenes de televisión, que fomenten espectadores conocedores del medio, con
capacidades para analizar y producir con el lenguaje audiovisual, que exijan a
las propias cadenas de televisión programaciones de mayor calidad.
Educar
desde el hogar y desde la escuela (Ferrés, 1994) son por tanto las alternativas
que pueden favorecer la formación crítica necesaria para que la televisión se
convierta realmente en un poderoso medio de transformación social y de servicio
a los ciudadanos.
La
dosificación del consumo televisivo, el visionado compartido de los padres con
sus hijos, la reflexión sobre la propia televisión en el hogar... son algunas
medidas que las familias pueden poner en marcha, para hacer de la «tele» un
instrumento más positivo. Pero sin duda, las limitaciones actuales de las
familias en cuanto a formación, a problemas laborales, a disponibilidad para el
ocio y la propia configuración de la ciudad moderna con pocos espacios para las
actividades lúdicas, traen consigo sin duda un incremento de la responsabilidad
de la escuela en esta ineludible tarea de la formación de telespectadores más
críticos.
La
Reforma del Sistema Educativo, con nuevos currícula más flexibles y abiertos,
ha favorecido la puesta en marcha de innovaciones, investigaciones y experiencias
didácticas de uso de la televisión desde una vertiente didáctica integradora.
La ignorancia y el recelo con que tradicionalmente la escuela ha mirado hacia
la poderosa pantalla televisiva, comienza a afortunadamente a desaparecer con
los primeros acercamientos de maestros y profesores al medio televisivo para
incorporarlo en las aulas, con el fin no de aumentar más el ya abusivo consumo
televisivo, sino con la finalidad de utilizar la imagen audiovisual para
potenciar sus capacidades críticas y reflexivas, para conocer el funcionamiento
del medio, así como para enseñar a utilizar este nuevo lenguaje de
comunicación, que permite no solamente su recepción pasiva, sino también su
producción creativa.
Las
experiencias escolares de uso didáctico de la televisión, aún comenzado a ser
ya significativas y variadas, pero, desgraciadamente, siguen siendo
minoritarias en el contexto educativo. La imperiosa necesidad de educar la
«competencia televisiva» de los chicos y chicas de hoy es todavía una
«asignatura pendiente» del Sistema Educativo que, aunque en sus últimas
reformas, recoge la importancia de los medios de comunicación y especialmente
la televisión en la determinación de las pautas y normas sociales, no ha
realizado una apuesta decidida por la consideración de la «Educación en Medios
de Comunicación» como un eje transversal del currículum. La
«telealfabetización» comienza, no obstante, a surgir desde los propios centros,
porque cada día son más profesores y profesoras lo que descubren que una
enseñanza crítica y creativa de un ciudadano/a del siglo XXI no puede
entenderse sin un uso racional, consciente y plural de los medios de
comunicación, de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y
por ende, de auténtica y genuina reina audiovisual: la televisión. Muchos
centros escolares están llevando ya a cabo múltiples experiencias para acercar
la televisión a la escuela de una forma didáctica, plural e innovadora,
fomentando la reflexión de profesores y alumnos en el uso del medio y
favoreciendo un uso creador del mismo. Colectivos de toda España, como el Grupo
Comunicar en Andalucía, Entrelinies en Valencia, Mitjans en Cataluña, Pé de
Imaxe en Galicia, Apuma... están aglutinando a docentes y periodistas
preocupados por la influencia de los medios en los niños y especialmente por la
búsqueda de soluciones que lejos del castigo o la prohibición sepan
rentabilizar las múltiples ventajas que este maravilloso invento ha puesto en
nuestras manos, al tiempo que superar su adicción esclavizante.
Es
ya el momento para «vivir» y «ver» la televisión de otra manera. La familia y
la escuela tienen mucho que decir. Démosle la palabra.
Referencias
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