Artículo publicado en el diario La
Nación el 25 de junio de 2004.
La posibilidad de
aprehender el mundo en su complejidad a través de una visión no fragmentaria es
objetivo de la educación. Arriesgada empresa, ya que exige una actitud de
confrontación e intercambio a partir del compromiso más profundo. Pensamos que
criticar abstractamente arguyendo que las cosas están mal no es ser
inteligente. En consecuencia, no compartimos la idea de que es posible
construir una sociedad nueva sobre la eliminación del pasado. La crítica tiene
que ser "constructiva". Creer, por ejemplo, que el uso indiscriminado
de las nuevas tecnologías puede brindar una vida absolutamente distinta, sin
reparar en la dimensión moral y las exigencias de la reflexión sobre sí, nos
parece el camino más directo hacia la pérdida del ser humano. Otras son las
posiciones que nos atraen.
El 16 de marzo, la
Fundación del diario La Nación realizó en el Museo Mitre un seminario sobre
educación, donde se leyó y debatió la idea que el fundador del movimiento Comunión y Liberación, Monseñor Luigi
Giussani, despliega en su libro El riesgo
educativo. Si uno se detiene a pensar que los textos de dicho trabajo
fueron redactados durante los años sesenta y editados por primera vez en Milán
en 1977, resulta notable cómo en esa jornada en Buenos Aires, casi cuarenta
años después, fue posible verificar la tremenda actualidad de la obra y su
convocante amplitud de miras.
Lineamientos generales
Giussani propicia un
"realismo pedagógico" que, en consonancia con los principios de la
naturaleza, parte de la noción de Dios como "misterio" y del hombre
como "portador" del misterio. La posibilidad de educar se basa en la
convicción de que existe una instancia trascendente en el origen de toda
realidad, y de que el ser humano logra su plenitud en la medida en que asume su
condición de portador de esa trascendencia. Hay, entonces, según Giussani, el
misterio que nos aloja (nos brinda hospitalidad) y hay la posibilidad en
nosotros de comprender que somos huéspedes del misterio,
"construyendo" en el curso de tal comprensión nuestra humanidad.
¿Cómo educar al niño y
el adolescente desde esta perspectiva? La cuestión es de primera magnitud y
remite a la pregunta central: ¿qué es el hombre? Para nuestro autor, el hombre
es una totalidad de posibilidades en relación con la totalidad de la realidad.
La realización de estas posibilidades por obra de la educación constituye un
movimiento continuo: lo opuesto a un estado quieto. Y es condición de esa
dinámica el bagaje de la "tradición" con que todo niño llega al
mundo. Desde el vamos, la dote o tradición se presenta como "modelo a
seguir" o "meta"; sus reguladores en un primer momento son los
padres, después la escuela.
Este modelo que nos
equipa por el mero hecho de ser humanos, tiene rostro "provocador":
nos desafía a crecer. Así, la realización de lo que desafía o provoca -el
ideal- de ninguna manera implica sumisión o pasividad sino actividad, actitud "constructiva",
capacidad de superación. Cobra entonces fuerza imponente la relación
maestro-alumno. Efectivamente, el maestro será factor indispensable en el
proceso de "introducción a la realidad total" o de concreción de las
posibilidades, que la educación configura. El maestro es auctoritas (autoridad) en la acepción de "hacer crecer",
es decir, permite evolucionar. Gracias a este privilegiado vínculo, el ideal
que desafía deviene "fascinación". El maestro -dice Giussani- suscita
novedad, estupor y respeto. No existen mecanismos no humanos que puedan
sustituir la relación profesor-discípulo.
El contacto con el
maestro vuelve progresivamente claras las nociones de "comunidad" y
"ser con el otro". A partir del propio compromiso (la tradición), el
niño aprende a ser con el otro. Porque sólo si la convicción personal coincide
con una actitud de apertura y diálogo, la educación logra liberar la
flexibilidad en cada uno -su capacidad de integrar un " nosotros"- y
desbloquea, por consiguiente, el umbral del sentido de la historia. Justamente
aquí descansa la construcción del futuro.
Construir la sociedad
del porvenir no significa impugnar la sociedad anterior o el pasado con un
"No" absoluto y vacío. Giussani dice que semejante empresa exige
coherencia con el "método decisivo" de la educación, en cuanto
instrumento para "ayudar a que se experimente lo que se ha recibido,
poniéndolo a prueba y confrontándolo con todas las cosas". El método
decisivo, por lo tanto, es de importancia fundamental para no desarrollarse
unilateral y esquemáticamente; permite la evolución y se diferencia de una
crítica restringida al puro rechazo. De ahí que el "realismo
pedagógico" de Giussani conlleve riesgo y espíritu temerario al respetar
la libertad humana y entienda por "crítica" la exigencia de comparar,
mejorar y cambiar sin negar lisa y llanamente lo anterior.
Coincidencias
Desde tiempo atrás
venimos profesando una idea de la educación muy afín a la expuesta. En nuestra
época el problema educativo se ha vuelto particularmente contradictorio. Así,
por ejemplo, es cosa común el pregonado recurso de las nuevas tecnologías como
fármaco universal para lograr lo que se entiende por felicidad: estar siempre
comunicados por las máquinas, en posesión de objetos innecesarios y atiborrados
de informaciones inútiles. Desde la fragmentación del ser humano a que ha
llevado el racionalismo a ultranza y la consecutiva especialización excluyente,
se apura la pócima mágica del desatino tecnológico. El resultado es una
realidad prefabricada e inhóspita.
Claro que, si bien
justificada, la queja no conduce a ninguna parte, y la denuncia perpetua
consagra finalmente un voto de adhesión. Coincidimos con Monseñor Giussani en
el desafío que supone el proceso educativo; en exaltar la relación
maestro-alumno y considerarla insustituible por mecanismos tecnológicos; en la
importancia de una comunidad que sustente el intercambio y el diálogo; en la
emboscada de una erudición abstracta que impide aprehender la complejidad de lo
real; en la actitud constructiva que debe imperar en toda crítica; en que
enseñar es confrontar y estar abiertos al cambio.
Nunca más acertada la
famosa frase:"No se echa vino nuevo en odres viejos". Es decir, si
gracias a la crítica constructiva el ser humano deviene flexible y acepta el
mensaje nuevo, si hay evolución a partir de la riqueza habida, entonces hay
construcción. Todo esto puede trasladarse al campo de las nuevas tecnologías y
su aplicación fructífera, cuando la novedad no signifique abolir de un portazo
lo viejo sino reformularlo a la luz de los descubrimientos recientes. El vino
nuevo no se arruina porque el odre ha sido resignificado. La negación absoluta
es rigidez y vacío mientras que la reformulación de lo pasado con espíritu
dialogante entraña movilidad y vida.
Nuestra coincidencia con
la propuesta de Giussani tiene también muy en cuenta una respuesta del fundador
del movimiento Liberación y comunicación,
en una entrevista ubicada al final de El
riesgo educativo: "Un no cristiano puede ser educador exactamente
igual a como puede serlo un cristiano si, rescatando de su tradición una visión
de las cosas, se compromete con ella como trama de propuestas para su propia
búsqueda humana, y lo hace de acuerdo con lo que esa visión le exige en cuanto
hipótesis de trabajo".
Frente al nihilismo contemporáneo
y al escepticismo del que nuestra sufrida comunidad no está exenta, afirmamos
la necesidad de entrega a la construcción de la sociedad futura sobre
convicciones sedimentadas. Estamos por la evolución, sustentada en el
compromiso, el diálogo, la apertura y la tradición como clave de bóveda del
edificio que proyectamos.
Ing. Horacio C. Reggini. Miembro de número de la Academia Nacional de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la Academia Nacional de Educación y
de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación. Miembro
correspondiente de la Academia de Ingeniería de la Provincia de Buenos Aires.
Decano de la Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas e Ingeniería de la
Pontificia Universidad Católica Argentina.