EL AULA QUE FALTABA
Antonio M. Battro y
Percival J. Denham © La Nación
El grave peligro que encierra la tecnología es la tecnocracia, y la tentación
es generalmente ``poner vino nuevo en odres viejos", es decir usar
instrumentos poderosos para seguir haciendo lo mismo que antes.
Estas reflexiones provienen de nuestra experiencia en la implementación de las
nuevas tecnologías educativas en nuestro país desde comienzos de la década del
80. Es hora de hacer un balance constructivo y crítico. Lo que antes se ponía
en duda, una educación apoyada en las comunicaciones y las computadoras en el
cono sur de América, ya no se cuestiona. Nadie se atrevería hoy a negar la
mejor tecnología existente a nuestros alumnos y docentes. Sin embargo, a medida
que progresa la tecnología, que se hace más accesible y de menor costo,
aumentan también los riesgos de un mal uso, o simplemente del despilfarro. El
grave peligro que encierra la tecnología es la tecnocracia, y la tentación es
generalmente ``poner vino nuevo en odres viejos", es decir usar instrumentos
poderosos para seguir haciendo lo mismo que antes.
Educar para la libertad y la responsabilidad.
Hemos detectado que el punto clave es tomar en serio una ``educación para la
libertad". Este fue uno de los objetivos principales de la educación que
nos pudo llenar de orgullo en el pasado, cuando se fundaba nuestra nación, y
que debería recuperarse para bien de todos. Pero ya terminando el siglo XX
persisten algunas conductas que contradicen esos objetivos. No nos referimos
aquí a las insuficiencias de las reformas administrativas ni a las
restricciones presupuestarias sino a los malos hábitos que nos han envuelto en
nuestras propias redes y no nos dejan respirar con la debida libertad. Aunque
parezca mentira, la mayor parte de estos obstáculos son creaciones mentales que
podrían desaparecer con el ejercicio crítico.
Nos vamos a referir únicamente en este artículo a ciertos usos educativos de
las tecnologías instaladas en las escuelas. Daremos algunos ejemplos muy
prácticos tanto de las ``bajas " como de las ``altas tecnologías".
Tal vez algunos se atrevan a poner en marcha estas simples sugerencias para
avanzar un poco más en el camino de la libertad y de la responsabilidad. Todos
los pasos en esa dirección serán bienvenidos.
¿Para que sirve el timbre?
¿Cuáles son las bases científicas para dividir arbitrariamente el tiempo del
aprendizaje en segmentos horarios?
La mayoría de los establecimientos de enseñanza tienen horarios muy estrictos,
regulados por una idea arbitraria del tiempo de aprendizaje de las diferentes materias.
Podría ser un tiempo medido de otra manera, pero son pocos los educadores que
se atreven a innovar en este aspecto. ¿Cuáles son las bases científicas para
dividir arbitrariamente el tiempo del aprendizaje en segmentos horarios? Este
tema no se debate, a pesar de lo mucho que ha avanzado la psicología en el
estudio del tiempo.
Pero, sin entrar en este debate científico, una pregunta ingenua (y pertinente)
es ¿para qué sirve el timbre? Este instrumento desagradable por su estridencia
y rigidez reemplazó a la cálida campana escolar cuando la mayor parte de los
alumnos y no pocos docentes carecían de reloj pulsera. Ahora la regla es que
todos poseen un reloj, aun los más pequeños. Entonces ¿por qué hay que marcar
la hora ``desde afuera" y no dejar que cada uno asuma la responsabilidad
de consultar su reloj para entrar o salir de clase cuando corresponda? Las
respuestas son muy variadas, de acuerdo a la tradición de cada establecimiento
educativo. Pero nos parece que hay un denominador común en todas ellas. En
realidad el timbre se usa para ``controlar" y ``ordenar". Esto no
está mal pero una genuina educación para la libertad exige dar un paso más para
que cada uno adquiera la responsabilidad de su autonomía personal. Reemplacemos
entonces el ``reloj externo" por un ``reloj interno" y comprobaremos
con asombro cómo comienza a organizarse de otra manera la vida de la escuela.
Tampoco es cuestión de cambiar a la persona que oprime el pulsador del timbre
por una máquina programada que hará lo mismo. Se trata simplemente de eliminar
el timbre como ordenador del tiempo de aprendizaje, de una vez por todas. El
sistema del timbre quedará para emergencias, sonará para alertar en una
urgencia (accidentes, incendios). El timbre pasará así a ocupar su función
genuina, la alarma, pero no el control. No debemos tener miedo de hacer esta
simple experiencia. No es doloroso, es un desafío para crecer moralmente.
Aprenderemos mucho, todos. Avanzaremos así por el camino de la responsabilidad.
El teléfono público
Es otro de los ``tests" de autonomía a que debemos someternos. La pregunta
es ¿por qué son tan escasas las instituciones escolares que cuentan con un
número suficiente de teléfonos públicos? Las cifras han cambiado desde que la
telefonía ha comenzado a mejorar pero lo que no ha variado es la resistencia a
brindar estos instrumentos en forma debida a todos, alumnos, docentes y
empleados. Algunos responsables temen incurrir en gastos pero ignoran que la
instalación de un teléfono público no exige ninguna erogación por parte de la
escuela. El usuario es el que paga. Otros imaginan un gran caos, largas filas,
disputas para hablar por teléfono a toda hora, vandalismo, y desconfían de la
temida anarquía (un argumento semejante se usa para no plantar flores en los
patios y jardines ¡por temor a que las arranquen!). Muchas autoridades no
entienden la conveniencia de instalar teléfonos públicos si nunca han negado
los teléfonos que pertenecen a la escuela a quienes lo solicitan para hacer un
llamado. Aquí está, precisamente, el valor de este ``test". ¡Entendemos
que nadie debe ``solicitar nada" para hablar por teléfono en un ambiente
de libertad! Muy por el contrario, la escuela debe ser la primera en
``promover" la libertad de comunicación, la autonomía.
En la Argentina son numerosos los casos de docentes ¡que jamás han realizado,
por ejemplo, una llamada al exterior o enviado un fax!
La respuesta más adecuada es que las comunicaciones constituyen la base de la
enseñanza moderna y cumplirán una función indispensable en los próximos años.
Pero sin ir tan lejos, ahora es técnicamente posible brindar a todos una buena
comunicación telefónica en cada uno de los 40.000 establecimientos primarios,
secundarios, terciarios y universitarios que existen en el país. Es decir a 11
millones de usuarios potenciales. Son cifras importantes. Pero lo más
importante es que de esa manera se puede ``enseñar a usar las
comunicaciones" de un manera provechosa. Simplemente enseñar a hablar por
un teléfono en forma correcta, a usar una guía, a utilizar las decenas de
servicios telefónicos, a aprender lo que es un chip, una fibra óptica, un tono,
un pulso, una tarjeta magnética, un fax... Un buen docente podrá desde ya
imaginar una multiplicidad de usos pedagógicos del teléfono, sin mencionar las
enormes ventajas de tener líneas abiertas para emergencias escolares, etc. Pero
atención, hay que comenzar por educar al docente. En la Argentina son numerosos
los casos de docentes ¡que jamás han realizado, por ejemplo, una llamada al
exterior o enviado un fax! Para ellos la geografía es una materia que está en
los mapas, pero no al alcance de la mano.
Un buzón en cada establecimiento educativo es mucho más que un depósito para
correspondencia, es una puerta al mundo de las comunicaciones.
Lo mismo se puede decir para el correo. El sistema postal es una de las grandes
avenidas de la libertad y uno de los desafíos relevantes de la tecnología más
avanzada. Los servicios que brinda el correo moderno son múltiples y no siempre
bien conocidos ni aprovechados. Aquí se puede innovar haciendo uso elemental de
la imaginación. Por ejemplo: instalar un buzón en cada establecimiento
educativo. Este proyecto es mucho más que colocar un depósito para
correspondencia, es una puerta al mundo de las comunicaciones. Educar para las
comunicaciones es abrir el futuro de nuestras mentes. Este tema nos introduce
en el meollo de este artículo.
El aula que faltaba
El aula de capacitación docente no tiene llave
Los docentes deben educarse permanentemente para responder a las exigencias de
un mundo en acelerada transformación. Pero no siempre tienen tiempo ni espacio
para su capacitación. ¡Falta un aula para el que enseña! Esto se puede
solucionar si instalamos en cada establecimiento educativo un aula de
capacitación docente. Esta propuesta tiene muchas ventajas para el docente.
Primero, no necesitará desplazarse continuamente para asistir a cursos que lo
benefician. Los cursos se podrán organizar en ese mismo lugar. Segundo,
dispondrá de los elementos y equipos necesarios para su capacitación en todo
momento. Tercero, ``su" aula no cerrará nunca, estará siempre abierta,
todo el año, a su entera disposición. Para ello, evidentemente, hay que hacer
una inversión importante en favor del docente. Se trata de la mejor inversión
posible, la más justa y necesaria, pero tantas veces postergada.
Veamos una experiencia piloto de informática realizada recientemente en un
colegio privado de esta capital. En este caso se resolvió impartir cursos para
el uso de tecnología de computación y comunicaciones telemáticas a todos los
docentes del colegio. Las computadoras estaban, como en la mayoría de los
colegios, en un laboratorio con llave, a cargo de expertos. Eran muy pocos los
docentes que se acercaban a ese lugar. La tecnología se mantenía ajena a los
adultos que enseñaban mientras que los niños y jóvenes la asimilaban
rápidamente. El tema es archiconocido. Para solucionar este importante problema
lo primero que sugerimos fue ``abrir la tecnología" a todos los usuarios:
desmontar el laboratorio de computación, dispersar las computadoras por los
pasillos y patios, comprar nuevos equipos, comunicarlos por medios de redes,
instalar un aula dedicada exclusivamente a los docentes y permitir el acceso a
todos ellos de día y de noche.
El aula de capacitación docente no tiene llave, la hemos equipado con la
tecnología más adecuada y, además, cada maestro o profesor tiene su clave para
ingresar al sistema desde cualquier computadora del colegio y desde sus casas.
Las puertas son de vidrio o quedan abiertas (es muy bueno que los alumnos vean
que sus profesores también aprenden, en todo momento). El aula de capacitación
docente está siempre ocupada y el éxito de esta iniciativa nos mueve a
difundirla. Algunos profesores han descubierto talentos que ignoraban, otros
han retomado confianza para aprender cosas nuevas que consideraban inaccesibles
y percibieron que un buen uso de la tecnología los favorece como personas y
profesionales. En todo caso hemos abierto una brecha en un muro de
incomprensión y de temor a la tecnología. Todavía queda mucho para que el muro
se derrumbe totalmente, pero el proceso es irreversible. Además debemos tener
en cuenta que ya la primera ola de los niños educados con computadoras en la
década del 80 comienza a ejercer la docencia.
En definitiva, en el ``aula que faltaba" el docente se abre naturalmente a
las innovaciones constantes que están cambiando de manera radical la enseñanza
en el mundo entero. El lugar a que nos referimos se ha equipado con la mejor
tecnología disponible: computadoras en red, fibras ópticas, teléfonos, modem,
fax, scanner, impresora color, CD-ROM... Los cursos se suceden a diario en ese
lugar reservado -exclusivamente- para el docente. En un año todos los docentes
interesados han logrado incorporar los instrumentos conceptuales
``básicos" para comunicaciones y computación pero esta tarea de
asimilación no terminará nunca. El aula que faltaba quedará para siempre. Más
aún, estará abierta a todo tipo de cursos, no solamente a los de carácter
instrumental, nos referimos al inglés, estadísticas, publicidad, diseño
gráfico, etc. El docente aprendió allí lo que necesitaba aprender para su
propio beneficio, sin coersión ni urgencias, nada de puntaje para el curriculum
oficial, ni obligaciones administrativas. Sin miedo a equivocarse, sin
supervisión de extraños, sin turnos rigurosos, con la constante colaboración de
sus colegas. El único premio es la alegría de aprender cosas nuevas y útiles,
sin cesar. Ahora todos los docentes cuentan con una herramienta poderosa que
permitirá aplicaciones insospechadas en la enseñanza. La comunicación pasa
naturalmente del ``aula del maestro" al ``aula del alumno". Y así se
creará un ciclo virtuoso entre el enseñar y el aprender. ¿Alguien más que se
atreva a invertir en el aula que faltaba?
Una educación de 24 horas, todo el año
Una escuela comunicada en forma telemática con su comunidad docente y su
alumnado no ``cierra por vacaciones".
El planeta tierra está siempre despierto y alerta, no hay vacaciones para la
vida y la inteligencia pero en cada lugar los ciclos se cierran, hay turnos y
horarios para cada cosa. Sin embargo será menester aprender a globalizar
nuestras conductas para interactuar mejor con nuestro prójimo y nuestro
ambiente. Es curioso - y preocupante- comprobar hasta qué punto hemos fragmentado
el tiempo educativo. Nuestra educación está segmentada por turnos. Las enormes
inversiones estructurales en educación no se aprovechan como debieran todo el
año. Los colegios están cerrados muchas horas por día. ¡Que los responsables
hagan sus estadísticas! Ninguna empresa podría subsistir con un régimen de
producción con tan severas limitaciones. No se trata, por cierto, de trabajar
sin cesar, en turnos rotatorios, sin descanso. Más bien se trata de aprovechar
mejor el tiempo para aprender y para enseñar.
El cerebro del colegio no se detiene, su corazón tampoco.
Por ejemplo, una escuela comunicada en forma telemática con su comunidad
docente y su alumnado no ``cierra por vacaciones". Ha creado una red
humana de tal magnitud e interés que la información, el diálogo, el
conocimiento se difunden y se mantienen vivos de noche y de día, en verano y en
invierno. El cerebro del colegio no se detiene, su corazón tampoco.
Por otra parte, los educadores están aprendiendo a diversificar sus ofertas
educativas, algunos abren las aulas después de horas o en vacaciones para la
comunidad, otros aprovechan para crear ciclos terciarios dentro del mismo
establecimiento. Estas iniciativas deben ser estimuladas en forma sistemática.
En realidad no hay mejor solución para un colegio que formar a sus futuros
docentes dentro de su propio establecimiento. De esa manera la institución se
transforma en escuela de aplicación docente, respetando su estilo y su
historia. El aula que faltaba es un paso decisivo en ese sentido. En el ejemplo
mencionado la escuela tenía algunos pocos expertos en computación y
comunicaciones y la mayoría del cuerpo docente estaba excluida, ahora todos
pueden llegar a ser expertos, cada uno en su nivel. Y así, de hecho, se puede
multiplicar el potencial docente con un costo aceptable y un beneficio
significativo.
Brindar al docente argentino, por lo menos, las mismas oportunidades que tienen
sus alumnos.
Lo mismo sucederá con otras habilidades. Tal vez la más imperiosa es el
conocimiento del idioma inglés. En la mayoría de los colegios argentinos se
enseña inglés pero son pocos los docentes que conocen esa lengua universal,
indispensable en el mundo actual. La paradoja de siempre: así como todos los
alumnos aprenden computación y pocos profesores usan computadoras, también
todos los alumnos aprenden inglés pero pocos profesores pueden
usar esa lengua. Una vez más debemos esforzarnos en superar los desfasajes y
brindar al docente argentino, por lo menos, las mismas oportunidades que tienen
sus alumnos.